Melancol¨ªa germ¨¢nica
El canciller alem¨¢n Helmut Kohl se halla en situaci¨®n harto complicada. Lo sabe ya todo el mundo, a pesar de que el exc¨¦ntrico embajador alem¨¢n en Madrid crea que es necesario ocultarlo. La coalici¨®n gubernamental de cristianodem¨®cratas (CDU), cristianosociales b¨¢varos (CSU) y liberales (FDP) pasa por su peor crisis desde que lleg¨® al poder en 1982. Y puede ser la definitiva. Todo parece indicar que cae en picado hacia el ocaso la estrella de Kohl, que tanto ha brillado durante estos quince anos y que lleg¨® a su cenit cuando consigui¨® de la URSS el visto bueno para la reunificaci¨®n alemana, en un ¨¦xito personal que sin duda le garantiza entrar en los libros de historia.Parad¨®jicamente, fue entonces cuando Kohl comenz¨® a sembrar de problemas su futuro. Su entusiasmo unificador le llev¨® a imponer, contra todo consejo, el cambio paritario entre el marco oriental y el DM. Entonces, corr¨ªa el a?o 1990, el encargado de santificar esta temeraria decisi¨®n pol¨ªtica ajena a toda realidad econ¨®mica fue Theo Waigel, su ministro de Hacienda, presidente de los cristianosociales b¨¢varos, siempre leal ¨¦l al canciller renano.
Siempre leal... hasta ahora. Waigel acaba de decir que est¨¢ harto del ministerio. Flaco favor a un canciller que intenta desesperadamente recuperar confianza. Si su ministro de Hacienda quiere tirar la toalla, no es dif¨ªcil concluir que ni tiene soluciones ni esperanzas de que existan.
Hay quien dice que Waigel se ha visto arrastrado por la melancol¨ªa. No es una broma ser hoy d¨ªa ministro de Hacienda en Alemania, con m¨¢s de dos billones de marcos de d¨¦ficit p¨²blico, un paro superior a los cuatro millones que un crecimiento previsto en el 2,5% no reduce, y un Parlamento temeroso de las reacciones de una sociedad aferrada a derechos adquiridos y opuesta a reformas imprescindibles. El Bundestag, los partidos, los sindicatos, los gremios y otros grupos de intereses est¨¢n logrando convertir Alemania en un parque jur¨¢sico hiperregulado del que huyen la inversi¨®n, el empleo y el sentido com¨²n. Se antoja imposible hacer cambios legales liberalizadores en este pa¨ªs. Los intentos de realizar una reforma fiscal han fracasado. Es menos que probable que as¨ª salgan bien las cosas.
No es de extra?ar, por tanto, que Waigel est¨¦ aburrido. Y busque tareas m¨¢s gratificantes. Como, por ejemplo, la de ministro de Asuntos Exteriores. Pero ese cargo lo ocupa el liberal Klaus Kinkel. Y no lo ostenta por ser un genio de , las relaciones internacionales, sino, exclusivamente, por ser dirigente de los liberales (FDP), el tercer partido de la coalici¨®n. Tras casi veinte a?os en manos de Hans Dietrich Genscher, y heredado despu¨¦s por Kinkel, el Ministerio de Exteriores es algo as¨ª como propiedad de este peque?o partido bisagra. Y no tiene intenci¨®n el FDP de que esto cambie. Waigel parece pensar que esto no es una realidad inamovible. Pero retocar el Gabinete en la situaci¨®n actual le tiene que dar miedo hasta al gigante renano.
Kohl se enfrenta, por tanto, a un panorama nada halag¨¹e?o. Con las finanzas descontroladas, en pleno proceso de convergencia hacia la uni¨®n monetaria, su ministro responsable de ordenarlas dice que prefiere dedicarse a otra cosa. El Gobierno hace agua por todas partes y van quedando pocos alemanes que crean que Kohl tiene soluciones para algo. Y la m¨¢xima obsesi¨®n del canciller, el euro, puede estar cada vez m¨¢s lejos, por mucho que lo niegue. Seg¨²n algunas informaciones, hasta ¨¦l empieza a reconocerlo en arrebatos de melancol¨ªa que debe haberle contagiado Waigel. As¨ª las cosas, lo ¨²nico que podr¨ªa salvar al renano de un desastre en las pr¨®ximas elecciones ser¨ªa que el partido socialdem¨®crata (SPD) insistiera en el haraquiri, presentando a Oskar Lafontaine como candidato a la canciller¨ªa.
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