?Qui¨¦n mat¨® a Liberty Valance?
Hubo un momento en que s¨®lo faltaron los p¨®sters y las camisetas. La transici¨®n, contada en muchos casos m¨¢s por mit¨®manos que por historiadores, se convirti¨® en objeto de culto. Con toda la parafernalia que ello conlleva de sacralizaci¨®n de algunos personajes que, siendo fundamentales en esta historia, no agotan, ni de lejos, el hecho de que fuera posible. La transici¨®n ha sido contada a veces bien, a veces mal, y otras muchas de manera un tanto sorprendente incluso para los que estaban all¨ª como protagonistas o como testigos. En general, han proliferado las lagunas y las desmemorias. Y seg¨²n ha ido pasando el tiempo, las interpretaciones se han hecho m¨¢s sofisticadas, simples y con amplia primac¨ªa de los comportamientos individuales sobre los colectivos. Curioso: en l¨ªneas generales, la historia de la transici¨®n no s¨®lo no se ha complejizado como consecuencia de la aparici¨®n de nuevos datos y de la ampliaci¨®n de testimonios, sino que, por el contrario, se ha reducido a una trinidad b¨¢sica (el Rey, Fern¨¢ndez Miranda y Adolfo Su¨¢rez), reduci¨¦ndose el resto de los protagonistas a pr¨¢cticamente comparsas o mero paisaje. De hecho, paulatinamente ha ido avanzando la ficci¨®n de que el paso de la dictadura a la democracia fue una obra de dise?o, elaborada como dentro de un alambique cerrado y planeada b¨¢sicamente desde las alturas del poder.As¨ª, va cundiendo la visi¨®n de una transici¨®n otorgada, encubridora de lo que realmente fue: una aventura colectiva, en la que una parte fundamental del camino se hizo al andar, impulsada desde abajo, trabajosamente buscada durante a?os por miles de espa?oles desde la clandestinidad y desde la frontera de la legalidad, ensanchando d¨ªa a d¨ªa el ¨¢mbito de lo posible, ampliando con riesgo f¨ªsico los resquicios que ofrec¨ªa el sistema... No, no pudo haber dise?o porque no pod¨ªa haberlo. Fue precisamente su falta, sustituida a golpe de intuici¨®n, sin miedo al riesgo y con sentido de la realidad por Adolfo Su¨¢rez, lo que hizo posible que Espa?a saliese de la noche de la dictadura para encararse a un sistema democr¨¢tico, fatigosamente trabajado durante a?os, y desde muchos frentes, por miles de espa?oles que no se resignaban a ser s¨²bditos del general Franco. ?Se puede explicar el ¨¦xito final de la transici¨®n sin hablar de las huelgas de Asturias de los a?os sesenta, de los movimientos estudiantiles del 68, de los escritores de la llamada generaci¨®n realista, de la capuchinada de Sarri¨¢, de Triunfo y de Cuadernos para el Di¨¢logo, de las asociaciones cristianas de base, de Montejurra y de Vitoria, y de tantos y tantos nombres y episodios que van jalonando la lucha por la libertad en nuestro pa¨ªs? Sin esa lucha previa, la transici¨®n no es que hubiera fracasado, sino que jam¨¢s se hubiera podido plantear.
Seguramente no servir¨¢ para nada. Pero en los tiempos que corren es bueno que algunas cosas se reconozcan. Porque hoy en d¨ªa algunos de los que llegaron a la democracia a mesa puesta se empe?an en hacer tabla rasa de la historia y creerse un recortado relato en el que unos pocos otorgan graciosa y generosamente las libertades. Es una versi¨®n que evita, por un lado, compromisos y, por otro, iguala comportamientos. Es decir, que aquellos que no movieron un dedo por la libertad, o que incluso se opusieron a ella, merecen el mismo respeto que quienes se dejaron la piel a tiras en los rastrojos franquistas. Es m¨¢s, empieza a dudarse de que tales rastrojos existieran. En tiempos del "Espa?a va bien", no es pol¨ªticamente correcto hablar de un pasado en el que son tan palpables algunas ausencias. Como tambi¨¦n lo son algunas m¨¢s que notables presencias dentro, o en los aleda?os, de la dictadura. Por lo dem¨¢s, no se trata de que nadie se ponga medallas o pida privilegios en funci¨®n de los servicios prestados. De lo que se trata, lisa y llanamente, es de ayudar a que no se pierda la memoria y, sobre todo, que se cuente la transici¨®n, como etapa fundamental de la configuraci¨®n de la Espa?a actual, tal y como fue. Incluidos, por supuesto, sus or¨ªgenes.
Si la democracia fue posible en Espa?a es porque muchos hombres y mujeres trabajaron sin descanso por conseguirla. Desde diversos frentes y partiendo de posiciones iniciales muy distantes entre s¨ª. Muchos se quedaron en el camino, y otros sobrevivieron hasta llegar a la tierra prometida de las libertades, del reconocimiento de los derechos humanos, del respeto por la diferencia y la pluralidad del concepto de Espa?a, del valor supremo de la convivencia y de la reconciliaci¨®n. Desde ah¨ª se lleg¨® a la Constituci¨®n de 1978. Pero no se quedaron quietos a verla llegar. Antes, intentaron llenar el foso abierto por la guerra civil y, a pesar de que algunos proced¨ªan del bando de los rebeldes y otros del exilio, abrieron el di¨¢logo entre las dos Espa?as para que nunca m¨¢s hubiera vencedores ni vencidos. Creyeron en los movimientos sociales emergentes que desde el mundo obrero y el de la cultura, desde la Universidad y desde la calle, ped¨ªan a gritos el reconocimiento de sus derechos. Y los quer¨ªan ya. Estuvieron en los encierros en las iglesias, en el banquillo de los juzgados de Orden P¨²blico y defendiendo a estudiantes y a obreros, en la cotidiana pelea con la f¨¦rrea censura y en la militancia antifascista, en la recuperaci¨®n de siglas hist¨®ricas e impartiendo doctrina democr¨¢tica en f¨¢bricas y colegios mayores... Los episodios de esta larga marcha son incontables. Los nombres de sus protagonistas, tambi¨¦n.
Pero incluso dentro de esta historia aut¨¦nticamente coral hay algunos que merecen, como m¨ªnimo, el reconocimiento p¨²blico, no s¨®lo por lo que hicieron, sino, m¨¢s importante todav¨ªa, por lo que impulsaron a su alrededor. Es el caso de Joaqu¨ªn Ruiz-Gim¨¦nez, un hombre fundamental en la historia de Espa?a de los ¨²ltimos cuarenta a?os. No es ¨¦ste el momento de escribir su biograf¨ªa; entre otras cosas porque, gracias a Dios, le quedan todav¨ªa muchos cap¨ªtulos por delante. Pero en momentos de interesada desmemoria y donde hasta parece que los valores democr¨¢ticos se instalaron en la sociedad espa?ola casi por arte de magia, de la noche a la ma?ana, es bueno recordar a quienes, a lo largo de toda su vida, con contradicciones pero sin pausa, lucharon contra el totalitarismo, la intolerancia y
Pasa a la p¨¢gina siguiente Viene de la p¨¢gina anterior
la falta de respeto por los mecanismos del Estado de derecho. En estos a?os ha habido muchas causas justas que defender. En todas ellas, absolutamente en todas, ha estado y est¨¢ Joaqu¨ªn Ruiz-Gim¨¦nez. Desde su condici¨®n de ministro y de embajador de Franco intentando desde dentro la imposible apertura del r¨¦gimen, desde las p¨¢ginas de Cuadernos para el Di¨¢logo en sus quince a?os de existencia, desde su c¨¢tedra en la Universidad, desde su despacho de abogado, desde su militancia cristiana, como primer Defensor del Pueblo, desde la presidencia de Unicef.. S¨®lo un dato respecto a Cuadernos para el Di¨¢logo: en las primeras elecciones democr¨¢ticas, de junio de 1977, no menos de cien personas ligadas a la revista, que cubr¨ªan pr¨¢cticamente todo el arco parlamentario, se presentaron en las listas electorales. Los elegidos, de entre los que saldr¨ªan varios de los redactores de la Constituci¨®n, fueron muchos. Iron¨ªas de la historia: Ruiz-Gim¨¦nez no estuvo entre ellos. Pero Joaqu¨ªn Ruiz-Gim¨¦nez fue siempre, y es, un ejemplo de ¨¦tica personal y pol¨ªtica. ?Qui¨¦n dice que esta sociedad no tiene modelos que ense?ar a los j¨®venes?
Liberty Valance, el pistolero de aquella inolvidable pel¨ªcula de Ford, cae abatido en una pelea por una bala disparada por alguien que no es el pol¨ªtico que se beneficia m¨¢s directamente de su desaparici¨®n. Su muerte permite, al fin, la instalaci¨®n en la ciudad del imperio de la ley. Pero ?qui¨¦n ha matado realmente a Liberty Valance? Desde luego, no quien, lo parece. Ahorr¨¦monos las hip¨®tesis. Aqu¨ª, Franco, que en contra de lo que algunos pretenden hacer creer no fue un general romano, muri¨® en la cama. Pero su r¨¦gimen no pudo resistir el embate de los dem¨®cratas que paso a paso, palmo a palmo, salto a salto, fueron sumando a su causa cada vez mayores cotas de libertad. Ellos configuraron esa realidad a la que no tuvo m¨¢s remedio que adaptarse la legalidad. En ese frente estuvo siempre Joaqu¨ªn Ruiz-Gim¨¦nez. ?Tiene sentido recordarlo ahora, cuando la democracia est¨¢ asentada y enraizada en la sociedad espa?ola? Lo tiene por razones obvias, tanto de estructura como de coyuntura. La memoria impide la manipulaci¨®n de la historia. Y recordar las ra¨ªces de nuestra democracia, qui¨¦nes de verdad la hicieron posible, es impedir su desnaturalizaci¨®n y su indebida apropiaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.