El fr¨ªo del calor
A los ya notables riesgos de no ser complaciente con los supremos, el comentarista ambiental a menudo debe asumir, tambi¨¦n, el de usar un tono amonestador, agrioserio. Cierto es que cuando se contempla la realidad casi en su conjunto, se aprecian tan enormes menguas en los campos de la vida y de la sensibilidad que, como m¨ªnimo, abruman. La degradaci¨®n sigue avasallando a lo que curiosamente m¨¢s amamos, a la naturaleza: la nuestra y la de todos los dem¨¢s. Si transmites o denuncias esas evidencias, lo l¨®gico, y lo humano, es hacerlo desde el enfado, o cuando menos desde la advertencia, en cualquier caso siempre serena y argumentada. Algo que siempre sonar¨¢ a pesimismo si la lectura del mundo se hace acatando el decreto oficial de creaci¨®n de una realidad ¨²nica. ?sa- que mantiene que lo importante marcha viento en popa. Las otras evidencias, las que surgen de un siempre minimizado diagn¨®stico ambiental, a menudo se resuelven, insisto, en rega?ina indiscriminada. Que, por cierto, nadie desea. Estoy convencido que todos nos dedicar¨ªamos encantados a la militancia con la alegr¨ªa m¨¢s descarada, si no vi¨¦ramos lo que vemos: epidemias de tristeza -del mar, de la atm¨®sfera y de los seres vivos-.Insistir en que el mundo se calienta tras los dos veranos m¨¢s frescos de la ¨²ltima historia de este pa¨ªs puede quedar inscrito en ese aspecto, tan asociado a lo social-ecol¨®gico, del aguafiestas. Pero la m¨ªnima sensatez aconseja hacerlo. Tampoco carece de ¨ªntima coherencia proponer ahora mismo que ahorremos agua, cuando los embalses presentan excelentes, niveles. Seguimos seguros de que todo se puede hacer gastando la mitad.
De ah¨ª que consideremos que nada resulta tan acrecen tador como no creer que la creaci¨®n de riqueza es real. Por que a lo m¨¢s que hemos llegado, es a ocultar la pobreza de lo vasto y de las mayor¨ªas tras (le una contabilidad que es el m¨¢s mentiroso artificio de la historia de la humanidad. Porque entre otras cosas, ignora que, de acuerdo con las m¨¢s prestigiosas investigaciones precisamente econ¨®micas, hasta el 85% de la energ¨ªa que contienen los combustibles f¨®siles no se transforma en fuerza motriz, se despilfarra sin que consiga otra cosa que calentar a este mundo y sin que se convierta en nada ¨²til. Todav¨ªa m¨¢s profundo es el abismo que separa el gasto de la real utilidad en el campo de los recursos. S¨ª hemos de estar de acuerdo, que parece lo m¨¢s sensato, con el ¨²ltimo informe del Club de Roma, nada menos que el 93% de los recursos utilizados jam¨¢s se transforman en objetos vendibles. A lo que se suma que el 80% de todos los productos acabados por la industria planetaria se tiran tras una sola utilizaci¨®n.
La cuesti¨®n es que viene m¨¢s calor, est¨¢ ya aqu¨ª. Los par¨¦ntesis de frescor que ahora gozamos en algunas ¨¢reas del planeta no invalidan la tendencia general, constatada por muchas v¨ªas, adem¨¢s de las que saltan, m¨¢s en verano que en otras ¨¦pocas, a los medios. Cuando se manejan las informaciones aparecidas en los trabajos del maestro de ge¨®grafos, Eduardo Mart¨ªnez de Pis¨®n, sobre la evoluci¨®n de los glaciares en el cono sur de Am¨¦rica y en la Ant¨¢rtida, ya hay que ponerse en guardia. Como tambi¨¦n ante la creciente neurastenia del clima en general.
Pretender minimizar las enfermedades de la atm¨®sfera no nos ayudar¨¢ a enfrentarlas. La seriedad o la advertencia son como la capa de ozono, un sistema de protecci¨®n frente a males mayores. Y cabe pocas dudas sobre el efecto invernadero. Y llaman a ser cautos, anticipadores, serios y cr¨ªticos. Y, sobre todo, ahorradores de lo que nos queda. Se impone, como m¨ªnimo, aplicar el principio de precauci¨®n que casi todos olvidan a la hora de alterar, de seguir exprimiendo la gran ubre de las tierras, los mares y los cielos. Pero que resulta imprescindible cuando se trata de curar las heridas del planeta o de regenerar sus ciclos.
Se trata de no quedar sofocados por un incendio que nosotros mismos propagamos con verdadero entusiasmo.
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