Restaurar el capitalismo competitivo
EDMUND S. PHELPSEl mundo occidental tiene que decidir, seg¨²n el autor, entre aceptar una reducci¨®n de las oportunidades o recomponer el capitalismo competitivo para conseguirlas para todo.
Las ventajas del modelo econ¨®mico occidental han derrotado al comunismo de la Europa del Este y han hecho retroceder el populismo y el nacionalismo econ¨®mico en muchos pa¨ªses del Tercer Mundo. Y, sin embargo, en Occidente, el fallo de este modelo no s¨®lo se ha hecho flagrante, sino que nos est¨¢ perjudicando a todos.El actual sistema ha dejado de ofrecer oportunidades de integraci¨®n en la sociedad a la quinta parte o incluso m¨¢s de la poblaci¨®n activa. En el Reino Unido y en Estados Unidos, las retribuciones de los trabajado res menos cualificados son tan bajas que no les permiten superar su situaci¨®n de pobreza; el resultado es un numeroso y creciente colectivo de working poor (trabajadores pobres). En Europa continental y en Canad¨¢ hay una serie de leyes o regulaciones de salario m¨ªnimo que impiden que Ios salarios sean tan bajos, con lo que se impide que dichos trabajadores consigan empleo. La consecuencia es m¨¢s parados y mayor incentivo a la droga y la criminalidad.
Tambi¨¦n el deterioro del modelo es tal que hace posible un consenso pol¨ªtico amplio para corregirlo. Pero para concebir el paquete de reformas necesario, hemos de entender primero el modelo econ¨®mico occidental: cu¨¢l es el funcionamiento de sus distintas partes y c¨®mo se puede recomponer para que recobre su potencial.
El n¨²cleo de este modelo fue concebido en su mayor parte por los ilustrados escoceses del siglo XVIII y se elabor¨® con el prop¨®sito de liberar el esp¨ªritu emprendedor de las gentes y despejar el camino hacia la prosperidad para todos.
Su elemento central era la libre empresa. Cualquiera deb¨ªa. ser libre de emprender un negocio, invirtiendo su propio capital o el ajeno, sin tener que comprar una licencia obtener un permiso del Estado. Tambi¨¦n deb¨ªa ser libre de cerrarlo o reducir o con la misma rapidez, sin tener que pagar indemnizaciones. Esta libertad de empresa estimular¨ªa el crecimiento y la innovaci¨®n, y crear¨ªa empleo mucho mejor y m¨¢s productivo que el pesado aparato del Estado.
Su segundo elemento era el mecanismo b¨¢sico de inclusi¨®n: los mercados abiertos. Basar la econom¨ªa en el principio de la libre empresa podr¨ªa carecer de legitimidad si el sistema dejaba a mucha gente fuera de la prosperidad. Para los ilustrados escoceses constitu¨ªa un imperativo moral el extender la libre empresa al mayor numero posible de ciudadanos, eliminando privilegios y democratizando oportunidades. Sin obst¨¢culos contra los nuevos entrantes para preservar los intereses de los ya establecidos. Sin salva guardas o subvenciones que sostuvieran actividades. improductivas de los pol¨ªticamente poder¨®sos. Con unas reglas de juego iguales para todos, la competencia desalojar¨ªa a privilegiados enquistados y dar¨ªa oportunidades a los desfavorecidos.
Este modelo, que tambi¨¦n podr¨ªa llamarse capitalismo competitivo no es el "mercado libre" que buscan algunos economistas de hoy. Ellos quieren mercados no s¨®lo abiertos, los quieren sin menoscabo de intereses creados. Y quieren, adem¨¢s, mercados libres de toda subvenci¨®n y de casi todo impuesto.
Los ilustrados escoceses vieron la utilidad de una intervenci¨®n limitada del Estado para ampliar las oportunidades y favorecer el crecimiento del esp¨ªritu de empresa. Adam Smith sancion¨® numerosas funciones del Gobierno, incluida la subvenci¨®n de la educaci¨®n. Recientes estudios confirman que, para el crecimiento de la productividad, la empresa privada y la competencia son esenciales, pero que ¨¦ste no se ve muy afectado por los tipos de impuestos y subvenciones.
Una vez que se comprende el doble n¨²cleo del modelo occidental, es decir, un sistema de libre empresa para aumentar el crecimiento y unos mercados abiertos para conseguir la inclusi¨®n de todos los ciudadanos, podemos deducir que la pol¨ªtica econ¨®mica, en particular la de la Europa continental, ha cometido un error doble. Por un lado, porque se hizo una apuesta infundada de inhabilitar y soslayar el capital privado -dificultando los despidos, sustentando empresas inviables, interfiriendo en decisiones que corresponden a las empresas privadas- y ampliando el empleo p¨²blico- en la equivocada creencia de que quitar autonom¨ªa y suplantar a la empresa privada proteger¨ªa los y favorecerla la inclusi¨®n.
Por otro lado, porque se rechaz¨® la posibilidad de intervenir con subvenciones e impuestos como mecanismos incentivadores para canalizar el poder del mercado hacia la inclusi¨®n. Estas pol¨ªticas le han costado a Europa una p¨¦rdida del crecimiento de la productividad a cambio de una dudosa elevaci¨®n -si no un retroceso- de los salarios y del empleo.
Las pol¨ªticas adecuadas son justo las contrarias. En primer lugar, Europa tiene que liberar a sus empresas. Ello significa ampliar la privatizaci¨®n. Tambi¨¦n quiere decir suprimir las restricciones que obstaculizan el potencial de inversi¨®n del capital privado. Con ello, aumentar¨¢ el crecimiento de la productividad y, adem¨¢s, no repercutir¨¢ negativamente sobre el empleo, ya que las restricciones a la empresa privada tampoco han creado empleo, sino que lo han destruido. La experiencia nos ense?a que, cuando el coste de despido es bajo, las empresas privadas corren voluntariamente el riesgo de contratar un mayor n¨²mero de trabajadores.
Pero no nos enga?emos pensando que la libre empresa por s¨ª sola va a disminuir la tasa de desempleo hasta los niveles de los a?os sesenta, cuando se situaba en Francia y en Espa?a en un 2% y poco m¨¢s en los dem¨¢s pa¨ªses. Ni tampoco va a proporcionar la tan necesaria creaci¨®n de empleo de baja cualificaci¨®n en la Europa continental o a elevar los sueldos m¨ªnimos en los pa¨ªses anglosajones. El proceso ser¨¢ gradual y moderado.
De ah¨ª que sea necesaria otra profunda reforma para eliinar las imperfecciones del actual modelo. A saber, una intervenci¨®n promercado para reconducirlas fuerzas del mercado hacia la integraci¨®n de los obreros sin cualificar. El mejor instrumento para desarrollar el empleo y elevar los salarios de los trabajadores de baja cualificaci¨®n son las subvenciones al empleo de trabajadores con salarios bajos mediante deducciones fiscales continuas para todas la empresas que empleen permanentemente a estos trabajadores. El coste puede exceder ligeramente los ahorros presupuestarios, pero su gran m¨¦rito consiste en que dar¨¢ muy buenos resultados.
Esta estrategia dual se basa en que, por un lado, las subvenciones son in¨²tiles para favorecer el crecimiento de la productividad, pero s¨ª sirven para aumentar los sueldos y los empleos de bajo nivel, y en que, por otro lado, la libre empresa crea crecimiento y empleos, pero, por s¨ª sola, genera poco empleo de baja cualificaci¨®n. Por ello, tratar de imponer al sector privado el mantenimiento del empleo y utilizar subvenciones para conseguir alg¨²n crecimiento, es una pol¨ªtica destinada al fracaso.
El, mundo occidental tiene que debatir la alternativa: o aceptar una reducci¨®n de las oportunidades que el capitalismo competitivo prometi¨® originalmente, y tener que proporcionar ayudas sociales permanentes a aqu¨¦llos que han quedado excluidos; o recomponer el capitalismo competitivo para conseguir, una, b¨²squeda renovada del crecimiento y unas mayores oportunidades para todos, recuperando as¨ª la visi¨®n que la llustraci¨®n ten¨ªa de lo que este modelo econ¨®mico occidental podr¨ªa llegar a ser.
Edmund S. Phelps es catedr¨¢tico McVickar de Econom¨ªa Pol¨ªtica en la Universidad de Columbia. En su libro Rewarding Work, Harvard, 1997, desarrolla ampliamente argumentos a favor de los subsidios de empleo.
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