Do?a Pepita
Hay sitios de Madrid derretidos en el espacio y en el tiempo que los carcome, ulcera y necrosa, hasta que la vitalizadora especulaci¨®n tumbe muros y paredes, ultraje intimidades y levante nuevos edificios, que unas veces ser¨¢n horribles y otras no. El madrile?o deserta, sin quererlo ni propon¨¦rselo, del escenario de sus distintas edades. Pocos terminan en el lugar donde nacieron y reconocen apenas -?qu¨¦ dolor, qu¨¦ pena!.- las ruinas contempor¨¢neas de la verde juventud. Restos, escoria palpable a¨²n de paisajes urbanos anteayer, ayer mi sino muertos de vejez, inv¨¢lidos, in¨²tiles, caducos. Algunos barrios, ciertas calles, anta?o chispeantes, son hoy decr¨¦pitas manzanas de casas irregulares, con patios h¨²medos, escaleras interiores, con viviendas que desahuciaron al sol cuando cubri¨® aguas el edificio. Me refiero ahora a tramos supervivientes del alegre y malogrado proyecto de principios de este nuestro siglo XX, que se qued¨® en el trazo traicionado de la Gran V¨ªa. Me refiero al n¨²cleo de v¨ªas, y callejas que hace cien a?os estuvo tejido en torno a la llamada Ancha, la de San Bernardo. Se lanza desde los altos de Quevedo, en la ruta de Fuencarral, y casi llega a, la fluvial y cortesana calle del Arenal. Planeada en cuesta, donde se levantaron algunos l¨²gubres y elegantes palacios aristocr¨¢ticos, sustent¨® nada menos que a la Universidad de Madrid, con el ap¨¦ndice del Instituto Cardenal Cisneros. All¨ª se juntaron las vocaciones de maestros y disc¨ªpulos. Dato de enciclopedia: hasta 1928 fue la ¨²nica, en la Espa?a moderna, que otorgaba t¨ªtulos de doctor. En eso se notaba que era universidad, ¨²nica.
El casi olvidado recuerdo adolescente trae, como una r¨¢faga, la carrera de los guardias de a caballo, tras los estudiantes, que vi s¨®lo una vez, agazapado en un zagu¨¢n de la calle de la Cruz Verde, que ten¨ªa mal¨ªsima fama. Al recorrer ahora esos parajes, resalta la melanc¨®lica memoria de un apagado esplendor. Casi no quedan librer¨ªas, y ahora mismo agonizan unas cuantas, en ambas aceras. Reconozco, por alg¨²n motivo recoveco, al menos dos de ellas, en los impares. La del 27, Librer¨ªa de Estanislao Rodr¨ªguez, que merc¨® en las artes antiguas y destac¨® en la literatura taurina: "Tenemos casi todo en toros, carteles...", que todav¨ªa se ofrece desde los polvorientos escaparates, con el aspecto compungido y derrotado de lo que va a recibir el golpe demoledor de la piqueta. M¨¢s arriba, en el 37, la Librer¨ªa de la Universidad, igualmente sentenciada. Proclamaba ser "foro jur¨ªdico y de medicinas naturales", derivado,en lo que ser¨ªa desesperado intento de supervivencia, hacia nuevas ofertas en deportes y esoterismo.
Estuvieron abiertas hasta hace muy poco, y curioso ser¨ªa conocer cu¨¢ntos clientes entraban al d¨ªa, o a la semana, o al mes. El tiempo fugitivo se larg¨® de estos andurriales, donde proliferan las agencias de viajes, los bancos, cajas de ahorro, bares de paso y una desconcertante profusi¨®n de peleter¨ªas.
Surge la duda de que, en tan reducido espacio, pudiesen sobrevivir en Estocolmo o en Toronto. Me suena, dentro del laberinto de la memoria, el chotis del P¨¦kan y La Dalia, arrimando el ascua a los famosos, que por tal arriendo no cobraban un duro: "Maura y Lerroux, / Belmonte y
Valle-Incl¨¢n /compran aqu¨ª / su piel para el gab¨¢n". Y la sugerencia comercial: "... Pero, / sin embargo, / tienen precios reducidos, / por lo cual encargos hace all¨ª". Fabuloso.
la Greta Garbo / sus
Entrando por las callejuelas que atajan la Gran V¨ªa, el punto donde creemos reconocer estuvo Do?a Pepita, usurera samaritana de escolares en apuros y aprovechada remendadora de vol¨²menes de segunda o tercera mano, que forraban en la trastienda. ?Qui¨¦n compra hoy textos usados o qui¨¦n cree que los suyos valgan un real? Quiz¨¢ fui un par de veces a remediar la penuria e intento reconstruir las desva¨ªdas facciones de aquellas inapelables mujeres, creo que dos, al menos, tasadoras sin remisi¨®n de las materias de quinto y sexto de bachillerato y todos los de Derecho, Medicina, Filosof¨ªa y el entero saber humano. ?Estuvo el abarrotado, cuchitril en ¨¦sta que se llama calle de los Libreros, junto a la de la Flor Alta?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.