?Fin del Estado naci¨®n?
Nuestro mundo y nuestras vidas est¨¢n siendo transformados por dos tendencias opuestas: la globalizaci¨®n de la econom¨ªa y la identificaci¨®n de la sociedad. Sometido a tremendas presiones contradictorias, desde arriba y desde abajo, el Estado naci¨®n, tal y como se constituy¨® en Europa en los ¨²ltimos tres siglos, export¨¢ndose luego al resto del mundo, ha entrado en una crisis profunda. Crisis de operatividad: ya no funciona. Y crisis de legitimidad: cada vez menos gente se siente representada en ¨¦l y mucha menos gente a¨²n est¨¢ dispuesta a morir por una bandera nacional, de ah¨ª el rechazo generalizado al servicio militar. Incluso en los Estados fundamentalistas o en los nacionalismos radicales que proliferan en el planeta, la idea es la sumisi¨®n del Estado a un ideal superior que trasciende al Estado: para el islamismo, por ejemplo, el marco de referencia es la umma, la comunidad de los fieles por encima de las fronteras. El Estado naci¨®n basado en la soberan¨ªa de instituciones pol¨ªticas sobre un territorio y en la ciudadan¨ªa definida por esas instituciones es cada vez m¨¢s una construcci¨®n obsoleta que, sin desaparecer, deber¨¢ coexistir con un conjunto m¨¢s amplio de instituciones, culturas y fuerzas sociales. Las consecuencias de dicho fen¨®meno son enormes, puesto que todas nuestras formas pol¨ªticas de representaci¨®n y de gesti¨®n est¨¢n basadas en esa construcci¨®n que empieza a desvanecerse detr¨¢s de su todav¨ªa imponente fachada. ?Por qu¨¦ esa crisis? ?Y hasta qu¨¦ punto la negaci¨®n del Estado no es una nueva exageraci¨®n del neoliberalismo, feliz de anunciar la apertura definitiva de las puertas al campo del mercado?El Estado naci¨®n parece, en efecto, cada vez menos capaz de controlar la globalizaci¨®n de la econom¨ªa, de los flujos de informaci¨®n, de los medios de comunicaci¨®n y de las redes criminales. La unificaci¨®n electr¨®nica de los mercados capitales y la capacidad de los sistemas de informaci¨®n para transferir enormes masas de capital en cuesti¨®n de segundos hacen pr¨¢cticamente imposible que los Estados y sus bancos centrales decidan sobre el comportamiento de los mercados financieros y monetarios, algo reiteradamente demostrado en las crisis monetarias de la Uni¨®n Europea desde 1992 y en el sureste asi¨¢tico en 1997. Pero hay m¨¢s. Al perder control sobre los flujos de capital, los Estados tienen cada vez mayores dificultades para cobrar sus impuestos y, en realidad en la mayor¨ªa de los pa¨ªses, est¨¢n reduciendo la presi¨®n fiscal sobre el capital, reduciendo por tanto los recursos disponibles para su pol¨ªtica. Teniendo en cuenta la creciente disparidad entre recursos y gastos del Estado, los Gobiernos han recurrido al endeudamiento en el mercado internacional de capitales, siendo por tanto cada vez m¨¢s dependientes del comportamiento de dicho mercado. As¨ª, por ejemplo, entre 1980 y 1993, la deuda exterior del Gobierno, en porcentaje del PIB, se dobl¨® en Estados Unidos y se multiplic¨® por cinco en Alemania, aumentando tambi¨¦n, aunque en menores proporciones, en otros pa¨ªses como el Reino Unido y Espa?a. Jap¨®n es la excepci¨®n, pero simplemente porque el Gobierno japon¨¦s tiene mayor dependencia financiera que cualquier pa¨ªs, aunque en su caso es de los bancos japoneses, los cuales a su vez dependen del excedente comercial de las empresas de su keiretsu. Aunque en la Uni¨®n Europea se ha hecho un esfuerzo notable para reducir la deuda p¨²blica con el fin de cumplir los criterios del euro, la reducci¨®n no ha disminuido la dependencia de la financiaci¨®n exterior, y es de prever que, una vez asumido el euro, la integraci¨®n de mercados financieros internacionales aumentar¨¢ a¨²n m¨¢s el papel de la deuda exterior en la financiaci¨®n de los gastos del Estado. Por otra parte, la internacionalizaci¨®n de la producci¨®n y la creciente importancia del comercio exterior en el comportamiento de la econom¨ªa disminuyen asimismo la capacidad de los Gobiernos para intervenir en la misma, exceptuando las inversiones en infraestructura y educaci¨®n. En la Uni¨®n Europea el proceso de p¨¦rdida de soberan¨ªa es a¨²n m¨¢s patente. Para no ser marginados de la competencia internacional, los Estados europeos decidieron, probablemente con raz¨®n, aunar sus fuerzas, pero al hacerlo han eliminado los ¨²ltimos restos de soberan¨ªa econ¨®mica. Con una moneda ¨²nica, un Banco Central Europeo y mercados integrados, no pueden darse pol¨ªticas econ¨®micas nacionales. Incluso los presupuestos de cada pa¨ªs tendr¨¢n m¨¢rgenes muy estrechos entre las obligaciones hist¨®ricamente contra¨ªdas (tales como seguridad social), los criterios de los mercados financieros y la armonizaci¨®n con los criterios europeos.
Procesos semejantes tienen lugar en los circuitos de informaci¨®n cient¨ªfica, tecnol¨®gica o cultural que circulan. globalmente cada vez con m¨¢s libertad; por ejemplo, a trav¨¦s de un Internet que no puede controlarse excepto desconect¨¢ndose de la red: un gesto desesperado que se paga con la. marginaci¨®n informacional; o en el caso de los medios de comunicaci¨®n que combinan una segmentaci¨®n de mercados locales con una estructura empresarial y de contenidos enteramente globalizada. Cierto, puede haber tambi¨¦n reacciones extremas como la del Gobierno espa?ol del Partido Popular intentando utilizar a Telef¨®nica para controlar pol¨ªticamente los medios audiovisuales. Pero son estertores de un orden estatista condenado de antemano al fracaso por la reacci¨®n de las instituciones europeas y de la sociedad espa?ola, la oposici¨®n de otros grupos medi¨¢ticos, la evoluci¨®n tecnol¨®gica (que multiplicar¨¢ las fuentes de informaci¨®n en los pr¨®ximos a?os) y la propia resistencia de los- profesionales de la comunicaci¨®n a ser corifeos del pensamiento ¨²nico.
La globalizaci¨®n del crimen, aunando esfuerzos entre distintas mafias y explotando la superioridad de redes transnacionales flexibles frente a la rigidez de burocracias estatales reacias a salir de sus trincheras, pone definitivamente en cuesti¨®n la capacidad del Estado para hacer respetar el orden legal. Y aunque Rusia o M¨¦xico sean casos extremos, el sur de Italia, el noroeste de Espa?a, los barrios chinos de Amsterdam o las pizzer¨ªas de Hamburgo son embriones de un cuasi-Estado criminal con creciente capacidad operativa.
Ante tales amenazas, los Estados naci¨®n han reaccionado, por un lado, ali¨¢ndose entre ellos; por otro lado, reverdeciendo los laureles del Estado mediante la descentralizaci¨®n auton¨®mica y municipal. La Uni¨®n Europea representa el proceso m¨¢s avanzado en ambas direcciones. La defensa europea es, en la pr¨¢ctica, una cuesti¨®n de la OTAN. La pol¨ªtica exterior, con matices, y cuando existe, se define en el ¨¢mbito europeo y atl¨¢ntico a trav¨¦s de un proceso multilateral. Los grandes problemas planetarios, tales como el medio ambiente, los derechos humanos, el desarrollo compartido, se abordan en foros internacionales como las Naciones Unidas y, crecientemente, en organizaciones no gubernamentales: Greenpeace o Amnist¨ªa Internacional han hecho mucho m¨¢s por nuestro mundo que cualquier asamblea de Estados.
Por otro lado, la mayor parte de los problemas que afectan a la vida cotidiana, a saber, la educaci¨®n, la sanidad, la cultura, el deporte, los equipamientos sociales, el transporte urbano, la ecolog¨ªa local, la seguridad ciudadana y el placer, de vivir en nuestro barrio y en nuestra ciudad, son competencia y pr¨¢ctica de las entidades locales y auton¨®micas. De ah¨ª la importancia hist¨®rica del nuevo esfuerzo descentralizador de Blair en el Reino Unido, uno de los pa¨ªses europeos m¨¢s centralizados hasta ahora. La identidad de la gente se expresa cada vez m¨¢s en un ¨¢mbito territorial distinto del Estado naci¨®n moderno: con fuerza como en el caso de Catalu?a, Euskadi o Escocia, naciones sin Estado, o con acentos m¨¢s matizados como en el caso de identidades locales o regionales en casi toda Europa; pero, en cualquier, caso con mayor apego y legitimidad que las identidades hist¨®ricas constituidas, aunque probablemente Francia sea la excepci¨®n, como prueba la eficacia del Estado jacobino republicano en la exterminaci¨®n de las culturas hist¨®ricas; por eso son los franceses los que m¨¢s sufren la adaptaci¨®n a la globalizaci¨®n, porque la inoperancia de su Estado naci¨®n no puede resolverse con el recurso a una red flexible de administraciones locales ancladas en identidades `culturales.
Ahora bien, pese a su desbordamiento por flujos globales y a su debilitamiento por identidades regionales o nacionales, el Estado naci¨®n no desaparece y durante un largo tiempo no desaparecer¨¢, en parte por inercia hist¨®rica y en parte porque en ¨¦l confluyen muy poderosos intereses, sobre todo los de las clases pol¨ªticas nacionales, y en parte tambi¨¦n porque a¨²n es hoy uno de los pocos mecanismos de control social y de democracia pol¨ªtica de los que disponen los ciudadanos. Aunque las formas del Estado naci¨®n persisten, su contenido y su pr¨¢ctica se han transformado ya profundamente. Al menos en el ¨¢mbito de la Uni¨®n Europea (y yo argumentar¨ªa que tambi¨¦n en el resto del mundo), hemos pasado a vivir en una nueva forma pol¨ªtica: el Estado red. Es un Estado hecho de Estados naci¨®n, de naciones sin Estado, de Gobiernos aut¨®nomos, de ayuntamientos, de instituciones europeas de todo orden -desde la Comisi¨®n Europea y sus comisarios al Parlamento Europeo o el Tribunal Europeo, la Auditor¨ªa Europea, los Consejos de Gobierno y las comisiones especializadas de la Uni¨®n Europea- y de instituciones multilaterales como la OTAN y las Naciones Unidas. Todas esas instituciones est¨¢n adem¨¢s cada vez m¨¢s articuladas en redes de organizaciones no gubernamentales u organismos intermedios como son la Asociaci¨®n de Regiones Europeas o el Comit¨¦ de Regiones y Municipios de Europa. La pol¨ªtica real, es decir, la intervenci¨®n desde la Administraci¨®n p¨²blica sobre los procesos econ¨®micos, sociales y culturales que forman la trama de nuestras vidas, se desarrolla en esa red de Estados y trozos de Estado cuya capacidad de relaci¨®n se instrumenta cada vez m¨¢s en base a tecnolog¨ªas de informaci¨®n. Por tanto, no estamos ante el fin del Estado, ni siquiera del Estado naci¨®n, sino ante el surgimiento de una forma superior y m¨¢s flexible de Estado que engloba a las anteriores, agiliza a sus componentes y los hace operativos en el nuevo mundo a condici¨®n de que renuncien al ordeno y mando. Aquellos Gobiernos, o partidos, que no entiendan la nueva forma de hacer pol¨ªtica y que se aferren a reflejos estatistas trasnochados ser¨¢n simplemente superados por el poder de los flujos y borrados del mapa pol¨ªtico por los ciudadanos tan pronto su ineficacia pol¨ªtica y su parasitismo social sea puesto de manifiesto por la experiencia cotidiana. O sea, regular¨¢n himnos nacionales para que sean obligatorios y luego a?adir¨¢n "excepto cuando proceda". No estamos en el fin del Estado superado por la econom¨ªa, sino en el principio de un Estado anclado en la sociedad. Y como la sociedad informacional es variopinta, el Estado red es multiforme. En lugar de mandar, habr¨¢ que navegar.
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