Un verano en capilla
Pasqual Maragall y Diana Garrigosa preparan su escapada romana . Incertidumbre nupcial, dentro de lo inevitable
Empecemos hoy por el final. Digamos que faltan únicamente 38 días, sin contar el 4-0, para la Real Boa, y yo aún no sé qué ponerme, salvo zapatos cómodos, porque, al cortarse el tráfico por imperativos de muchedumbres enardecidas gritando "?Guapa!', seguro es que a los periodistas nos tocará caminar de lo lindo. Yo pierdo una rótula cada vez que se casa una Infanta de Espa?a. Espero que la. boda del Príncipe me alcance antes de la Edad del Fémur.En cuanto al vestidilogio, para el dise?o nupcial del traje de do?a Cristina, se susurra el nombre del modista Lorenzo Caprile, seguido a pocas sisas y un corte de mangas por Petro Valverde, que si no recuerdo mal vistió a do?a Elena en su enlace, y Tony Benítez, que hizo lo propio con la reina Sofía en tal ocasión.
Yo, con toda seguridad, llevare pamela negra, ideal para esconder la faz en actos de compromiso, como ceremonias de matrimonio y juicios por asesinato, que a menudo no son más que los capítulos primero y último de una historia de amor. De hecho, en contadas ocasiones, he pensado en casarme sólo por darme el gusto de lucir pamela; en asesinar, he pensado mucho más frecuentemente. Pero todos sabemos que la Reina prefiere la mantilla, que le sienta muy bien a su real cabeza.
Una de las mejores seguridades que podemos tener, dentro de la angustia de esta espera, de estos días vanos sin saber cómo será el modelito ni cuántos cubiertos habrá que poner a la mesa, es que los invitados serán de fuste y que, al menos, a los periodistas que seguiremos el evento desde la puerta y sobre nuestros respectivos mu?ones, no se nos obligará, por ejemplo, a ver entrar a Rappel con un Blusón Premamar, aunque nadie podrá impedir que la hiena que ríe y toda la Panda del Coágulo se luzcan en chaqué, quizá también con las crías. Ello, no obstante, no opacará la elegancia del acto.
Alguien que viajará. expresamente desde su refugio sabático es el hoy aún alcalde de Barcelona y tal vez futuro president de la Generalitat, Pasqual Maragall. Intentando mantenerse al margen de los dimes y diretes acerca de su candidatura al preciado (sobre todo por Pujol) cargo, Maragall y su mujer, Diana Garrigosa, han pasado unos días más o menos tranquilos en Rupiá, y se han dejado caer a cenar por alguna casa de amigos que no hablan de política con ellos. La otra noche le tuve a mi lado, y lo más relacionado con sus ocupaciones que dijo fue que le gusta el Guggenheim de Bilbao y que creé que este edificio será, para la ciudad norte?a, un símbolo de renacimiento e impulso. ?l y su mujer están encantados con largarse a Roma una temporada. Ya tienen colegio para su hijo y pronto dispondrán también de casa: "Sólo he puesto dos condiciones", afirmó Diana Garrigosa, que compareció en la cena con un cestillo de uvas de su huerta. "Y es que tenga una terraza como la de Vacaciones en Roma, y una habitación para invitados". Pero Garrigosa, que es realísta, cabeceó cuando se le preguntó cuánto durará su estancia allí. Debe de temerse que la política les haga regresar antes de la cuenta.
Aparte de la pérdida de huesos y las caminatas, otra cosa que me fastidia de las bodas reales es que, al ser nuestra Primera Familia tan estricta con el pedigrée de las monarquías a que pertenecen gran parte de sus invitados, no nos convida ni a Carolina ni a Afanías de Mónaco, ni a Lady Di y su Dodotis, y ni siquiera a Camilla Parker-Bowles, que no deja de ser The Other, The Other, sin un mal ring con una date por el inside. Esta situación anómala del heredero de la corona británica nos desluce cantidad los enlaces. Francamente, creo que no tendrían que, mostrarse tan estrictos, habida cuenta de que Camilla un día puede reinar y les puede guardar la pu?alada, trapera para asestársela entre los armi?os de los omóplatos cuando menos lo esperen. Siendo Camilla, además, presidenta de la Asociación contra la Osteoporosis, podría proporcionamos los primeros auxilios a las periodistas veteranas, y así se ahorrarían nuestro tradicional alarido de "?Hay algún médico entre los presentes?", que empa?a un poco el devenir de los esponsales.
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