Pasarela hacia el Sur
La cervecer¨ªa El Brillante de la glorieta de Atocha y del Emperador Carlos V es un paradigma luminoso de adaptaci¨®n a los tiempos, un ejemplo fulminante de c¨®mo algunos establecimientos tradicionales madrile?os han sabido capear la ofensiva de las comidas r¨¢pidas sin perder sus esencias castizas, pero incorporando a su arsenal de prote¨ªnas muchas de las armas de sus enemigos.En El Brillante se despachan sin tregua orondos bocadillos de calamares y longil¨ªneas y quebradizas baguettes, chapatas y callos a la madrile?a, pizzas, churros, patatas bravas, hamburguesas y boquerones en vinagre, palomitas de ma¨ªz y lo que haga falta, para no perder el tren, de los tiempos que parte de la estaci¨®n de Atocha.
La cervecer¨ªa atiende a los as¨¦pticos viajeros del tren de alta velocidad AVE y a los sudorosos usuarios de las l¨ªneas de ferrocarriles de cercan¨ªas. Turistas y forasteros reci¨¦n desembarcados se paran un momento a descifrar los m¨²ltiples y coloridos reclamos del establecimiento, su omn¨ªvora carta de especialidades aut¨®ctonas e internacionales.
Los numerosos gorriones que picotean entre las mesas de la terrazaa de El Brillante tienen fama de ser los m¨¢s voraces y peleones de su inn¨²mera grey urbana.
Ajeno a sus campales disputas y asechanzas, el cronista bebe cerveza y pasa revista desde su confortable apostadero a los transe¨²ntes, muchos y con muchas prisas, en esta ma?ana que se?ala el inicio de una nueva tanda de vacaciones.
El cronista prefiere hoy darle la espalda al f¨¦rreo y negr¨ªsimo caparaz¨®n de la estaci¨®n de Atocha, decimon¨®nico por un pelo, adelantado de la ingenier¨ªa constructiva del siglo XX alumbrada por Eiffel. Liberado de aquel horrendo scalextric, mayoritariamente odiado por nativos, residentes y viajeros en tr¨¢nsito, el formidable hangar impone de nuevo su presencia con autoridad sobre el paisaje de la plaza, pero el cronista hoy est¨¢ m¨¢s atento al paisaje humano que hormiguea por sus aceras.
La generalizada tendencia hacia el pantal¨®n corto de la poblaci¨®n masculina adulta durante la estaci¨®n estival ofrece un heter¨®clito y bastante lamentable surtido de pantorrillas peludas, rodillas prominentes, piernas que emergen como badajos de campana por la embocadura de flameantes shorts y audaces bermudas.
Extremidades m¨¢s t¨ªmidas cuando m¨¢s adultas que se ruborizar¨ªan si pudiesen ante la osad¨ªa de s due?os, que han decidido exhibirlas de la noche a la ma?ana, sin previo aviso, tras largos a?os de pudorosa cautividad.
El cronista omitir¨¢ por fin el p¨¢rrafo paralelo dedicado a las extremidades femeninas, planteado desde un prisma mucho m¨¢s favorable, desde una subjetividad impropia de su oficio. A las piernas femeninas, desde luego, se las nota m¨¢s oficio, un at¨¢vico y faldicorto desparpajo para desfilar por esta improvisada pasarela Atocha que se ha montado para su exclusivo disfrute el observador matutino, que se reprime para no aplaudir al paso de las creaciones m¨¢s espectaculares del dise?o vestimentario popular y espont¨¢neo, vivero de tendencias de vanguardia y sagrada urna en la que se conservan las m¨¢s rancias tradiciones celt¨ªberas en materia de trapos.
El cronista contabiliza incluso un par de boinas firmemente atornilladas a los respectivos cr¨¢neos de una pareja de rubicundos y provectos campesinos a los que les faltan la faja, la garrota y la cesta de las gallinas para homologarse como ¨¦mulos de Paco Mart¨ªnez Soria, humorista aut¨®ctono y aragon¨¦s, que as¨ª ataviado incorpor¨® en esta plaza el arquetipo cinematogr¨¢fico del paleto reci¨¦n llegado a la urbe, adalid socarr¨®n de la gram¨¢tica parda y n¨¢ufrago amenazado por los embates del tr¨¢fico de una ciudad que no era para ¨¦l.
. De vez en cuando, la visi¨®n del observador es entorpecida por las amplias espaldas de un vigilante jurado que ha contratado la cervecer¨ªa para imponer espeto a los gorriones y a los pedig¨¹e?os, a los escandalosos y a los amigos de lo ajeno, que siempre contaron con la glorieta de Atocha como una de sus primeras plazas, coso de actuaci¨®n preferente de habilidosos carteristas, descuideros y timadores.
En las proximidades de la estaci¨®n bord¨® un genial Tony Leblanc su creaci¨®n del tonto del timo de la estampita, modelo inalterable para numerosos imitadores de la vida real.
El guardia de la terraza ha detectado al primer golpe de vista el merodeo subrepticio de una joven yonqui que trata de disimular vistiendo sus mejores galas su condici¨®n mendicante.
Delgada y quebradiza como una baguette, crucificada bajo un holgad¨ªsimo rop¨®n que cuelga informe hasta sus descarnados tobillos, sobrada de maquillaje y hu¨¦rfana de dientes, la infeliz esfinge se ha dejado caer en la mesa que ocupa una robusta, rubia y desma?ada walkiria germ¨¢nica que escribe postales y sorbe un granizado de lim¨®n con pajita. El celoso guardi¨¢n desbarata el intento de aproximaci¨®n con un sencillo y autoritario gesto, sin derrochar una palabra.
La glorieta de Atocha y del Emperador Carlos V sigue siendo la puerta meridional de Madrid, su frontera al Sur. La estaci¨®n ferroviaria, "la m¨¢s hermosa y mejor situada de Madrid", escribe R¨¦pide, sustituye a una construcci¨®n anterior ubicada en el mismo emplazamiento desde la que parti¨® el primer ferrocarril, que llegaba hasta Aranjuez, el Tren de la Fresa, en 1851, y que fue devorada por un incendio a?os despu¨¦s.
La nueva estaci¨®n naci¨® desde luego incombustible, aunque tenga el color del carb¨®n.
Otro edificio singular de la glorieta, contempor¨¢neo a la estaci¨®n, es el del antiguo Ministerio de Fomento, hoy Ministerio de Agricultura, obra del arquitecto Ricardo Vel¨¢zquez, que destaca por sus patios interiores cubiertos de hierro y cristal y por los grupos escult¨®ricos que coronan su fachada, obra del artista Querol.
Las esculturas encaramadas en su cubierta en realidad son copias m¨¢s ligeras de las originales, que con su peso hac¨ªan peligrar la seguridad del edificio.
Posteriormente, los originales de estas grandes esculturas, que durante a?os languidecieron en un almac¨¦n "a la espera de destino, fueron instalados en la plaza de Legazpi en medio de una operaci¨®n desplegada con gran aparato, dadas las enormes proporciones en juego.
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