Desde las tripas
"Es mi pel¨ªcula m¨¢s personal y la m¨¢s arriesgada, sin duda", confiesa Adolfo Aristar¨¢in en el cat¨¢logo de presentaci¨®n de su filme, y no cuesta trabajo estar de acuerdo. En esta pel¨ªcula, dura y sin concesiones, desagradable a ratos, honesta hasta el desgarro y apasionada casi siempre, apenas hay lugar para la identificaci¨®n, ni tan s¨®lo para la desolada aunque comprensiva admiraci¨®n que recorr¨ªa, por unas razones u otras, su obra maestra absoluta, Un lugar en el mundo. Ni siquiera hay un trabajo de puesta en escena cuidado, atractivo: como si fuera consciente de que no conviene molestar con su mano de creador las elucubraciones de sus criaturas, Aristar¨¢in se repliega en un estilo de escritura funcional, plano / contraplano, pocos movimientos de c¨¢mara. Y todo ello para dejar la palabra, y nunca mejor dicho, a sus cuatro personajes, entre los que se conjugan todas las formas posibles del verbo amar.Con ellos, Aristar¨¢in aborda un filme intimista, siempre recorrido por los sentimientos m¨¢s rotundos y enfrentados, y en el que los di¨¢logos se revelan capitales. La estrategia del director no es otra que poner sobre la mesa, en los t¨¦rminos m¨¢s crudos y desgarrados, las contradicciones de sus personajes: Mart¨ªn, un padre a quien la responsabilidad afectiva le aterra, y con quien Luppi borda uno de sus trabajos m¨¢s memorables, justamente recompensado con la Concha de Plata en San Sebasti¨¢n; un hijo que no entiende muy bien el mundo en el que vive; una mujer cerca de la cuarentena, perdidamente enamorada de un hombre que parece hecho de m¨¢rmol; y el bisexual, la voz entrometida, el ¨²nico asidero del espectador, el que vehicula nuestra mirada en el filme.
Mart¨ªn (hache)
Direcci¨®n: Adolfo Aristar¨¢in. Gui¨®n: A. Aristar¨¢in y Kathy Saavedra. Fotografia: Porfirio Enr¨ªquez. M¨²sica: Fito P¨¢ez. Producci¨®n: Gerardo Herrero, A. Aristar¨¢in y Javier L¨®pez Blanco para Tornasol Films y A. Aristar¨¢in. Espa?a-Argentina, 1997. Int¨¦rpretes: Federico Luppi, Juan Diego Botto, Cecilia Roth, Eusebio Poncela, Sancho Gracia y Ana Mar¨ªa Picchio. Estreno en Madrid: cines Benlliure, Canciller, Roxy B, Lido, Liceo, Pompeya, Acte¨®n, Vaguada, Princesa, Renoir (Cuato Caminos), Excelsior.
?ste se despliega entre una verdadera mara?a afectiva: celos, incomprensiones, abruptos estallidos pasionales y posicionamientos inteligentes de Aristar¨¢in sobre asuntos tan pol¨¦micos como las relaciones paterno / filiales o la droga, aqu¨ª s¨®lo un elemento m¨¢s en el entorno cotidiano de los personajes, lejos de la sacralizaci¨®n, pero tambi¨¦n de la descalificaci¨®n moralista. El motivo que hace avanzar la narraci¨®n es Hache, el hijo de Mart¨ªn a quien ¨¦ste niega incluso el nombre, llam¨¢ndolo por la letra que simboliza su relaci¨®n de subsidiariedad; pero en realidad, el eje de todo no es otro que el propio Mart¨ªn, que aunque Aristar¨¢in lo niegue, es director de cine, argentino, en la cincuentena larga: dificil no identificarlo con el propio cineasta. Fr¨ªo y ego¨ªsta, deudor de una educaci¨®n sentimental de tono patriarcal y, por ende, h¨¢bil ocultador de sus sentimientos, este personaje parece descrito con especial cuidado en sus contradicciones. Clarividente cuando juzga la realidad de su Argentina de origen, redomado borde cuando niega la evidencia de los sentimientos ajenos y m¨¢s a¨²n los propios, Aristar¨¢in opera con ¨¦l una estratagema que, a la postre, le convierte en h¨¦roe: alguien a quien vemos durante todo el filme desde la perspectiva de otros -su amante, su amigo, su hijo-, dada la impenetrabilidad de sus afectos, termina redimido por gestos her¨®icos que le hacen ganarse nuestro respeto. O sea, que un personaje que provoca incluso la muerte de otro, lo que, adem¨¢s, parece dejarle indiferente -no se aprecia ning¨²n cambio en su comportamiento-, termina resultando cercano. Es ¨¦ste el punto negro, m¨¢s que discutible en una narraci¨®n adulta, que busca en el interior de cada personaje las claves para entender sus acciones, lo que les pone a salvo de cualquier reducci¨®n a caricatura, de cualquier manique¨ªsmo. Y ello es posible no s¨®lo gracias al trabajo superlativo de Luppi, sino del de sus acompa?antes. Hemos visto a Poncela en espl¨¦ndidos trabajos, como en Arrebato, donde andaban mezcladas, como aqu¨ª, la droga y Cecilia Roth; pero nunca le hemos visto tan dominador de los matices. Otro tanto debe decirse de Botto, que realiza el mejor trabajo de su prometedora aunque oscilante carrera. Y de Roth, qu¨¦ decir: que no s¨®lo le da espl¨¦ndida r¨¦plica al monstruo Luppi, sino que a veces le roba el aliento.
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