La culpa
El pueblo brit¨¢nico busca un responsable, pero no acepta que sea un conductor borracho
Como en las t¨®picas novelas policiacas, ahora va a resultar que el asesino es el mayordomo. No puede ser. La historia de la alcoholemia del ch¨®fer deber¨¢ considerarse como un episodio que a?ade densidad a la narraci¨®n, pero no una prueba que acude a resolverla. En Inglaterra, donde el dolor de la tragedia se vive a fondo, ha sentado muy mal que la monumentalidad de esta cat¨¢strofe se ponga ahora en manos de un borracho. Ciertamente, el proceso que conduce a la muerte de Diana es, a la fuerza, algo m¨¢s que el desatino de un conductor profesional. De un lado, visiblemente responsables, est¨¢n los feroces paparazzi. De otro, semiocultos entre ce?os, oros y brocados se encuentran los conspicuos personajes de la Casa Real. Diana es un producto de las dos fuerzas. Puede que los fot¨®grafos hayan sido los autores indirectos de su destrucci¨®n, pero ?qui¨¦nes han construido m¨¢s Lady Di que ellos mismos? Igualmente, puede ser que la familia real brit¨¢nica haya mediado en el laberinto de circunstancias que abocan al t¨²nel de la noche aciaga, pero ?qu¨¦ beneficio habr¨ªa alcanzado la insulsa Diana sin el sabor real? Esta historia, por tanto, de tan diversos pliegues -las furias de la modernidad medi¨¢tica a un lado, la vieja crueldad del palacio al otro- no se disolver¨¢ de un golpe y menos con alcohol.Para fabricar el glamour de la princesa ha sido necesaria una qu¨ªmica incomparablemente m¨¢s compleja. Era necesario que la materia prima fuera en principio sosa. Pero la manipulaci¨®n ha requerido para lograr su ¨¦xito un par de oficiantes perversos. A lo que concierne a la familia real, su trabajo ha consistido en ir elaborando a la v¨ªctima. Traiciones ' despechos, censuras, actuaron para convertir a una chica pava en una err¨¢tica; pero tambi¨¦n rellen¨¢ndola con malicia.
Los paparazzi segu¨ªan un camino opuesto aunque engastado en el mismo carril. A cada paso que los de la realeza avanzaban en el martirio de Diana, los paparazi aprovechaban su da?o para sacarlo en color. Mientras de un lado la realeza, haci¨¦ndola suicida, desdichada y sola la humanizaba, los periodistas capitalizaban su relente infeliz haci¨¦ndola una estrella.
Viendo como se ha portado la familia Windsor incluso ahora,tras el fallecimeinto de Diana, los ingleses no dudan en atribuir su fatalidad al maleficio de oscuros castillos que entregaron sin escr¨²pulo su destino al azar. Con eso, adem¨¢s, los ingleses realizan un ejercicio de superaci¨®n hist¨®rica del que la monarqu¨ªa no les emancipa nunca, por mucho adulterio y mucho esc¨¢ndalo mundano que se haya propuesto acreditar. En cuanto a los paparazzi -a qu¨¦ enga?arse-, los ingleses adoran a los paparazi. Gracias a ellos las estad¨ªsticas colocan a los brit¨¢nicos a la cabeza del mundo en el consumo de diarios por habitante. The Dail Mail, The Mirror, The y Express, The Sun, forman una tropa entra?ada con el pueblo. Puede, efectivamente, que los reporteros gr¨¢ficos sean culpables de la extinci¨®n de Lady Di, pero ?c¨®mo concebir que, sin ellos, su personaje se iluminara tanto?
La corona, los tabloides, cada uno a su manera c¨®mplice, han creado la primera carne del mito y se han revelado despu¨¦s ante los Ojos del pueblo responsables de la carnicer¨ªa final. Diana ya no est¨¢ para contarlo. Le quedan sin embargo todav¨ªa, unos d¨ªas inquietantes, un funeral con las m¨¢ximas autoridades y un entierro con m¨¢s de un mill¨®n de vivientes para empezar a vengarse. Desde ahora, en un lugar de la escena los paparazzi son llevados a la picota, a los tribunales, a los parlamentos. Y, desde ahora, decisivamente la monarqu¨ªa brit¨¢nica perder¨¢ toda atracci¨®n. Parece mucha banalidad que, para sea lo que sea Occidente se atreva a hablar de un antes y un despu¨¦s de Lady Di. Nadie podr¨ªa creerlo. Pero ?qui¨¦n podr¨ªa creer que al menos a lo largo de tres d¨ªas los peri¨®dicos y emisoras de todo este mundo civilizado no hayan encontrado un asunto de mayor inter¨¦s? ?Condenar a los paparazzi? El mundo entero, convertido en clientela de la intimidad, est¨¢ emparentado con los paparazzi. Los paparazzi nos retratan, nos representan. Ser¨¢ por tanto, la instituci¨®n real, aqu¨ª tan incombustible, la que comience a arder el s¨¢bado mientras Lady Di, simult¨¢neamente, se vaya deshaciendo en cenizas.
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