Estampitas
El primer Fausto de Goethe -Urfaust, suelen escribir los eruditos- era ingenuo, infantil, metido en creencias y en sospechas populares de su tiempo -el ¨²ltimo cuarto del XVIII-; y esta versi¨®n abreviada y sencilla que se representa en el teatro de la Abad¨ªa lo infantiliza m¨¢s: la traducci¨®n est¨¢ hecha en pareados o aleluyas, por Miguel S¨¢enz -un gran traductor- y no se hurtan (o son deliberados) los ripios ni los efectos que resultan c¨®micos de anacronismos y coloquialismos, sobre la versi¨®n del alem¨¢n G?tz Loepelmann (como los figurines y la escenograf¨ªa: adem¨¢s de la direcci¨®n de escena); y los actores son los juveniles alumnos de nuestro Jos¨¦ Luis G¨®mez, poco cr¨¦dulos en lo que representan.A los dos siglos pasados desde esta escritura, ver a Dios con peluca y barbas blancas, con su caracter¨ªstica t¨²nica, y al Diablo, abajo, todo rojo, con cuernos y rabo, y con el bonito cuerpo femenino que hay debajo del traje, puede resultar gracioso y sentimental, recordar a algunos los cuentos de Calleja, y a otros las ilustraciones de sus breviarios: no m¨¢s all¨¢. Como el tel¨®n corto de las terribles llamaradas. Hay otras estampitas en escena: las primeras tentaciones en la taberna prostibularia no creo que arrastrasen al pecado a nadie de nuestro tiempo, y la misma Margarita, con todos mis respetos para la actriz de bonito rostro, no hace pecar a ninguno que no sea un paid¨®fillo empedernido. La Margarita de hoy es Lolita, la de Nabokov, de las que hay bastantes reproducciones ahora en las calles de las ciudades. Y es la que ahora abunda como v¨ªctima, tambi¨¦n, en las p¨¢ginas de sucesos.Peque?a teolog¨ªa
Fausto
De Johann Wolfgang van Goethe.Traducci¨®n de Miguel S¨¢enz de la versi¨®n con textos del Fausto I, de G?tz Loepelmann. Int¨¦rpretes: Pedro Casablanc, Beatriz Arg¨¹ello, Ernesto Arias, Irene Visedo, Pepe Viyuela, Ester Bellver, Palmira Ferrer, F¨¢tima Baeza, Gregor Acu?a, Arsenio S¨¢nchez, Karmele Aramburu, de la Compa?¨ªa del Teatro de la Abad¨ªa. Direcci¨®n, escenograf¨ªa y figurines: G?tz Loepelmann. Madrid, Festival de Oto?o. Teatro de la Abad¨ªa. Sala Juan de la Cruz.
Es posible que en Alemania, que no dej¨® de tener una cierta ingenuidad ni en sus peores momentos, donde a Goethe se le lee y se estudia desde la escuela, esta versi¨®n produzca otro tipo de sentimientos; como lo produce, desde luego, la ¨®pera de Gounod, porque es una ¨®pera y ya se sabe c¨®mo son sus textos y sus estampas. Efectos, incluso, de museo. En Espa?a, esta peque?a teolog¨ªa no resulta. Interesar¨ªa m¨¢s, con su profundidad, el Fausto II, de 40 (creo) a?os despu¨¦s; los directores lo suelen considerar irrepresentable, y se van siempre a este primero y a sus pr¨®logos, que son los que se han hecho tambi¨¦n en Espa?a: el primero que recuerdo fue en el Espa?ol, por Cayetano Luca de Tena con unos soberbios decorados de Burmann. Pero eran tambi¨¦n tiempos lejan¨ªsimos en los que Franco y sus obispos hab¨ªan simplificado tanto la teolog¨ªa que parec¨ªa coincidir con los editoriales del Ya de la Editorial Cat¨®lica y con los sermones en las iglesias (seg¨²n me contaban). En todo caso, como teatro, prefiero el de Marlowe, antecedente de ¨¦ste. Como lectura, el fant¨¢stico cinemat¨®grafo de Goethe en su ¨²ltima versi¨®n y con sus retoques: hay buenas traducciones. Probablemente, los buenos alumnos de este buen maestro no deb¨ªan haber sido sometidos a esta experiencia. El actor es siempre el que da la cara, y el cuerpo y la voz, en estas ideas fallidas, y no es justo. Y digo idea fallida porque, naturalmente, no es que esta obra haya salido ingenua por casualidad, sino que se ha buscado deliberadamente esta gracia en espera de un efecto especial en el p¨²blico: y ese efecto no sucede. Se les podr¨ªa haber propuesto otra obra con resonancia contempor¨¢nea y m¨¢s a su alcance. Otras veces han trabajado en este mismo teatro con verdadera emoci¨®n.
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