Unidad recuperada.
Hoy, mi¨¦rcoles por la tarde [por ayer 8 de octubre de 1997], me llaman del diario EL PA?S para que opine por escrito sobre la renovada plaza de Oriente.Despu¨¦s de muchos a?os de dedicarle pasi¨®n y tiempo, el viernes 10 se suma a la din¨¢mica palpitante de nuestra ciudad. Me voy ahora mismo de viaje para volver justo al acto de la apertura del Bail¨¦n sumergido. As¨ª que no puedo m¨¢s que improvisar unas reflexiones a vuelapluma.
EL PA?S tuvo, desde la publicaci¨®n gr¨¢fica de mis ideas en Abc, una actitud contraria que ha resultado beneficiosa para el proyecto: ha fortalecido su esencia al someterla a debate implacable. Hoy parece evidente que Madrid, desarrollado radialmente alrededor de su alc¨¢zar, despu¨¦s palacio (todas las calles de su trama inicial, Arenal, Mayor, etc¨¦tera, tend¨ªan a ¨¦l), quedaba desnaturalizado mir¨¢ndolo de lejos, r¨ªo circulatorio escisor por medio.
Los ciudadanos, acostumbrados a lo largo de m¨¢s de mil a?os a tocar sus piedras, a considerarlo sucesivamente Casa de los Reyes, de la Corona, s¨ªmbolo del Estado, a los que aplaud¨ªan o contra los que se amotinaban -no hace mucho m¨¢s de cien a?os quisieron matar all¨ª a Isabel II-, hab¨ªan perdido su brava intimidad con ¨¦l. No s¨®lo el flujo automovilista, sino tambi¨¦n el ej¨¦rcito de autobuses tur¨ªsticos y el estacionamiento indiscriminado contaminaban un ambiente que la historia hab¨ªa llamado a ser coraz¨®n de Espa?a.
La distancia imped¨ªa el aprecio de su cuerpo de piedra r¨ªtmicamente modulada y detallada con primor, el ruido interrump¨ªa la conversaci¨®n; el hedor a petr¨®leo y los humos degradaban un escenario que a?o a a?o se sent¨ªa m¨¢s postrado. La poblaci¨®n que hubiera correspondido a las cercan¨ªas de tal palacio formando corro con la catedral y el Teatro Real, en torno a un noble jard¨ªn, desertaba; el orgullo local ya se hab¨ªa devaluado; el precio del metro cuadrado constru¨ªdo en la zona era, comparativamente, el m¨¢s bajo de la Europa rica. Y es que, adem¨¢s, el barrio relevante del centro carec¨ªa de servicios. Los coches, sin aparcamiento posible, cubr¨ªan las aceras de los aleda?os; la limpieza brillaba por su ausencia y la indignidad, moral y urbana, ofend¨ªa agresiva.
Conectada la sumergida calle de Bail¨¦n a la red circulatoria y abierto el aparcamiento subterr¨¢neo de autom¨®viles y macrobuses, la plaza de Oriente recupera, al aire libre, la unidad cardinal de su pueblo. Los madrile?os, aunque s¨®lo se haya descubierto parte del programa, han tomado ya posesi¨®n de su plaza. La disfrutan y la juzgan, claro. Y har¨¢n que la obra se complete.
Faltan las esculturas reales que enumero hoy en otros medios, los macizos florales y asientos que suavicen puntualmente la plataforma frontal del palacio, la fijaci¨®n del suelo terrizo que rodea los jardines centrales, losjardines centrales, los detalles los detalles de virtuosismo arquitect¨®nico que vistan al conjunto del refinamiento adecuado y el tratamiento de las plazas de Isabel II, Ramales y la Encarnaci¨®n. Pero, si Madrid quiere, todo s¨¦ andar¨¢.
Y, mientras tanto, se abre un escenario peripat¨¦tico que anima a la tertulia, al sosiego y a lacontemplaci¨®n, semillas de la cultura que Espa?a esparci¨® por el mundo a ejemplo de ¨¢goras y foros.
Madrid, capital humilde, durante 440 a?os, de un imperio en decadencia, se ha permitido el modesto lujo de adecentar su hist¨®rico sal¨®n de estancia desde el que se so?ar¨¢n futuros.
La respuesta residencial y mercantil se despierta. Las gentes cambian de cara. Y ellas son las que saben, las que viven. Y vienen de tantos sitios: la plaza de Oriente es de todos, espa?oles, iberoamericanos... y japoneses, natural.
Los m¨¢s de mil planos que me haya marcado no servir¨ªan de nada si su materializaci¨®n es rechazada.
Si, por el contrario, el proyecto, decantado en las lucubraciones y pol¨¦micas con las que nos enfrentamos en distintos cen¨¢culos cristalizaran en un espacio concurrido por deseado, estos largos a?os quedar¨ªan justificados.
Me he extendido tanto y tantas veces defendiendo mis tesis en Abc que me temo reiterativo. Hoy mismo saldr¨¢n en sus p¨¢ginas mis ¨²ltimos argumentos apolog¨¦ticos.
Pero debo aprovechar esta oferta de EL PA?S para dar las gracias que merece su cr¨ªtica persistente, a veces ensa?ada, y por ello, constructiva.
Miguel de Oriol e Ybarra es arquitecto y autor del proyecto original de reforma de la plaza de Oriente.
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