La muchacha que pudo ser Emmanuelle (13)
El silencio del cordero en salsa de alcaparrasPor MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN
FUE ROCCO, EN EFECTO. Hac¨ªa muchos, demasiados a?os que no le ve¨ªa y se me present¨® aqu¨ª. Con la extra?a pretensi¨®n de que le ayudara a encontrar a Helga, antes que los otros. Lo repiti¨® varias veces. Antes que los otros.-?Quienes eran esos otros?
Dorotea se ha encogido de hombros y aprovecha el descubrimiento de que hay tres cubiertos sobre la mesa para salir de la conversaci¨®n.
-Esperamos un invitado ?no?
-Mi vecino Fuster. He hecho hoy un plato que quiero d¨¢rselo a probar. Antes de que llegue. No se quede otra vez con media verdad de la media que me ha dicho. ?Quienes eran los otros? ?Qu¨¦ aterroriz¨® tanto a Helga como para venirse a Espa?a?,?Y su hijo? ?Es pura coincidencia que su hermana la siguiera hasta aqu¨ª? ?Por qu¨¦?
Pero Dorotea tiene la lengua tan paralizada como los ojos y es el momento escogido por Fuster para llamar a la puerta y forzar a Carvalho a abandonar el sal¨®n e ir a abrirle, intercambiar falsas indignaciones contra la lluvia, presentarlo, servivir bebidas y quedarse a la espera de que la argentina y el de Castell¨®n pongan de acuerdo lo que tanto le gusta al cabeza de huevo de Lifante, sus sistemas de se?ales. Carvalho se asoma a la ventana para ver llover sobre la ciudad, especialmente el desaf¨ªo de las aguas con las torres de la Villa Ol¨ªmpica, junto al charco del mar, gris, in¨²tilmente relavado por la lluvia.
-?Sabeis por qu¨¦ me gusta tanto mirar por la ventana? Los mediterr¨¢neos amamos los balcones, las azoteas, las ventanas, nos gusta asomarnos al exterior.
-Me interesa m¨¢s que me expliques esa f¨®rmula del cordero al Languedoc.
El comentario de Fuster le saca de la ventana y da la cara a sus dos invitados. Dorotea traguea algo sin alcohol y pone cara de nostalgia y sufrimiento cada vez que justifica por qu¨¦ no toma alcohol y cree necesaria una justificaci¨®n a cada sorbo. Como toda su generaci¨®n hab¨ªa bebido demasiado, eso era todo. Ahora espera las explicaciones del anfitri¨®n desde la sospecha de que sigue siendo un bluf su conocimiento culinario.
-Seg¨²n creo, el cordero con salsa de alcaparras es una receta del Languedoc, aunque podr¨ªa ser perfectamente italiana, incluso espa?ola si los espa?oles supieran hacer con el cordero algo m¨¢s que quemarlo a la brasa o marearlo en los asadores rotatorios. Hay que trocear el cordero, preferentemente pata delantera o trasera. Saltear escalonias en grasa de oca, aunque si repugna la grasa animal, puede ser sustituida por aceite aromatizado por una punta de grasa de oca. Se retira la escalonia y en el aceite aromatizado se saltea la carne, se le a?ade ajo, perejil, las escalonias, se espolvorea con harina, se sazona con sal y pimienta, se vierte el vino blanco en la proporci¨®n que exija la carne y no pasa nada si hay que a?adir m¨¢s vino, pero sin emborrachar el guiso. Seg¨²n tambi¨¦n lo callada que est¨¦ la bestia, seg¨²n lo que dure el silencio de la carne, ha de cocer de media a una hora de cocci¨®n. Aparte se hace un pur¨¦ con acederas y espinacas y si no se tienen acederas, como es el caso, pues bastan las espinacas y a este pur¨¦ se a?ade el jugo de la cocci¨®n y de tres a cuatro cucharadas de alcaparras seg¨²n lo partidarios que sean del asunto los comensales. Se sirve el cordero separado de la salsa de alcaparras. ?Os gustan las alcaparras?
-No pienso en otra cosa.
-La alcaparra es uno de los frutos m¨¢s humildes de la tierra y en conserva alcanza uno de los sabores m¨¢s delimitados. Nada sabe a alcaparra. S¨®lo las alcaparras.
Fuster no est¨¢ de acuerdo y aduce que la alcaparra es fruto para ensaladas y que si ha entrado en algunas cocinas espa?olas es atrav¨¦s de la influencia italiana. Mediterr¨¢nea, corrige Carvalho, tanto en Mallorca como en Menorca o Murcia la alcaparra es algo m¨¢s que una nota de amargura en las ensaladas.
-Ieienus raro stomachus vulgaria temnit. Un est¨®mago en ayunas raramente desde?a los alimentos m¨¢s vulgares -sentenci¨® Fuster des deflosamente.
El plato mereci¨® el entusiasmado batir de palmas de Dorotea que acostumbraba a comer cualquier cosa porque una mujer sola ?para qu¨¦ va a ponerse a cocinar? Cuando hablaba en exagerado se le escapaba la eufon¨ªa de todos los pijos de la tierra, con las vocales cansadas de tanto so portar el peso de las consonantes. ?Vino Marqu¨¦s de Gri?¨®n? ?Lo compra Vd. porque le gusta la nobleza?
-No se?ora. Compro este Cabernet Sauvignon, M¨¢rques de Gri?¨®n, porque el se?or marqu¨¦s tiene que pasarle una pensi¨®n a Isabel Preysler y as¨ª le ayudo a pagarla.
Dorotea se permiti¨® inicialmente tomar un vasito, s¨®lo un vasito de vino, pero dej¨® de autocontenerse y le dio a la botella como si se preparara para cantar un corrido. Carvalho decidi¨® encender la chimenea y se sent¨® ante la arquitectu ra de la le?a. Ten¨ªa un libro entre las manos. Era Tahip¨ª, para¨ªso de los mares del sur, de Melville
-?De que va hoy? -Fuster.
-Sobre la mentira del sur. No lo s¨¦. Quemo como un b¨¢rbaro, ni me preocupo de la selecci¨®n. Antes era diferente. Los quemaba porque los hab¨ªa le¨ªdo, muchos a?os despu¨¦s de haberlos le¨ªdo.
-?Cu¨¢ntos libros ten¨ªas?
-Diez mil.
-?Diez mil? -a Dorotea le gustaba sentirse sorprendida, pero casi lanz¨® un alarido de avestruz degollado cuando Carvalho destroz¨® el libro y lo situ¨® en el centro de la futura fogata. Prendi¨® fuego al papel y las llamas subieron hacia el tiro de la chimenea, poniendo sombras discont¨ªnuas en el rostro aun pasmado de la mujer que miraba el fuego y luego ped¨ªa respuestas a Fuster, desentendido o a Carvalho s¨®lo pendiente del buenhacer de las llamas. Dorotea se dedic¨® a examinar los libros superviventes, acarici¨¢ndolos con las yemas de los dedos, como si les animara a resistir las pruebas que les esperaban.
-Diez mil libros. Veo que tiene un libro que hoy poca gente conoce La Imaginaci¨®n Liberal, de Trilling.
Carvalho asinti¨®.
-Deb¨ª haberlo quemado hace tiempo. D¨¦jelo a la vista porque lo usar¨¦ en la pr¨®xima fogata.
-?Me lo da?
-No. Aprecio sus buenos sentimientos indultadores pero, no. El que quem¨¦ de Trilling fue La mitad del camino, una novela. Era el retrato del miedo de los materialistas dial¨¦cticos e hist¨®ricos al fracaso. Recuerdo que los comunistas nunca acept¨¢bamos los fracasos, eran s¨®lo errores. ?C¨®mo -¨ªbamos a aceptar entonces la muerte?
Dorotea parec¨ªa desconcertada por el desvelamiento cultural de Carvalho.
-La muerte, ah¨ª est¨¢ el fracaso, la evidencia de la estafa - continu¨® Carvalho.
-?Y qu¨¦ tiene que ver todo ese discurso con la quema de libros? La cultura es el ¨²nico consuelo frente a la muerte.
?T¨² tambi¨¦n Fuster me traicionas por la espalda? Carvalho quiso explicarse. A la hora de la verdad es preferible hacer caso a los boleros, a los tangos. Los libros no ense?an a vivir. S¨®lo te ayudan a enmascararte. Son¨® el tel¨¦fono. Biscuter hablaba con embarazo y carraspeaba demasiado.
-?No est¨¢ solo?
-No.
-?Visitantes inc¨®modos?
-Desde luego, jefe.
-?Polic¨ªas?
-?Qui¨¦n si no?
Pero a Biscuter algo o alguien le apart¨® del tel¨¦fono y Carvalho asisti¨® al estreno mundial de sus relaciones telef¨®nicas con Lifante. Le comminaba a descender a Barcelona inmediatamente porque hab¨ªa evidentes s¨ªntomas de que estaba interfiriendo la acci¨®n de la justicia. Hablando casi nunca la gente se entiende, opuso Carvalho. Fue cuando Lifante cit¨® a Roland Barthes
-Como dice Barthes, hay que distinguir entre Lengua, Habla y Lenguaje.
-Precisamente esta noche la he dedicado al silencio, al silencio de los corderos balsamizados por la salsa de alcaparras.
-?Viene o no viene?
-Ma?ana ser¨¢ otro d¨ªa. Pasar¨¦ por su negocio.
-?Est¨¢ con Vd. la ciudadana argentina Dorotea Samuelson?
-? Por qu¨¦?
-D¨ªgale que nos tememos que le haya pasado algo a Rocco, Rocco Cavalcanti.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.