La muchacha que pudo ser Emmanuelle (11)
El cu?ado de la muchacha que pudo ser EmmanuellePor MANUEL V?ZQUEZ MONTALBAN
ERA UN BUNGALOW TAN perfecto que a Carvalho le pareci¨® la materializaci¨®n de la idea plat¨®nica de bungalow, en el supuesto de que entre las ideas plat¨®nicas de Plat¨®n figurara el bungalow. La puerta met¨¢lica del jard¨ªn se abri¨® sola, pero la de la idea plat¨®nica lo hizo una mujer que a¨²n habr¨ªa podido ser Emmanuelle. Sus rasgos y medidas recordaban los de Helga Singer o Mushnick, su hermana, veinte a?os despu¨¦s de hacerse las fotograf¨ªas. No hab¨ªa alegr¨ªa ni autocomplacencia en su rostro de muchacha mayor muy bien te?ida de platino.-?ste fue quiz¨¢s su ¨²ltimo refugio antes de desaparecer. Era muy orgullosa y durante alg¨²n tiempo nos enviaba cartas o nos telefoneaba o hac¨ªa visitas espor¨¢dicas para contarnos lo bien que le iba todo. Siempre con su ¨¢lbum de fotograf¨ªas a cuestas y yo fing¨ªa que me lo cre¨ªa todo. Bastaba verla, sobre todo en los ¨²ltimos anos para comprender que las cosas no le iban bien. Ni siquiera f¨ªsicamente era la misma. Hab¨ªa engordado de una manera antinatural. Yo me cuido f¨ªsicamente. Mi familia ha sido siempre muy deportista, all¨¢ en Argentina. Pap¨¢ a sus ochenta a?os sigue siendo socio del Club N¨¢utico de San Isidro y la propia Helga hab¨ªa sido una campeona de gimnasia r¨ªtmica.
-?Dice Vd. que busc¨® refugio aqu¨ª?
-?Refugio? -dijo Gilda sarc¨¢sticamente. Una palabra que no entraba en su vocabulario. Nos hizo el favor. ? Entienden? El favor de pasar una temporada con nosotros. Cinco meses inolvidables, que no le deseo a nadie. Helga era un animal herido.
Dorotea permanec¨ªa sentada junto a Carvalho mientras hablaba la hermana de Helga Singer pero se sinti¨® ausente, desplazada por la atenci¨®n de Carvalho al mon¨®logo de la rubia. Dorotea se levant¨® y fue hacia la ventana. La belleza del paisaje de vegetaci¨®n de cottage ingl¨¦s y laguna m¨¢s que piscina sobre la que se inclinaban los mejores sauces que hab¨ªa visto en su vida, la conmov¨ªan. Ten¨ªa l¨¢grimas en los ojos o tal vez las provocaba el relato que le llegaba desde los labios pintados de rosa de Gilda Mushnick.
-Mi marido me puso un ultim¨¢tum, o ella o yo. Estaba hist¨¦rica y todo lo que formaba parte de nuestras vidas le parec¨ªa peque?o burgu¨¦s, mezquino, sin grandeza. En cambio ella ven¨ªa del mundo del Arte. El Arte nos salva de la Muerte, sol¨ªa repetir, y a?ad¨ªa: "No es una paradoja".
Dorotea sonri¨® c¨®mplice de la frase, casi se le escapo una carcajada, pero estaba triste.
-Un d¨ªa que estaba borracha volvi¨® a hablar de la ¨¦poca en que quiso ser la Emmanuelle argentina y no se le ocurri¨® otra cosa que ense?ar a los chicos las fotos de la campa?a, las del desnudo famoso. Ni pude intervenir. Mi marido le se?al¨® la puerta de la casa y le ayud¨¦ a hacer la maleta con las cuatro cosas que le quedaban. Yo estaba destrozada.
Por los ojos de Gilda, antes que por sus labios pasa la escena en la que tuvo que darle la espalda a una hermana llorosa pero entera que da manotazos a las cosas que introduce en la ¨²ltima bolsa que le queda por llenar.
-Yo le dec¨ªa, Helga, no pases apuros. Ante cualquier problema recuerda que ac¨¢ ten¨¦s una hermana. Que te quiere. Helga, me debo a mi marido, a mis hijos, a mi mundo... Vos son feliz en el tuyo. "?Qui¨¦n te ha dicho que yo soy feliz en mi mundo?", me contest¨®, y luego me dedic¨® dos cortes de mangas: "Este para vos, burguesita, y ¨¦ste para el hijo de puta de tu marido el beato.
Dorotea imagin¨® la situaci¨®n hasta que un reflejo de la ventana la devolvi¨® a la realidad. En el cristal se reflejaba la cara de la hermana de Helga. Dorotea se volvi¨® para ver el perfil de la mujer, ahora ensimismada ante el jard¨ªn para ella tan habitual que no parec¨ªa verlo. Carvalho permanec¨ªa en el fondo, sentado y receptivo. Gilda ol¨ªa a Must de Cartier y ten¨ªa un perfil bell¨ªsimo. ?C¨®mo habr¨¢ conseguido esta boluda no tener ni una arruga? No hallaba respuesta Dorotea, ni Gilda, que prosegu¨ªa implacable su evocaci¨®n.
-Se march¨® muy triste, muy cari?osa. Helga era as¨ª. Cambiaba de estado de ¨¢nimo continuamente. Nunca m¨¢s me llam¨®. Nunca m¨¢s supe de ella. Ya les dije que era muy orgullosa. Yo siempre la hab¨ªa envidiado. Admiraba su independencia y en cambio llegu¨¦ a despreciar mi vida c¨®moda, instalada. Pero cuando la vi y comprob¨¦ lo que hab¨ªa hecho de ella la libertad... -la mujer se volvio para abarcar a Dorotea y a Carvalho- Porque una cosa es la libertad y otra el libertinaje. ?No es cierto?
Carvalho dijo de pronto sin levantar la vista del suelo:
-?Qui¨¦n era el padre del hijo que esperaba?
Del perfil de Gilda tan cercano a Dorotea s¨®lo se movieron los labios:
-?Qu¨¦ dice Vd.?
-?Su hermana estaba en estado cuando se march¨® de aqu¨ª?
-Eso es urja calumnia.
Carvalho suspir¨® y se qued¨® mirando a las dos mujeres, enmarcadas en la misma ventana, las dos a disposici¨®n de lo que dijera o de su pr¨®ximo suspiro. ?Qu¨¦ estaba pasando? ?De d¨®nde sal¨ªan tantas piezas complementarlas en la vida de una inmigrada de la que no sab¨ªa siquiera por qu¨¦ se hab¨ªa marchado de Argentina y por qu¨¦ se, hab¨ªan marchado su hermana, su cu?ado, Rocco el protector, Dieste su descre¨ªdo descubridor art¨ªstico?-?Por qu¨¦ tuvo que marcharse su hermana de Argentina?
-No tuvo que marcharse. Quer¨ªa hacer carrera aqu¨ª. Eran los a?os de la depresi¨®n que sigui¨® a la derrota de las Malvinas, los a?os de la deuda externa.
-?Y Vd.? ?Por qu¨¦ se vino Vd.?
-Porque me vine yo, su marido...
La voz hab¨ªa sonado en un lateral del sal¨®n y hacia ella se volvieron sobresaltada Gllda, sorprendida Dorotea y cauto Carvalho. Ante ellos aparec¨ªa un prototipo de triunfador de dise?o, r¨¦cord del Guinness como el hombre m¨¢s solvente del mundo, con el aspecto de ser pesado todas las ma?anas en oro y catecismos de las m¨¢s importantes religiones. Gilda no sab¨ªa d¨®nde meterse, pero ya estaba atravesada en la mirada helada de su marido. Las cejas del due?o de la casa ped¨ªan una explicaci¨®n a los intrusos, no a su mujer que se hab¨ªa convertido en un ama de llaves poco escrupulosa que ya recibir¨ªa su correctivo.-?Han venido Vd es por algo oficial? ?Est¨¢n buscando a alguien?Carvalho no le contest¨®. Se dirigi¨® a Gilda:
-Pensaba dec¨ªrselo de otra manera, pero su hermana ha muerto. La polic¨ªa no tardar¨¢ en dar con Vd. A¨²n no sabe que la vagabunda aparecida asesinada est¨¢ emparentada con gente tan distinguida.
El dise?o humano se hab¨ªa llevado la mano a los ojos para contener la tribulaci¨®n y con la otra ped¨ªa que su mujer se le acercara para abrazarla con m¨¢s comodidad. Pero Gilda no se mov¨ªa. Miraba ahora a Dorotea a la espera de que le confirmara la noticia y su asentimiento la hizo retroceder. Fue a por ella su marido, esta vez con el abrazo preparado, pero cuando trataba de abarcarla como un pulpo, Gilda le detuvo con las palmas de la manos abiertas, parapeto contra el que choc¨® violentamente el hombre solvente y le hizo trastabillar. Sali¨® corriendo Gilda pero antes tuvo tiempo de llamar malnacido a su marido y ¨¦l movi¨® los brazos en aspa pidiendo comprensi¨®n, discreci¨®n, respeto a tan delicado momento. Cuando dej¨® de emitir el mensaje gestual lo dijo de palabra:
-Les pido comprensi¨®n, discreci¨®n, respeto a tan delicado momento. Les ruego que acudan a mi despacho, he aqu¨ª mi tarjeta, donde hablaremos largo y tendido de esta desoladora circunstancia.
Carvalho fue hacia ¨¦l para reducir una peque?a parte de todas las distancias que les separaban:
-La pr¨®xima vez que nos veamos, espero que sea Vd. m¨¢s cari?oso. Mi m¨¢s sentido p¨¦same.
Ya en la calle, Dorotea recapitulaba.
-?Recuerda lo que nos ha contado la hermana? Todo lo que formaba parte de nuestras vidas le parec¨ªa peque?o burgu¨¦s, mezquino. Dieste seequivoc¨® con la chica. Ten¨ªa car¨¢cter. Hace falta car¨¢cter para enfrentarse a este ejecutivo de acero inoxidable que ten¨ªa por cu?ado.
Vivi¨® su propia pel¨ªcula,la que nunca consigui¨® interpretar.
-Algunos escritores viven literariamente.Suelen ser unos pesados. Seg¨²n Vd.,Helga vivi¨® cinematogr¨¢ficamente. Tal vez convivir con ella fuera realmente dif¨ªcil.
Carvalho se detuvo y oblig¨® a Dorotea a tirar de las riendas de su voluntad de huida.
-Tenemos una cuesti¨®n pendiente. ?Qu¨¦ pinta Rocco en todo este asunto?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.