La vida americana
Desde la puertaventana de generosas proporciones del balc¨®n del piso que me ha proporcionado la universidad puedo ver la vida americana en todo su esplendor. Primero, en la distancia, entre los ¨¢rboles y al otro lado del r¨ªo, veo unos cuantos torreones aislados de un gran palacio g¨®tico que forma parte de una de las instituciones m¨¢s importantes de EE UU, el Instituto Tecnol¨®gico de Massachusetts. En alguna parte del mismo, entre las torres, sin duda en alg¨²n c¨®modo despacho, protegido por la hospitalaria regulaci¨®n de cargos vitalicios vigente en esta parte del mundo, est¨¢ sentado uno de mis m¨¢s ac¨¦rrimos enemigos, un tal Robert R., que, seg¨²n creo, libra desde hace casi cuarenta a?os una batalla contra m¨ª debido a mi actitud aparentemente intolerante hacia el movimiento anarquista durante la guerra civil espa?ola. ?Que Dios le tenga en su gloria! Pero de momento ni siquiera puedo intentar descubrir el lugar exacto en el que tiene su ordenador port¨¢til, lleno de veneno contra Juan Negr¨ªn y Santiago Carrillo, adem¨¢s de contra m¨ª, ya que los ¨¢rboles est¨¢n poblados de abundantes hojas. Dentro de poco, estas hojas se volver¨¢n amarillas, quiz¨¢ rojas, y despu¨¦s se marchitar¨¢n, mientras inspiran las emociones m¨¢s patri¨®ticas a todos aquellos que las observan, excepto a mi, que en las ocasiones anteriores en las que he estado aqu¨ª en oto?o me he creado mala fama al decir que prefiero los tonos m¨¢s suaves, apagados y melanc¨®licos que adoptan los ¨¢rboles brit¨¢nicos.A mi lado, m¨¢s cerca, est¨¢ el r¨ªo. Tengo mejores vistas del mismo que del Instituto Tecnol¨®gico de Massachusetts, y de vez en cuando, como hoy, el Charles es de un azul realmente sorprendente y refleja un cielo sin nubes e inmaculado. Aqu¨ª la gente habla del tiempo incluso m¨¢s que en Gran Breta?a, ya que los cambios del clima son mucho m¨¢s repentinos, violentos y considerables. Sin embargo, tanto si est¨¢ azul como si est¨¢ turbio, en esta ¨¦poca, del a?o el r¨ªo tiene mucha vida. Es cierto que no tiene ning¨²n valor comercial, se trata de mero movimiento, pero, de todas formas, a menudo es bello, tanto si pensamos en los botes de remos individuales o para ocho, de Harvard o de Boston, del propio Instituto Tecnol¨®gico de Massachusetts o de alguna de las numerosas universidades de esta regi¨®n, o aunque s¨®lo se trate de los veleros blancos con velas de todos los tama?os y pretensiones que parecen fluir muy elegantemente al atardecer siguiendo el curso del r¨ªo.
Me fijo en los ¨¢rboles. Son sobre todo arces, aunque haya algunos tilos y fresnos, que est¨¢n plantados en una larga v¨ªa p¨²blica que recorre toda la parte meridional del r¨ªo. Por una estrecha franja asfaltada situada en medio del claro formado por los ¨¢rboles pasa un sorprendente n¨²mero de estadounidenses: corredores, aficionados a corretear, ases del monopat¨ªn, anticuados patinadores sobre ruedas, ciclistas y viandantes. Estos ¨²ltimos casi siempre van deprisa y tienen intenciones deportivas, en lugar de ir paseando tranquilamente o desplaz¨¢ndose de una punta a otra del lugar por alg¨²n motivo profesional. Hay peatones con perros, ciclistas con perros o peatones que caminan para hacer campa?a, de una forma que se me escapa, contra el c¨¢ncer de mama. Todo el mundo parece muy serio, dedicado a la tarea de no pasarlo bien. Hay muy pocas almas po¨¦ticas y solitarias reflexionando sobre la belleza del paisaje o sobre el ligero paso del tiempo. Rousseau sol¨ªa contar que desarrollaba la mayor parte de sus razonamientos m¨¢s serios paseando alrededor de la peque?a isla de Ginebra al caer la tarde. Aqu¨ª no tendr¨ªa ocasi¨®n. En este lugar, muchos de los viandantes llevan auriculares en los que escuchan a Bach, supongo, para evitar que afloren pensamientos in¨²tiles en su mente bien organizada.
Esta zona es peligrosa. Los ciclistas circulan endemoniadamente. Los patinadores son peores. Entiendo perfectamente c¨®mo pudo suceder que Angie Biddle Duke, una muy respetable embajadora de EE UU en Espa?a durante los a?os sesenta, falleciese hace dos a?os en Central Park mientras patinaba a la edad de 79 a?os. Que el ejercicio sea o no peligroso para la salud es uno de los puntos del orden del d¨ªa, al menos del orden del d¨ªa de varias importantes facultades de Medicina de Boston. No se debe pasar por alto el factor Duke.
Pero ning¨²n paisaje estadounidense est¨¢ completo sin una autopista, y Sturrow Drive es una de tantas. Distrae mi atenci¨®n del peligroso claro de los corredores. Es una gran carretera que recorre toda la orilla sur del r¨ªo y permite una circulaci¨®n fluida desde Harvard hasta Boston y desde all¨ª al aeropuerto. Es la v¨ªa de escape hacia Europa, Londres o Barcelona. Aqu¨ª, el tr¨¢fico es continuo desde las cinco de la madrugada hasta pasada la medianoche. A veces, los domingos por la ma?ana no hay nada que ver ni que o¨ªr, pero por lo general la actividad es intensa. Por ejemplo, a las seis de la tarde de un viernes se dice que hay un partido de b¨¦isbol en la vecindad y en el tramo que pasa por debajo de mi balc¨®n se produce un embotellamiento, y veo su angustia, su ira, su frustraci¨®n, sus peque?as demencias. Veo congelarse los rostros de los motoristas en la furia de finales del siglo XX, pero nunca apartan la vista de la carretera, as¨ª que no pueden ver c¨®mo les doy ¨¢nimos. Una vez vi un incidente en el que chocaron dos coches, y sus propietarios se retiraron a un ¨¢rea de aparcamiento justo al alcance de mi vista para discutir entre ellos qui¨¦n era el responsable. Intercambiaron sus direcciones exactamente como si esperasen hacerse amigos para toda la vida. A veces tambi¨¦n hay coches de polic¨ªa que se abalanzan sobre su presa de forma terrible, como abejas a la miel.
Por ¨²ltimo, entre donde estoy y Sturrow Drive hay otra carretera peque?a conocida como Back Road. Es una calle secundaria flanqueada por plazas de aparcamiento situadas en lo que en su d¨ªa eran unos jardines que llegaban hasta el r¨ªo. Aqu¨ª, todos los muros est¨¢n llenos de carteles con instrucciones, o simplemente declaraciones, cuya fuerza e implacabilidad reflejan muy bien la vida americana: "Reservado", "Aparcamiento exclusivo para tarjetas rojas y verdes" y, c¨®mo no, "Los gastos de la retirada de los veh¨ªculos infractores correr¨¢n a cargo de sus propietarios". Una vez, cuando por casualidad estaba sacando punta a un l¨¢piz en el balc¨®n, dejando que las virutas cayesen elegantemente al suelo, un septuagenario, rojo de ira, sali¨® malhumorado de su camioneta Cherokee y exclam¨® que alguien hab¨ªa ocupado su "hueco". Ame- Pasa a la p¨¢gina siguiente Viene de la p¨¢gina anterior naz¨® con el pu?o como un actor en una pel¨ªcula antigua, y a continuaci¨®n me asegur¨® que no era a m¨ª a quien acusaba.
No debo olvidar el ¨²ltimo elemento de mi visi¨®n de conjunto de EE UU. Cerca del aparcamiento reservado situado debajo de mi balc¨®n hay un gran contenedor azul de basura. Los residentes de la zona amontonan diariamente en ¨¦l bolsas de pl¨¢stico bien atadas, trabajo que a menudo es llevado a cabo escrupulosamente por caballeros bien vestidos justo antes de subir a sus impecables autom¨®viles para acudir a la oficina. Entonces, poco despu¨¦s, a una hora prudente, aparece un nuevo tipo de personaje: los barrenderos, por lo general negros, pero no siempre, a menudo con camiseta de lana a rayas y gorra de b¨¦isbol con la visera hacia atr¨¢s, que echan con destreza un amplio vistazo al contenido de las bolsas de pl¨¢stico. Son perseverantes y eternamente optimistas. Por lo general, encuentran algo, aunque s¨®lo sea una botella vac¨ªa. En ocasiones son capaces de encontrar una rebanada o dos de ese pan sin sabor que se vende cortado y que, como a los estadounidenses les convencieron hace tanto tiempo de que lo compraran, han olvidado c¨®mo es el pan aut¨¦ntico. Tambi¨¦n a diario, un autob¨²s grande, feo y sucio acude para recoger los restos de la basura. Su incongruente lema es "Orgullosos de mantener limpio EE UU".
De vez en cuando veo cerca del contenedor a un barrendero melanc¨®lico pero de buen car¨¢cter que procede de las Azores. En verano barre la suciedad, en oto?o las hojas y en invierno la nieve. A menudo hablo con ¨¦l. Una vez me dijo con tristeza: "Las Azores est¨¢n muy lejos". "No", le contest¨¦. "Lo que est¨¢ lejos es Boston". S¨¦ que a Belmonte, que fue quien hizo primero este comentario con respecto a Lugo y Sevilla, le habr¨ªa gustado.
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