Izquierda Unida y la ¨¦tica de la responsabilidad
La derecha en Espa?a gan¨® hace a?os la batalla por la unidad, circunstancia que con el apoyo de las derechas nacionalistas le permite gobernar en un pa¨ªs que vot¨® mayoritariamente a las izquierdas. ?Se precisa la desaparici¨®n de IU o su marginalizaci¨®n electoral para que la izquierda, gracias a la unidad, recupere el poder? Podr¨ªamos tener dos izquierdas a condici¨®n de que sus programas fuesen lo bastante diferentes como para competir por separado y lo bastante parecidos como para gobernar juntas. El PSOE debe persuadir al centro social si quiere obtener mayor¨ªas holgadas; radicalizar su programa ser¨ªa tanto como regalarle una nueva legislatura al Partido Popular. Corresponde, por tanto, a IU "ce?ir el viento" y aquilatar sus propuestas en el duro trabajo de competir por los espacios electorales, saliendo de ese espacio mental de l¨ªneas rect¨ªsimas, de inercias sin resistencia y de armon¨ªas eternas que se llama utop¨ªa. Es importante saber si, en el terreno no muy amplio que media entre el conformismo y la utop¨ªa, queda sitio para dos izquierdas; para encontrarlo no es preciso anclarse en la realidad de lo f¨¢ctico, pero s¨ª en la l¨®gica de lo posible. Y lo posible tras el fracaso econ¨®mico del "socialismo real" es una mayor o menor redistribuci¨®n social por medio de la fiscalidad y del gasto p¨²blico, es decir, lo posible no es la condena global del capitalismo en el sector productivo, sino la rectificaci¨®n de sus desequilibrios sociales por medio de la redistribuci¨®n del Estado. Es, precisamente, el no haber modernizado el partido en 1989, en no haberlo dotado de un programa actualizado y operativo en el horizonte socialdemocr¨¢tico, como lo hicieron los comunistas italianos, lo que aleja definitivamente a nuestros comunistas de cualquier proyecto que tenga que ver con la realidad del poder pol¨ªtico y de la acci¨®n social.Durante muchos a?os el PC cumpli¨® una important¨ªsima funci¨®n social: aglutin¨® la oposici¨®n a la dictadura, facilit¨® con su moderaci¨®n la transici¨®n a la democracia y la adaptaci¨®n a las nuevas circunstancias de la crisis econ¨®mica (Pactos de La Moncloa). Pero el hundimiento electoral de 1982, que le llev¨® de un 10% a un 4% de los votos, trunc¨® una l¨ªnea de modernizaci¨®n pol¨ªtica que se remonta a los a?os del eurocomunismo. Desde entonces reinan en el partido la involuci¨®n dogm¨¢tica y el sectarismo. No se trata de los gestos arrogantes, o de la pretenciosa teor¨ªa del sorpasso; no; debemos seguir el consejo de Anguita y centramos en su "programa, programa, programa". El programa econ¨®mico de IU descansa sobre el desprecio de las pol¨ªticas socialdem¨®cratas.Como el futuro resplandeciente de una econom¨ªa colectivista se ha eclipsado y el presente socialdem¨®crata se desprecia, no queda m¨¢s f¨®rmula que el pret¨¦rito: una autarqu¨ªa industrial con olor a naftalina, liberada de toda competitividad y anclada en el m¨¢s vetusto de los pasados. Este programa basado en experiencias de bien probado fracaso y despegado de toda racionalidad es el que sit¨²a a nuestros comunistas en un campo de acci¨®n que no pertenece ya a la pol¨ªtica, sino a los espacios siderales, a la astronom¨ªa.
?Qu¨¦ ocurre cuando un partido progresista se desconecta de la realidad pol¨ªtica perdiendo as¨ª su funci¨®n originaria? Realiza otras funciones: apoya a la derecha en sus proyectos de monopolio medi¨¢tico, coquetea con el fascismo vasco, divide a la izquierda y, finalmente, acaba por dividirse a s¨ª misma. Entre tanto, sus l¨ªderes y sus electores, apartados de la pol¨ªtica real, se recrean en un placer ¨¦tico que desde siempre ha sido objeto de fruici¨®n por parte de las "almas bellas": ser los "¨²nicos puros en el estercolero del mundo". Porque el partido ha pasado de ser un instrumento de acci¨®n social a ser un espejo complaciente de autorreconocimiento para quienes lo votan; por eso el atractivo de su voto no radica ya en imaginar las consecuencias pol¨ªticas y sociales que este voto pueda tener para el pa¨ªs; el atractivo del voto est¨¢ en auto reconocerse como uno de los pocos que pueden decirle al mundo: "T¨² eres inmoral y est¨²pido, pero yo no".
Max Weber (El pol¨ªtico y el cient¨ªfico) traz¨® las diferencias entre la "rnoral de la responsabilidad" y la "moral de la convicci¨®n". La moral de la responsabilidad no considera preferentemente la pureza de los principios, sino la eficacia de las acciones: por eso podr¨ªa llamarse una moral de las consecuencias o moral transitiva, ya que tiene en cuenta ante todo no la bondad de las intenciones, sino la repercusi¨®n efectiva que nuestra acci¨®n tiene en los dem¨¢s. Por el contrario, la "moral de la convicci¨®n" s¨®lo atiende a la pureza de los fines, sin tener en cuenta ni la eficacia de los medios ni las consecuencias reales de la acci¨®n. El verdadero centro de la "rnoral de las convicciones" no es el mundo sobre el que se act¨²a, ni los medios que permitan actuar (esa "raz¨®n instrumental" tan denostada por nuestros utopistas); el objeto mismo de la acci¨®n, que son los dem¨¢s, pierde inter¨¦s en comparaci¨®n con la gallard¨ªa del actor, que es uno mismo, el h¨¦roe del beau geste. Cuando la ¨¦tica alcanza tal grado de pureza, sus protagonistas han perdido ya de vista a los supuestos destinatarios de sus acciones; es entonces cuando, sublimada en el espejo de Narciso, la ¨¦tica se transforma en est¨¦tica: el voto ya no es un prop¨®sito dirigido a un fin transitivo situado fuera de quien lo emite; el voto adquiere las mismas cualidades que la elecci¨®n del propio atuendo: no es ya acci¨®n, sino estilo.
No es la eficacia pol¨ªtica la que ha llevado a Julio Anguita al liderazgo, sino m¨¢s bien su intensidad expresiva, su fuerza para interpretar el drama del fracaso pol¨ªtico y del rechazo radical del mundo. Como en la zorra y las uvas, el gesto altivo de la renuncia, ese gesto que se exhibe como af¨¢n pur¨ªsimo de justicia, se parece m¨¢s al dolorido sentir del perdedor pol¨ªtico que a la humana solidaridad con los perdedores sociales; no creo que el actual Gobierno, el hijo de la pinza, sea muy redistributivo en sus presupuestos. Los medios presentan a Anguita como Don Quijote, sin darse cuenta de que la pretendida caricatura es un piropo. Imag¨ªnese por un momento una tercera edici¨®n del Quijote en la que el motor de las acciones no fuera una generosa y equivocada ilusi¨®n, en la que el caballero andante supiera que los molinos eran molinos, pero los acometiera con la misma furia que en las anteriores ediciones; no para matar gigantes en los que ya ni ¨¦l mismo cre¨ªa, pues conoc¨ªa el libro que criticaba sus desventuras, sino para frustrar al bachiller oportunista y listillo que era Sans¨®n Carrasco. Esta tercera parte seria a¨²n m¨¢s triste que las anteriores, pues a un Quijote que hubiera perdido la inocencia ya s¨®lo le quedar¨ªa el resentimiento.
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