El libro invisible
Diga usted en Francfort que tiene un libro. Pero no lo muestre. Cu¨¦ntele a algunos periodistas de qu¨¦ trata, y no se olvide de dec¨ªrselo tambi¨¦n a los editores; d¨¦ detalles, hasta los m¨¢s nimios. Diga despu¨¦s qui¨¦nes lo esperan y ponga grandes nombres en el escenario de su f¨¢bula. Dentro de la pompa de jab¨®n que fabrique no se olvide de citar tambi¨¦n las cifras que se barajan en la puja que ya se ha iniciado en algunas de las bolsas literarias. abiertas en el mundo. No se detenga. Cuando est¨¦ ante la pregunta obvia -?d¨®nde est¨¢ el libro?-, haga un gui?o de suficiencia y de extra?eza-" ?a qu¨¦ viene, tama?a vulgaridad?"- y siga hablando de su proyecto en blanco. El resultado ser¨¢ inapelable: usted habr¨¢ iniciado una expectativa de muchos cero! que se rentabilizar¨¢ luego o nunca, pero habr¨¢ dado el golpe. Fin de la f¨¢bula. Es de un editor americano.Bueno, as¨ª son las cosas en Francfort, muchas veces; ahora circula un manuscrito que no existe, ni siquiera se sabe si existe el autor o es u?a fabricaci¨®n de pompa y circunstancia y todo el mundo hace el retrato robot del personaje. ?Qui¨¦n es, de d¨®nde viene, a. qui¨¦n sirve? ?Qui¨¦n lo compra, cu¨¢ntas p¨¢ginas tiene? A veces hay libros de verdad, con autor incluso, pero ¨¦stos que son tan evidentes te los muestran a oscuras, en una habitaci¨®n sugerente sobre cuya cama te echar¨ªas a descansar los pies y los ojos despu¨¦s de tanta escalinata met¨¢lica como hay en el mastodonte que constituye ya la Feria del Libro de Francfort. Es curioso: lo que es invisible se hace obvio y se rueda secreto, sobre lo ya existente.
Un d¨ªa un hombre se detuvo en medio del hotel principal de la Feria a vocear los nombres de autores m¨ªticos -Joyce, Proust, Nabokov, Cervantes- para comprobar qu¨¦ hac¨ªan los agentes literarios, los editores y los periodistas: nadie atendi¨® a la broma y nadie volvi¨® la mirada, para ver si estaban libres los derechos de los monstruos. Lo cont¨® Umberto Eco, de alg¨²n modo en uno de sus libros, y el mismo Eco hizo con sus obras m¨¢s famosas un ejercicio de prestidigitaci¨®n que las convirti¨® en sujetos de una expectaci¨®n memorable. Luego sus libros fueron verdad, pero mientras los hizo invisibles cre¨® en su entorno una atm¨®sfera de misterio que tambi¨¦n los convirti¨® en imprescindibles, como si existieran desde la antiag¨¹edad.
?sta es la fiesta de los editores. Ayer por la ma?ana estaban desayunando al lado Peter Mayer, que fue presidente de Penguin y que es uno de los grandes -y m¨¢s admirables- editores del mundo, el nieto de Nabokov, que no escribe sino que publica, y Andrew Wylie, por el que pasan a veces los grandes manuscritos invisibles. Dec¨ªa Erica Jong, la escritora. norteamericana: "?Los ves? Est¨¢n ellos. Es su feria, se divierten, van en sus grandes coches, felices, ?y d¨®nde estamos nosotros?" De broma, y en serio, tambi¨¦n, a?ad¨ªa: "Ser¨ªan muy felices si no estuvi¨¦ramos, si no tuvieran que publicarnos y adem¨¢s llevarnos en sus coches. Si los autores fu¨¦ramos invisibles estar¨ªan m¨¢s tranquilos". Y eso dec¨ªa: No s¨®lo son a veces invisibles los libros; lo son tambi¨¦n los autores en esta feria. No es verdad del todo; coincidimos en el ba?o con Cees Noteboom, el escritor holand¨¦s, Dario Fo ha hecho re¨ªr hasta a los circunspectos, Saramago no ha parado de firmar y ser filmado en medio de la celebraci¨®n portuguesa, Luis Sep¨²lveda, Mario Vargas Llosa, Antonio Sarabia y otros han estado en carne y hueso, e incluso con sus libros verdaderos.
Pero, s¨ª, prueba la atm¨®sfera de Francfort que aquella par¨¢bola que citamos al principio es m¨¢s veros¨ªmil cada vez. Cuanto m¨¢s invisible, m¨¢s caro. Es un lema y es tambi¨¦n un monumento virtual que cada a?o se alza en medio de la biblioteca invisible que va fabricando una extra?a, paralela y real nueva historia de la edici¨®n en el mundo.
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