Restauracion
Enhorabuena: la restauraci¨®n est¨¢ de moda. Al socaire de los centenarios del asesinato de C¨¢novas y del desastre de 1898, historiadores, polit¨®logos y publicistas varios dirigen su atenci¨®n hacia aquel r¨¦gimen liberal, y sus defensores y detractores ocupan las tribunas de los peri¨®dicos. Quienes se dedican a la investigaci¨®n hist¨®rica siempre han temido que sus trabajos no trascendieran m¨¢s all¨¢ de los medios acad¨¦micos. Sin embargo, ahora, hasta los l¨ªderes de los principales partidos hacen de estos asuntos el centro de sus discusiones p¨²blicas. Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar llora la muerte violenta del inspirador de la Constituci¨®n de 1876 y confiesa que lee en su tiempo libre trabajos sobre Antonio Maura. Cuando Felipe Gonz¨¢lez ataca la pol¨ªtica audiovisual del Gobierno, recurre con soma al conde de Romanones y a sus masivas compras de votos. Aznar le replica disertando sobre Sagasta y Romero Robledo, otros pol¨ªticos del periodo. Sea cual sea el tono de la pol¨¦mica, todos deber¨ªamos felicitarnos de la recuperaci¨®n para nuestra memoria colectiva de la etapa constitucional m¨¢s larga de la historia contempor¨¢nea de Espa?a.M¨¢s all¨¢ de las conmemoraciones, existen motivos evidentes para este regreso. Uno, sin duda, se halla en la b¨²squeda por parte de los hombres del Partido Popular de antecedentes que lo desvinculen de la derecha autoritaria franquista y lo conecten con el pasado liberal. De ah¨ª la err¨¢tica trayectoria de Aznar y sus asesores, que han llegado a identificarse en ciertos momentos, sorprendentemente, con la figura de Manuel Aza?a. Hoy, por fin, parecen haber encontrado el norte y orientan su br¨²jula hacia la monarqu¨ªa constitucional de anta?o. La respuesta de algunos intelectuales y pol¨ªticos de izquierda no se ha hecho esperar: resulta l¨®gico que los populares se asocien con el recuerdo de un sistema que, alegan, se distingu¨ªa por su autoritarismo, intolerancia, corrupci¨®n y falseamiento de la soberan¨ªa popular, es decir, con la derecha (en singular) que, se supone, ha regido los destinos del pa¨ªs, con breves excepciones, durante los ¨²ltimos 200 a?os. Ambas aproximaciones pueden conducir a una cierta mixtificaci¨®n, bien a trav¨¦s de la pintura con tintes hagiogr¨¢ficos del r¨¦gimen y sus protagonistas, bien a trav¨¦s de su demonizaci¨®n caricaturesca.
El liberalismo del siglo XIX, y en particular la Restauraci¨®n, ha recibido en el XX ataques procedentes tanto de los c¨ªrculos m¨¢s reaccionarios como de la cultura pol¨ªtica de izquierdas. No deja de ser curioso que sus argumentos beban de la misma fuente: la tradici¨®n regeneracionista, nacida al calor de la crisis finisecular. La pareja que uni¨® Joaqu¨ªn Costa en su c¨¦lebre memoria, Oligarqu¨ªa y caciquismo, ha recorrido la mayor parte de la literatura beligerante contra el pasado liberal espa?ol. Dando una nueva vuelta de tuerca, Franco y sus ac¨®litos rechazaron de forma taxativa la herencia constitucional: el liberalismo era pecado y adem¨¢s antiespa?ol por sus connivencias con la masoner¨ªa, por ser una filosof¨ªa importada y un detonante de la disgregaci¨®n patria. Basta recordar el inicio de la pel¨ªcula Raza, escrita por el dictador. En plena crisis del 98, el Parlamento aparec¨ªa como una jaula de grillos, llena de pol¨ªticos sin alma que, enfrascados en sus querellas partidistas, vend¨ªan la patria al mejor postor. Por ello resulta una broma de mal gusto asociar la herencia liberal con el franquismo. Ni C¨¢novas fue un dictador ni su r¨¦gimen una dictadura.
Exigir a los gobernantes de aquella ¨¦poca realizaciones y desarrollos que pertenecen a otras posteriores resulta, adem¨¢s de injusto, un recurso que raya en la estulticia. El sistema pol¨ªtico que enmarc¨® la Constituci¨®n canovista fue fruto de un compromiso entre las diversas tendencias liberales del ochocientos tras d¨¦cadas de luchas civiles. Si por un lado consagraba el principio antidemocr¨¢tico de la cosoberan¨ªa entre la Corona y las Cortes, bandera de los moderados, por otro recog¨ªa la serie de derechos ciudadanos que hab¨ªan reivindicado los progresistas. Durante las dos primeras d¨¦cadas del nuevo r¨¦gimen, la legislaci¨®n espa?ola incorpor¨® paulatinamente una parte sustancial de las conquistas del sexenio llamado democr¨¢tico, como el juicio por jurado, la libertad de asociaci¨®n y el sufragio universal. En a?os posteriores, el legado se complet¨® cuando, de la mano de Jos¨¦ Canalejas, se implant¨® el servicio militar obligatorio y se aboli¨® el odioso impuesto de consumos. Junto con ¨¦stas y otras reformas pol¨ªticas, se asentaron los cimientos de lo que con posterioridad se dio en llamar Estado del bienestar: el Instituto de Reformas Sociales, el Instituto Nacional de Previsi¨®n y el Ministerio de Trabajo, organismos de los que emanaron importantes leyes de protecci¨®n social.
Los rasgos m¨¢s criticados del modelo restauracionista se resumen en el concepto de caciquismo, un t¨¦rmino que abarca tanto las relaciones pol¨ªticas entre los espa?oles como la intervenci¨®n del Gobierno en el proceso electoral. Pero el caciquismo, como han podido demostrar las investigaciones m¨¢s recientes, no abarcaba tan s¨®lo mecanismos coactivos y violentos, sino que, sobre todo, funcionaba como un sistema de negociaci¨®n permanente en el que se intercambiaban favores y se, respond¨ªa a las demandas de los sectores de la sociedad espa?ola m¨¢s interesados por la cosa p¨²blica. Como en tantos otros pa¨ªses con un r¨¦gimen liberal, e incluso democr¨¢tico, los partidos de clientelas, extendidos por el pa¨ªs como una red flexible de v¨ªnculos informales, articulaban la participaci¨®n pol¨ªtica. Se ha se?alado a menudo la semejanza con otros casos del entorno mediterr¨¢neo, pero tambi¨¦n podr¨ªa aducirse el ejemplo de las ciudades norteamericanas en la misma ¨¦poca, cuando los bosses hac¨ªan de las suyas. Los caciques, intermediarios entre las comunidades y los individuos por una parte y el Estado por otra, no s¨®lo nutr¨ªan sus filas con rudos terratenientes, sino que tambi¨¦n contaban con profesionales y bur¨®cratas de distinto pelaje. La caracter¨ªstica m¨¢s original del sistema espa?ol, la injerencia del Ejecutivo en las elecciones, hac¨ªa posible el turno pac¨ªfico entre los dos grandes partidos, el Conservador y el Liberal, que daba estabilidad al r¨¦gimen. La corrupci¨®n exist¨ªa, y, claro est¨¢, las pr¨¢cticas caciquiles acarreaban un nivel considerable de ineficiencia en la Administraci¨®n, pero no todo se cifraba en la venta de votos, un fen¨®meno tard¨ªo y nunca decisivo. Por ejemplo, el muy citado Romanones basaba su influencia en el sostenimiento de una amplia clientela de seguidores, no en el empleo de su dinero a pie de urna.
Adem¨¢s, el r¨¦gimen de la Restauraci¨®n evolucion¨® a lo largo de las cinco d¨¦cadas que dur¨®. Si al principio se integraron en ¨¦l sectores que proced¨ªan de un amplio abanico de opciones pol¨ªti
cas, en el cambio de siglo surgieron serias alternativas reformistas. Desde el lado conservador, primero Silvela y luego Maura representaron un intento de dar autenticidad al sistema caciquil por medio de la descentralizaci¨®n administrativa y la llamada a la participaci¨®n de las masas cat¨®licas. Desde el liberal, Canalejas y otros personajes de su partido encarnaron un programa de refuerzo del poder civil que insist¨ªa en poner l¨ªmites al influjo de la Iglesia y en ampliar el del Estado tanto en el campo educativo como en el de las relaciones laborales. Se trataba, en definitiva, de facilitar la transformaci¨®n a largo plazo de la monarqu¨ªa constitucional en una de mocracia. Tanto los republicanos como los socialistas disfrutaron, no es ocioso recordarlo, de esca?os en un Parlamento activo y en absoluto inoperante. Desde los a?os de la Primera Guerra Mundial, que, a pesar de la neutralidad afect¨® profundamente a Espa?a, la fractura de los partidos din¨¢sticos, la fuerte irrupci¨®n de un movimiento obrero revolucionario y el nuevo intervencionismo del Ej¨¦rcito en la escena p¨²blica hicieron muy dif¨ªcil la transici¨®n. El golpe de Primo de Rivera impidi¨® saber si la democratizaci¨®n habr¨ªa llegado a puerto.
As¨ª pues, la Restauraci¨®n representa un ¨¢mbito plural y complejo que debe figurar por derecho propio entre los antecedentes de nuestra democracia parlamentaria. Hasta la llegada de ¨¦sta, tal y como apuntaba Francisco Ayala en 1965, constituy¨® "el ¨²nico periodo de la historia de Espa?a en que este pueblo ha vivido -no sin injusticias ni trastornos, claro est¨¢- en una atm¨®sfera de efectiva libertad pol¨ªtica, con discusi¨®n p¨²blica, respeto al adversario pol¨ªtico e imperio del orden jur¨ªdico". Por eso resulta absurdo ceder su recuperaci¨®n exclusivamente a la derecha. En el liberalismo, mon¨¢rquico o republicano, que actu¨® bajo el techo constitucional de la Restauraci¨®n se encuentran los or¨ªgenes de muchas ideas que hoy se identifican con la izquierda. El Partido Socialista, que renunci¨® hace tiempo a la doctrina marxista y ha asumido buena parte de las premisas liberales durante sus a?os de gobierno, quiz¨¢s deber¨ªa recuperar con todas sus consecuencias un pasado en el que, posiblemente para su sorpresa, encontrar¨ªa algunas de sus se?as de identidad actuales. Por otra parte, no estar¨ªa de m¨¢s que quienes reclaman la herencia de C¨¢novas tambi¨¦n la practiquen, ya que al jefe liberal-conservador jam¨¢s se le habr¨ªa ocurrido, verbigracia, demandar a Sagasta ante la justicia para esclarecer la financiaci¨®n de su partido, puesto que los asuntos pol¨ªticos se dilucidaban en las Cortes y no en los tribunales.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.