El domador de mercados
La retirada de Felipe Gonz¨¢lez de la pol¨ªtica inmediata permite abrir a la izquierza espa?ola un periodo de reflexi¨®n. Dado que se ha impuesto un punto y aparte, ?cu¨¢l va a ser, a partir de aqu¨ª, el programa a presentar a la ciudadan¨ªa? Esta cuesti¨®n presenta dos niveles distintos de an¨¢lisis. Por un lado, los asuntos puramente t¨¢cticos. ?Se alcanzar¨¢ entendimiento entre IU y PSOE, superando el autismo comunista? ?Pueden injertarse olivos a la catalana, a la andaluza o a la espa?ola, y no s¨®lo a la gallega? ?C¨®mo articular el federalismo territorial con la direcci¨®n ¨²nica de la plataforma que aspire a la mayor¨ªa parlamentaria? Y sobre todo: ?qui¨¦n dirigir¨¢ la izquierda? El liderazgo es la cuesti¨®n esencial, pues si preguntas como ¨¦stas siguen abiertas no es por la p¨¦rdida del poder sino por la retirada de Gonz¨¢lez, que ha dejado hu¨¦rfana de liderazgo a la izquierda. Y la selecci¨®n de un l¨ªder no es tarea f¨¢cil, pues se precisa no s¨®lo brillo en las tribunas (como el de Borrell) y solidez organizativa (como la de Almunia), sino alguno m¨¢s dif¨ªcil de alcanzar: la confianza de los pares con quienes ha de cimentarse rec¨ªproca lealtad.No obstante, m¨¢s all¨¢ de estas tareas de cocina t¨¢ctica, queda la cuesti¨®n esencial: los objetivos ¨²ltimos de acci¨®n, es decir, la estrategia program¨¢tica. ?Hacia d¨®nde debe dirigir su vista la izquierda espa?ola a la hora de definir su propia senda pol¨ªtica? Pues bien, tambi¨¦n aqu¨ª se abre un vac¨ªo de incertidumbre como consecuencia de la retirada de Gonz¨¢lez. Hasta ahora, el compa?ero Felipe era el ¨²nico vig¨ªa indiscutible, que sab¨ªa encontrar el camino cuando la miop¨ªa llenaba de dudas a todos los dem¨¢s: el Mao del PSOE fue Gonz¨¢lez, dirigiendo la larga marcha desde Suresnes hasta la c¨²spide del 92, y cargando despu¨¦s con toda la responsabilidad por las culpas colectivas acumuladas, hasta ser crucificado en las elecciones ¨²ltimas. Es evidente que tan larga trayectoria tiene luces y sombras. Entre ¨¦stas destacan los Gales y Filesas, cuya tolerancia nunca ha sido explicada. Y entre aquellas otras brillan la definitiva superaci¨®n del golpismo y el ingreso en Europa. Pero hay algo m¨¢s importante que tales m¨¦ritos hist¨®ricos, y es su clarividencia pol¨ªtica.
Gonz¨¢lez supo adelantarse a su tiempo, adivinando el curso futuro del destino colectivo. Y donde mejor se vio esto no fue en su apuesta por la OTAN, que es un acierto al fin y al cabo menor (pues el resultado final de la guerra fr¨ªa ya estaba cantado), sino en su confianza en el mercado como instituci¨®n de progreso: algo que hoy reconocen todos los dirigentes de la izquierda europea, pero que nadie advirti¨® antes que ¨¦l (pues el jacobino Mitterrand s¨®lo se resign¨® forzado por la necesidad). Y dado el escaso bagaje te¨®rico de Gonz¨¢lez, su apuesta por el mercado s¨®lo cabe entenderla por puro instinto pol¨ªtico, m¨¢s all¨¢ del mero pragmatismo adaptativo. Y ese olfato pudo verse adem¨¢s estimulado por una explicable desconfianza hacia el Estado, que en la Espa?a posfranquista no estaba representado por una Administraci¨®n racional como la francesa sino por la m¨¢s olig¨¢rquica patrimonializaci¨®n de los cargos.
En cualquier caso, Gonz¨¢lez supo nadar contra corriente, optando por el mercado cuando toda la izquierda era keynesiana. Y esto le acarre¨® incomprensi¨®n, resentimiento e ingentes costes pol¨ªticos, entre los que destaca la resonante huelga general que signific¨® su ruptura con los sindicatos. Tan grave fue la resistencia, que Gonz¨¢lez vacil¨®, hasta ceder desorbitando los gastos de protecci¨®n social: del 89 al 92, el d¨¦ficit p¨²blico se dispar¨®, agravando la crisis del 93 y deteniendo durante un, lustro la ca¨ªda de la inflaci¨®n. Pero este desfallecimiento de su fe en el mercado pudo deberse m¨¢s a razones emocionales (por la lealtad personal traicionada) que a dudas pol¨ªticas de Gonz¨¢lez. Pues, pese a ello, su mejor testamento sigue siendo el voluntarismo con que supo navegar contra el viento, apostando por el mercado cuando todos lo demonizaban como el enemigo a vencer.
Hoy, sin embargo, estamos en otro tiempo. Por eso, aquella oportuna elecci¨®n de Gonz¨¢lez, que entonces fue un acierto clarividente, ahora ya no nos sirve. En la actualidad, la instituci¨®n divinizada son los mercados (as¨ª, en plural), a cuyos vientos cambiantes habr¨ªa que plegarse por aciago designio de la necesidad hist¨®rica. No obstante, siempre cabe decirle al destino que no. Es lo que hizo Gonz¨¢lez en su momento, oponiendo su voluntad pol¨ªtica contra la necesidad hist¨®rica que entonces parec¨ªa representada por el estatalismo keynesiano. Pues bien, cuando hoy la astucia de la raz¨®n parece imponer la necesidad hist¨®rica del neoliberalismo mercantil, lo clarividente resulta apostar contra el mercado, tratando de domesticarlo para restablecer la primac¨ªa de la pol¨ªtica sobre la econom¨ªa.
Los mercados son instituciones miopes, inciertas y aleatorias. Si s¨®lo te dejas llevar por ellos, est¨¢s condenado a vagar errante, trazando rumbos desorientados sin orden ni concierto, como corcho que flota en el agua movido al azar por corrientes contradictorias. Frente a ello, s¨®lo la voluntad pol¨ªtica permite domar la suerte, en feliz t¨ªtulo de Jon Elster. Para dirigir y gobernar las flaquezas de los err¨¢ticos mercados hace falta la fuerza de voluntad de una autoridad pol¨ªtica (aunque sea ¨¦sta la ya independiente autoridad monetaria), capaz de actuar como, un vig¨ªa que fija el rumbo, toma el tim¨®n y dirige la maniobra. Pero conviene desconfiar del poder tecnocr¨¢tico que s¨®lo gobierna en nombre del absolutista despotismo ilustrado. Frente a ese resto de estalinismo neocl¨¢sico hay que oponer la voluntad pol¨ªtica del l¨ªder democr¨¢tico, responsable ante sus electores y ¨²nico capaz de actuar como un domador de mercados.
En esta encrucijada europea, cuando m¨¢s arrecian las cr¨ªticas contra los efectos perversos del absolutismo de los mercados, la izquierda est¨¢ regresando al poder, como acaba de suceder en el Reino Unido o Francia. Pero ?con qu¨¦ programas? El Nuevo Laborismo de Tony Blair parece haber apostado por un liberalismo anglosaj¨®n con rostro humano, que contin¨²a cifr¨¢ndolo todo a la primac¨ªa del mercado soberano. En cambio, el viejo socialismo de Lionel Jospin parece estar retornando a un jacobinismo napole¨®nico de rostro europe¨ªsta, que persiste en confiar tan s¨®lo en la primac¨ªa del Estado soberano. Pero si malo parece el injusto mercado creador de empleo precario, peor resulta el deficitario Estado creador de empleo subvencionado. Por eso creo que se equivocan ambos, pues conviene retomar el viejo eslogan ¨¢crata que rezaba: ni amo ni patr¨®n. Es decir, ni Estado ni mercado. La soluci¨®n no puede estar ni en meter al mercado en la c¨¢rcel del Estado ni tampoco en soltarlo fuera dej¨¢ndolo escapar para que campe por sus respetos devorando m¨¢rtires cristianos. Lo que debe hacer el estadista es domar a los leones del mercado para que pasten sueltos y coman de su mano como mansos animales domesticados.
Esa tercera v¨ªa entre el Estado y el mercado es, por supuesto, la que conduce a la sociedad civil: ni estatalismo jacobino (heredero del absolutista despotismo ilustrado) ni liberalismo mercantil, sino aut¨¦ntico socialismo civil. Esta es, por ejemplo, la senda marcada por la socialdemocracia en Holanda, el pa¨ªs que invent¨® desde el siglo XVI la mejor y m¨¢s tolerante modernidad c¨ªvica. Y es tambi¨¦n, dentro de esos tres mundos del Estado del bienestar de que habla Esping-Andersen, la v¨ªa escandinava: ni estatal ni mercantil, sino individualista y comunitaria. Lo cual exige, s¨ª, apostar por lo p¨²blico y lo pol¨ªtico en contra de lo privado y lo econ¨®mico: pero no desde una ¨®ptica tecnocr¨¢tica, sino desde una perspectiva puramente civil, inmersa en el c¨¢lido espesor del tejido social.
?ste es el programa de acci¨®n a largo plazo que debiera proponerse construir la izquierda espa?ola, aunque para ello tenga que peregrinar en viaje de estudios a los Pa¨ªses Bajos.
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