Querido tabaco
El que suscribe, Bonifacio Mart¨ªnez Santiponce, de 53 a?os, divorciado, detective, se dirige a usted, caro tabaco, para manifestar:Que el doctor J. Carillo Kabana me ha prohibido fumar para el resto de mis d¨ªas por culpa de una cruel angina de empacho. El doctor no habla de boquilla ni se anda por las ramas: "Si no deja la cajetilla, le meten a usted en una caja". Yo soy muy sensible ante estas insinuaciones. Comparado con la salud, lo dem¨¢s me importa un pitillo.
Debo manifestar, sin embargo, que he amado al tabaco apasionadamente. En los ¨²ltimos 25 a?os me he metido entre pecho y espalda tres paquetes diarios, es decir, un total de 1.642.500 cigarrillos. Y ahora, al evocarte, truja querido, se me alteran los humos y el humor. Porque no s¨®lo es ese mill¨®n y medio largo. Anteriormente, cuando era un rapac¨ªn de nueve a?os, me fumaba la clase a menudo con otros impresentables como yo y nos ¨ªbamos a un patatar a liar pitos con las hojas del tub¨¦rculo. M¨¢s adelante me pas¨¦ a los Ideales, pero los fui perdiendo en la adolescencia para enviciarme con animales como el Bisonte o el Camel. Cuando cambi¨® mi Fortuna me lie con el americano. Y as¨ª, hasta la fecha, la nicotina me ha acompa?ado fielmente en los momentos cruciales de mi existencia.
Un servidor (aunque me digan que estoy como una cabra) habl¨® mucho con las estatuas y las invit¨® a fumar. Don P¨ªo Baroja, que est¨¢ a ras del suelo en el Retiro, fuma como un carretero: lo mismo le da rubio que negro, cuarter¨®n que picadura. Don Ram¨®n Mar¨ªa del Valle Incl¨¢n, el de Recoletos, es m¨¢s fino, y le pega al Abdulla. El se?or Alonso Mart¨ªnez, de la plaza del mismo nombre, es m¨¢s puro y s¨®lo le da al Davidoff. Don Emilio Castelar es infumable y milita con ardor en las huestes antitabaquistas. Que le den mucho por ah¨ª.
En fin, querido tabaco, de alguna manera tendr¨¦ que olvidarte, pero no es f¨¢cil, ya sabes. ?Ay, Dios! Y hablando de Dios, bueno, adi¨®s.
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