?Pero hubo alguna vez 150 novelistas de La Moncloa?
En el ominoso periodo anterior, los burleteros nacionales pusieron en circulaci¨®n la especie de que La Moncloa de Carmen Romero y Felipe Gonz¨¢lez alimentaba a sus pechos -a los pechos econ¨®micos: esto es lo que se quer¨ªa decir- a 150 novelistas espa?oles. Fue una falsedad, como es natural, pero les sirvi¨® mucho, hasta ahora mismo.Seg¨²n la teor¨ªa que animaba esta mentira, tan obvia como inane, tales novelistas as¨ª dome?ados eran j¨®venes, presumiblemente progres y en todo caso vendidos al poder emanado de aquel centro de corrupci¨®n. Eran, con todas las consecuencias, "los 150 novelistas de La Moncloa". No s¨®lo eran amamantados, sino que respiraban ya por los poros del poder; eran est¨®magos agradecidos; no val¨ªan nada; adem¨¢s, qu¨¦ iban a valer, si estaban comprados.
Repitieron tanto los burleteros semejante invenci¨®n que mucha gente no s¨®lo se crey¨® que La Moncloa socialista alimentaba en efecto a novelistas menesterosos de tal asistencia, sino que estos narradores sumaban 150. Algunos de los que fueron aludidos con nombres y apellidos -nunca hubo una lista: no pod¨ªa haberla, pero insinuaciones hubo todos los d¨ªas- dijeron que ellos jam¨¢s hab¨ªan estado en La Moncloa, al contrario que ciertos reproductores de la citada expresi¨®n; por otra parte, se dec¨ªa, s¨®lo se llegar¨ªa a una cifra semejante si se sumaran a ella los propios creadores del infundio. Esta tambi¨¦n era una exageraci¨®n num¨¦rica, pues los que tanto ruido hacen no son m¨¢s de siete, y adem¨¢s no son magn¨ªficos, sino gritones.
?sta sobre los 150 novelistas de La Moncloa no ha sido la ¨²nica frase acu?ada durante el r¨¦gimen felipista; el objetivo ha sido crear lugares comunes de cuya repetici¨®n se pod¨ªa esperar la fabricaci¨®n de la certeza de que est¨¢bamos ante monstruos que hund¨ªan en la ci¨¦naga de la corrupci¨®n todo aquello que tocaban. ?Qu¨¦ validez iba a tener la opini¨®n de un joven -o veterano- novelista, si ya se sab¨ªa que formaba parte de los 150 novelistas de La Moncloa? Como no se sab¨ªa a ciencia cierta qui¨¦nes eran esos novelistas -?para qu¨¦ decirlo? Suponer es m¨¢s barato-, la etiqueta se le adjudicaba a cualquiera que levantara la cabeza m¨¢s all¨¢ de lo previsto en las normas estrictas de los diversos sindicatos de Don Cicuta que se constituyeron como guardias de tr¨¢fico de la opini¨®n tolerable en este pa¨ªs.
Era un traje a medida. Como en torno a ese traje -que serv¨ªa tambi¨¦n para vestir a otros demonios- se confabularon muchos, y algunos de ellos con la voz bien tronante, el coro ha sido intenso, y su voz singularmente babosa salpica hasta estos d¨ªas con su pavoneo menesteroso de sintaxis. Nadie, en el curso de este tiempo en que la invenci¨®n ha hecho su fortuna, ha tenido la paciencia de contar esos novelistas para ver si el n¨²mero coincide con la f¨¢bula, pero ¨¦se no es sino otro dato que revela la catadura period¨ªstica -?period¨ªstica?, ?son periodistas?- de los h¨¢biles reproductores de la imagen. Pues lo que han hecho es repetir su estrategia habitual sin preguntarse, por ejemplo, si de veras Carmen Romero ha conocido alguna vez a 150 novelistas, a quince o a uno. Si hubieran investigado un poco entre algunas de sus fuentes hubieran sabido, por ejemplo, que entre sus amigos de tertulia literaria -cuya existencia fue divulgada- hab¨ªa un editor de poes¨ªa, un editor de literatura cl¨¢sica, un cr¨ªtico literario y un novelista, que por cierto adem¨¢s es poeta y cr¨ªtico. De Felipe Gonz¨¢lez se sabe que es un buen lector, porque habla de libros cada vez que se le pregunta por lo que hace en su tiempo libre, pero dice pocos nombres, y no le imagino alimentando con los pechos de La Moncloa a gente como Margarita Yourcenar -cuyas Memorias de Adriano ¨¦l convirti¨® en un best seller- o H¨¦ctor Aguilar Cam¨ªn, de cuya Guerra de Galio habla ¨²ltimamente como de su libro de cabecera.
Claro, era mentira, y la gente lo sab¨ªa. Lo sab¨ªan los propios mentirosos, que se re¨ªan -"ji, ji"- con su invenci¨®n tontuela. Los datos no importan, adem¨¢s: se sientan ante la mesa de escribir, repiten el lugar com¨²n del d¨ªa anterior, pues ya han confeccionado el traje, y de inmediato se dedican a disparar. ?Se van a enterar! A veces nombraban, a veces insinuaban, que les resultaba m¨¢s rentable; inventaban frases de sus enemigos, y las repet¨ªan, con el objeto de crear la imagen que quer¨ªan derribar. Impunemente: si hab¨ªa protestas se sent¨ªan m¨¢s seguros: por algo lo desmiente. Se trataba de una estrategia para desprestigiar. Impunemente.
Para llegar a esa fabricaci¨®n no era bueno comprobar los datos; los insultos deb¨ªan servir para corear. Y el tono de los insultos deb¨ªa ser cada vez m¨¢s grueso, para hacerlos tambi¨¦n m¨¢s incontrovertibles; y m¨¢s viscosos; por tanto, menos tratables, m¨¢s resbaladizos. Han reiterado tanto, por ejemplo, que el r¨¦gimen anterior les acosaba hasta la extenuaci¨®n que han podido hacer creer que los peri¨®dicos o los medios gestionados por ellos fueron cerrados por los mismos administradores que alimentaban precisamente a los novelistas de La Moncloa. Quienes trabajaron cerca de ellos saben d¨®nde estuvo el origen de las diversas crisis profesionales que les pusieron en las listas del paro mientras que las pla?ideras de hoy recolectaban sus suculentas indemnizaciones blindadas.
La tinta de calamar les ha servido para te?irlo todo de negro. Los novelistas eran s¨®lo un pretexto. Pero todo lo que han inventado lo han hecho con la intenci¨®n perversa de crear retratos contra los que disparar impunemente. Impunemente.
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