El Cid entra en Madrid.
Lleg¨® El Cid y entr¨® en Madrid.No se crea que se qued¨® merodeando extramuros ni que pidi¨® permiso a La Cibeles, ni nada. Entr¨®, entr¨®.
Cuando se dice de un torero que ha entrado en Madrid significa que la afici¨®n le ech¨® el ojo, valor¨® sus maneras -o aunque s¨®lo sean sus intenciones- y lo apunt¨® en la agenda para m¨¢s ver.
As¨ª, as¨ª; as¨ª viene un novillero a Madrid: con ganas de comerse el mundo. Y si las facultades no dan para tanto, por lo menos al novillo que le echen.
El novillo que le echaron a El Cid para empezar era canela en rama y lo aprovech¨® a placer. Primero mand¨¢ndole en las ver¨®nicas, con ganancia de terrenos; luego aplic¨¢ndole una faena de muleta de corte cl¨¢sico, muy bien constru¨ªda toda ella y con algunos pasajes de excelente sabor.
Sotillo / Cid, Carnicerito, Salvador
Novillos de Sotillo Guti¨¦rrez, discretos de presencia, encastados y nobles en general. 4? manso.El Cid: estocada trasera (oreja con escasa petici¨®n); tres pinchazos e infamante estocada baja; se le perdon¨® un aviso (silencio). Carnicerito de ?beda: dos pinchazos y estocada corta perpendicular perdiendo la muleta (silenio); pinchazo, estocada muy trasera ladeada y descabello (silencio y saluda por su cuenta). Juan Salvador, de M¨¦xico: media estocada trasera y tres descabellos (silencio); cuatro pinchazos y estocada (silencio).- Los dos ¨²ltimos nuevos en esta plaza Plaza de Las Ventas, 21 de septiembre. Media entrada.
Los ayudados por bajo con que inici¨® El Cid esa faena de muleta fueron extraordinarios y pocos compases despu¨¦s ya estaba en los medios, ya se hab¨ªa echado la muleta a la izquierda y ya estaba toreando al natural en tres tandas de buena factura. Vinieron a continuaci¨®n los derechazos ligados, cerr¨® el trasteo con los ayudados, los adornos y los desplantes y finalmente cobr¨® un estoconazo de r¨¢pidos efectos. Y le dieron la oreja.No es que la oreja la pidiera mucho p¨²blico. Antes bien ese p¨²blico era una minor¨ªa, s¨®lo que acompa?aba su petici¨®n dando voces. Es lo que se lleva. De unos a?os ac¨¢, mientras piden la oreja los p¨²blicos pegan unos gritos desgarradores. Parece como si en la oreja les fuera la vida. Y entonces el presidente, va y accede. Y ya est¨¢ la oreja en el cab¨¢s. Todos tranquilos.
El problema viene despu¨¦s, cuando el torero se enfrenta con su otro toro pues una segunda oreja le habr¨¢ de valer la puerta grande, que significa apoteosis, sobre todo si es en la plaza de Madrid. A veces en ese segundo toro se reproduce la petici¨®n minoritaria y ruidosa del primero; con lo cual, si el presidente otorga la oreja, le estar¨¢ regalando un triunfo que en realidad no merece, y si no la concede dir¨¢n que le rob¨® la puerta grande. Ser presidente es una cruz.
El Cid ten¨ªa, por tanto, la puerta grande entreabierta, y si no consigui¨® franquearla se debi¨® a que el segundo novillo, que hac¨ªa cuarto, le sali¨® rebeco. El segundo-cuarto novillo sac¨® juntos todos los problemas que no tuvieron sus hermanos de camada. Los hermanos del segundo-cuarto, con mayor o menor recorrido -quinto y sexto lo agotaron pronto- desarrollaban una nobleza que cualquier novillero dispuesto de verdad a ser torero hubiese aprovechado para entrar tambi¨¦n en Madrid, con todos los honores.
Pero no se dio el caso. Carnicertito de ?beda, nuevo en esta plaza, que realiz¨® un buen quite por chicuelinas y dio la sensaci¨®n de poseer oficio, consent¨ªa poco, templaba menos, e hizo sendas faenas de muleta que parec¨ªan de puro tr¨¢mite. Como si tuviera comprados ya todos los cortijos de su tierra natal. Juan Salvador, asimismo debutante y que recibi¨® al sexto con un farol de rodillas, se colocaba bien en los cites, presentaba la muleta de forma irreprochable, embarcaba en semic¨ªrculo y sin embargo interpret¨® las suertes con tanta frialdad y tan escaso mando que no suscit¨® inter¨¦s su actuaci¨®n y acab¨® aburriendo al personal.
El Cid era la figura de la tarde. El Cid volvi¨® a veroniquear estupendamente en su saludo al cuarto, que manse¨® durante el tercio de varas, y tras un breve tanteo sac¨¢ndolo al platillo le lig¨® una estupenda tanda de redondos. Y ah¨ª se acab¨® la historia. Pues mientras el torero se recreaba ajeno a la lidia escuchando la cerrada ovaci¨®n del p¨²blico, el novillo hac¨ªa fu y escapaba a la querencia de las tablas. Y de ah¨ª en adelante toda la. faena consisti¨® en los pundonorosos intentos de reemprenderla por parte del torero, por parte del novillo en volver grupas tras cada muletazo y huir de la quema. Para colmo de desdichas, El Cid manej¨® mal la tizona. Y la puerta grande se le cerr¨® a cal y canto.
Este torero se apoda El Cid no por prepotencia ni por delirios de grandeza. Se apoda El Cid porque se llama Manuel Jes¨²s Cid. ?Pasa algo?
Babelia
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