Breve adi¨®s a Tete Montoliu
Se pon¨ªa en pie con cierta torpeza al terminar la ¨²ltima canci¨®n, giraba en direcci¨®n al p¨²blico sin dejar de apoyarse en el piano y hac¨ªa algunas inclinaciones r¨ªgidas y sumarias, tan r¨ªgidas y tan separadas entre s¨ª como sus extra?as sonrisas de hombre ciego, en las que no participaban otros m¨²sculos que los de la boca. Tras los cristales anchos de sus gafas, que sol¨ªan tener monturas de pl¨¢stico rosa o naranja, se entreve¨ªan sus ojos, cada uno perdido del otro, un p¨¢rpado muy alzado o medio ca¨ªdo, los ojos sin utilidad ni sosiego, gui?ados a veces como si los hiriese una luz, la de los focos que siempre lo alumbraban y que ¨¦l no vio nunca, la luz que viraba a tonalidades m¨¢s suaves y c¨¢lidas cuando se inclinaba sobre el piano y empezaba a tocar.S¨®lo entonces no parec¨ªa perdido: dirig¨ªa con gestos seguros y eficaces a sus m¨²sicos, con una mano que se iba alzando poco a poco y ca¨ªa de golpe para se?alar el final de un solo o la entrada de un instrumento, con un adem¨¢n de la cabeza, incluso de los hombros. Mientras tocaba su cara iba cambiando con una especie de entrecortada fluidez, de un segundo a otro, como pod¨ªa cambiar la entonaci¨®n o el ritmo de su m¨²sica. Pon¨ªa cara de felicidad, de sorpresa, de dolor, de broma, de disgusto, y cada vez era una cara distinta, la de un hombre que nunca se ha mirado en un espejo, que vive de otra manera en el mundo y tambi¨¦n en la m¨²sica, enclaustrado en ella y en su personal oscuridad, vulnerable entre tanta gente, en el espacio inmenso, confuso y c¨®ncavo de un teatro donde resonaban durante largos minutos aplausos entusiastas. A veces, despu¨¦s de quedarse un rato de pie junto al piano, rozando con un gesto furtivo las teclas mientras se inclinaba, con una expresi¨®n de agradecimiento, de cortes¨ªa, de cierto embarazo, se encog¨ªa de hombros, volv¨ªa a sentarse, y dec¨ªa con aquel tremendo acento catal¨¢n
-Si insisten...
Y entonces el hombre ciego y vulnerable, con su cara seria de administrativo, con su traje correcto y un poco anticuado, con sus gafas de pl¨¢stico rosa o naranja que a veces fosforec¨ªan a la luz de los focos, lanzaba las dos manos blandas y blancas sobre el teclado y suced¨ªa en pocos segundos un nuevo arrebato, la larga y delicad¨ªsima insinuaci¨®n de una balada o un s¨ªncope de quiebros bebop. Ten¨ªa una virtud que tal vez es cardinal en el jazz, donde la m¨²sica es sobre todo el m¨²sico que la ha tocado o la est¨¢ tocando: ten¨ªa la virtud parad¨®jica de ser ¨¦l mismo y ser otros pianistas, as¨ª que a veces o¨ªrlo tocar, especialmente si tocaba solo, era como asistir a una sesi¨®n de espiritismo: pod¨ªa tocar con las suntuosidades mel¨®dicas de aquel otro gran pianista ciego, Art Tatum, con la suprema introspecci¨®n de Bill Evans, con las disonancias, los laconismos, las aleaciones de sutileza y sarcasmo del anacoreta Thelonious Monk, con la poes¨ªa nerviosa de Bud Powell. Pero siempre era ¨¦l mismo, tan irreductible en la singularidad de su estilo como en la de su persona, educado y brusco, tan raro entre los dem¨¢s m¨²sicos en el escenario y fuera de ¨¦l, apasionado y seco, retr¨¢ctil en sus ademanes, rodeado defensivamente de una moderada leyenda de excentricidad: no s¨®lo asist¨ªa en el Camp Nou a los partidos del Bar?a, sino que m¨¢s de una vez, si un concierto le coincid¨ªa con un partido de mucha importancia, sal¨ªa al escenario dotado de una radio peque?a y de un discreto auricular, y escuchaba la transmisi¨®n al mismo tiempo que urd¨ªa una versi¨®n memorable de Round midnight.Una vez, despu¨¦s del concierto, en el camerino, un espectador emocionado, aunque algo desorientado, se acerc¨® a pedirle un aut¨®grafo. ?l no se neg¨®. Su mujer le puso un bol¨ªgrafo entre los dedos de la mano derecha, y gui¨¢ndola con la suya, le ayud¨® a trazar unas letras separadas y grandes sobre una hoja de papel: Tete. Aquella mano, tan ¨¢gil en el piano, ten¨ªa ahora una cualidad torpe y pasiva, como la que hab¨ªa percibido yo al estrecharla. Hab¨ªa entrado en el camerino, un sitio grande y vac¨ªo, y desde la puerta hasta el lugar donde se hallaba ¨¦l hab¨ªa cierta distancia un amigo com¨²n le indic¨® mi presencia, y ¨¦l se puso en pie y adelant¨® la mano extendida, pero a m¨ª me pareci¨® que yo tardaba mucho en recorrer la distancia que nos separaba, en acercarme a aquella mano adelantada e inerme en una oscuridad que yo no era capaz de imaginar.
Pod¨ªa llenar ¨¦l solo y habitar de m¨²sica una gran sala de concierto: queda el testimonio de su actuaci¨®n solitaria en el teatro Real de Madrid. Pero tambi¨¦n ten¨ªa la flexibilidad necesaria para convertirse en acompa?ante de otros m¨²sicos, esfum¨¢ndose si hac¨ªa falta, quedando al margen como un excelente actor secundario, o enred¨¢ndose en duelos de maestr¨ªa con otros solistas: yo lo vi en un mano a mano alucinante con el vibrafonista Bobby Hutcherson, y he tenido la fortuna de asistir a su encuentro con Dizzy Gillespie o con Phil Woods. En un disco antiguo en el que tocan juntos Ben Webster y Don Byass, compitiendo entre s¨ª con una vehemencia de luchadores viejos, magistrales y exhaustos, el piano de Tete Montoliu a?ade un alma abrasada de blues. Toc¨® con los mejores, aprendi¨® de ellos, fue uno de ellos. O¨ªrlo en un tr¨ªo bien compenetrado, con el bajista dan¨¦s Niels O. Pedersen y el sutil y el¨¢stico bater¨ªa Billy Higgins, era descubrir que el tiempo se hab¨ªa convertido imperceptiblemente en m¨²sica, que viv¨ªa uno tan circundado y vivificado por ella como por el aire que alimentaba su respiraci¨®n. Cada sesi¨®n, ya digo, ten¨ªa algo de sesi¨®n de espiritismo, y en esos momentos se invocaban las almas del tr¨ªo de Bill Evans a principios de los a?os sesenta, y se creaba, entre los m¨²sicos y quienes los escuch¨¢bamos, un recogimiento meditativo y el claustral como de m¨²sica de c¨¢mara.Quiero seguir acord¨¢ndome del Tete Montoliu de entonces, olvidar enseguida sus ¨²ltimas fotos, la calavera prematura del c¨¢ncer y la quimioterapia. Si ¨¦l congregaba en torno al piano las almas de Thelonious Monk, de Bud Powell, de Bill Evans, a nosotros nos queda el espiritismo de invocar en los discos a Tete Montoliu.
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