Un Paseo por la fauna urbanizada
Para generaciones y generaciones de ni?os criados en la jungla del asfalto madrile?o, Africa empezaba en la Casa de Campo, la ¨²nica selva, m¨¢s o menos virgen, a su alcance. Las fieras ten¨ªan entonces su casa en el domesticado parque del Retiro, donde viv¨ªan agobiadas por problemas tan humanos como el hacinamiento y la falta de espacio. Las visitas a la Casa de Fieras del Retiro siempre dejaban un poso de tristeza en sus visitantes infantiles, un desasosiego que ni siquiera las fren¨¦ticas pantomimas de los monos pod¨ªan evitar. Bostezaban los otrora majestuosos leones en sus jaulas sombr¨ªas con hedor de carro?a, y el oso, un oso pardo solitario, giraba confinado a perpetuidad en su claustrof¨®bica y exigua mazmorra circular pasando una y otra vez bajo el chorro de agua que brotaba del techo en una danza pat¨¦tica y mon¨®tona.Es la misma tristeza resignada que traslucen hoy los ojos de las ¨¢guilas reales recluidas en la pajarera del zoo de la Casa de Campo, reproducci¨®n exacta de la del viejo zool¨®gico del Retiro, ¨²nico vestigio del pasado en este parque mod¨¦lico en m¨¢s de un sentido. Los buitres, negros y leonados, de su vecindario parecen llevar algo mejor el encierro y pasean con aire satisfecho entre los restos de su fest¨ªn cotidiano encantados con el catering.
Sin duda, en el zoo de la Casa de Campo, que en 1972 sustituy¨® a la Casa de Fieras, el trato a los inquilinos, valga la paradoja, es m¨¢s humano, m¨¢s espacioso el alojamiento, m¨¢s equilibrada la dieta, con aire puro y ausencia total de rejas. En una apuesta osada, a¨²n m¨¢s audaz si miramos la fecha fundacional, los mentores del zoo descartaron el simulacro, no pretendieron imitar el paisaje nativo de sus pupilos con escenograf¨ªas falsamente naturalistas, las torres, rampas, fosos y dem¨¢s construcciones se distanciaron del realismo para buscar inspiraci¨®n en la escultura moderna y abstracta combinada ergon¨®micamente con su funci¨®n utilitaria. La antigua Casa de Fieras del Retiro fue creada por Carlos III, un rey con aficiones cineg¨¦ticas que por una vez dej¨® en palacio el arcabuz y se content¨® con la contemplaci¨®n de las especies que enviaban los virreyes de Am¨¦rica. Su primer emplazamiento estuvo junto al Jard¨ªn Bot¨¢nico, y junto a los animales americanos figuraban ejemplares de la fauna ib¨¦rica y una exigua representaci¨®n asi¨¢tica y africana. M¨¢s tarde, el zoo cambi¨® de ubicaci¨®n para trasladarse a las cercan¨ªas de la Puerta de Alcal¨¢, hasta que, tras los destrozos que sufri¨® el parque durante la guerra de la Independencia, Fernando VII traslad¨® sus instalaciones al lugar que ocuparon hasta la fundaci¨®n del nuevo parque.
El zoo-acuario de la Casa de Campo de Madrid ocupa una extensi¨®n de 20 hect¨¢reas, espacio m¨¢s que suficiente para que, por ejemplo, los osos pardos, herederos de la pobre bestia enjaulada del Retiro, gocen de un simulacro de libertad y monten espont¨¢neamente su improvisado espect¨¢culo de acrobacia recogiendo las golosinas que los visitantes, incumpliendo la taxativa y cl¨¢sica prohibici¨®n de dar de comer a las fieras, les arrojan. Pese al calor agobiante de esta tarde veraniega, cuatro robustos ejemplares reciben a los espectadores sobre dos patas, agitando las de lanteras en evidente gesto de salutaci¨®n para llamar la atenci¨®n de los donantes. Luego, atrapan en el aire directamente con la boca los alimentos que les lanzan con ¨¢giles piruetas.
Para recorrer el zoo de parte a parte hay que caminar siete kil¨®metros de caminos, que van atravesando las ¨¢reas dedicadas a los cinco continentes, pasando por el Zoo Chico de los cachorros y mascotas, el inquietante pabell¨®n de la naturaleza misteriosa con su reptilario, el delfinario y el acuario cobijado bajo una pir¨¢mide e inaugurado en 1995. Bajo el suelo se extiende una red de 60 kil¨®metros de conducciones de agua, gas yoo de parte minar siete os, que van s dedicadas tes, pasande los cael inquienaturaleza eptilario, el ?o cobijado e inaugurasuelo se exkil¨®metros agua, gas y electricidad, y al borde de los paseos figura una extensa variedad de ¨¢rboles y plantas, algunas de las cuales combinan su cualidad ornamental con la utilitaria al servir como alimento para algunos inquilinos herb¨ªvoros del parque.
La rentabilidad econ¨®mica no es el principal objetivo del zoo, seg¨²n su director t¨¦cnico, Manuel L¨®pez, que sit¨²a por encima de las funciones de ayudar al mantenimiento de las especies en v¨ªas de extinci¨®n, investigar y apoyar la educaci¨®n. Como negocio en el zool¨®gico se va lo comido por lo servido y algunos pupilos del zoo como los elefantes consumen diariamente por cabeza y trompa 30 kilogramos de alfalfa, 25 de verduras y frutas variadas y 8 de pienso. Los probosc¨ªdeos, sin embargo, no son tan exquisitos como los delfines a la hora del condumio, estos simp¨¢ticos gourmets oce¨¢nicos hacen gala de su inteligencia selectiva y s¨®lo consumen en su dieta pescados especialmente capturados para ellos en los mares del Norte e inmediatamente congelados.
El zoo de Madrid es mod¨¦lico en cuanto a la reproducci¨®n de especies en cautividad, en casos dif¨ªciles como el panda gigante o sus primos, los pandas rojos. Los miembros del equipo t¨¦cnico y de investigaci¨®n del zoo-acuario de la Casa de Campo han continuado y profundizado en la moderna concepci¨®n del parque que tuvo su promotor y creador, el ingeniero de caminos Antonio Lle¨® de la Vi?a, al que recuerda un sencillo monumento, m¨¢s discreto que los horrores perpetrados en homenaje a Walt Disney y Rodr¨ªguez de la Fuente que acechan en otros rincones del jard¨ªn y a los que se ha unido el monumento a Chu-Lin, el emblem¨¢tico panda que fue s¨ªmbolo y reclamo vivo de la casa. Al parque, concebido con un dise?o escult¨®rico, le sobran y le afean estos monolitos que contrastan con las abstracciones de los artistas que como Jos¨¦ Mar¨ªa Subirachs dise?aron las geom¨¦tricas estructuras de hormig¨®n en las que habitan los grandes mam¨ªferos.
Los hu¨¦spedes m¨¢s relevantes por su rareza son el bisonte europeo, cuya supervivencia se debe en gran parte al trabajo de los zo¨®logos espa?oles, el rinoceronte blanco, el guanaco, el tapir, el gorila o la capibara. Pero quiz¨¢ la joya m¨¢s relumbrante del zoo sea su magn¨ªfico acuario, que preside el colosal tanque de los tiburones, un tanque panor¨¢mico de un mill¨®n de litros que cruzan impasibles y majestuosos escualos de todos los tama?os sobre los que reina un magn¨ªfico y terrible ejemplar de Odontaspis taurus, el tibur¨®n toro. A su lado, el delirante, fascinante y alucinatorio universo de los peces tropicales, resumen de todos los colores, formas y luminiscencias, museo vivo y m¨®vil de la m¨¢s audaz y rompedora de las vanguardias pl¨¢sticas, una de sus obras maestras, el pez jorobado de Vomer, podr¨ªa ser la encarnaci¨®n zoom¨®rfica del cubismo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.