Hablando con las manos
Paso unas gratas horas, en Madrid, con el pintor Antoni T¨¢pies. Acaba ¨¦l de regresar de Oporto, donde la galer¨ªa Fernando Santos le dedica una exposici¨®n, y trae consigo el cat¨¢logo portugu¨¦s, que se abre por un peque?o cuadro de 1992, titulado Serp vermella. En la parte trasera de un bastidor (54 x 65 cent¨ªmetros), una serpiente rojiza, untuosa, se impone de un trallazo sobre la madera desnuda; y se dir¨ªa que sin previo aviso y, al par o por encima de todo, sin tampoco ocultar con ello la llana singularidad del soporte, esa apacible crudeza que dificulta o facilita el trazo de la maciza espiral. Soporte ¨¦ste, como todo lo llano, accidentado a poco que se toque y se mire: nudos, vetas, filigranas, savia anubarrada, hundimiento (con su porci¨®n de sombra) entre los listones del marco y el panel central, rastros de se?as (tamp¨®n de tinta azul) del artesano que tal objeto fabricara, remiendos y junturas, imprevisi¨®n feliz de este destino final.La cola se te sale del marco a la serpiente, dejando tras de s¨ª negros signos de cruces (eterno m¨¢s y m¨¢s), a una acci¨®n repentina encadenados, con sus salpicaduras tambi¨¦n negras y una especie de diminuto coraz¨®n rojizo, fragmento acaso de la misma cola, y que, exento, a la orilla del l¨ªmite, a punto estuvo ni de ser siquiera, estando ya ahora ah¨ª, coletazo cordial, medio mordido y goteando hacia arriba. Suficiente visi¨®n; o nada que decir, al menos frente -a aqu¨¦llos que tanto a?oran eso que m¨¢s abunda: un decir reducido a sentido domesticado.
Lo que T¨¢pies nos deja sentir, entre marcas de duraci¨®n (rel¨¢mpagos) y de insistencia (est¨ªmulos), es una inclinaci¨®n irrefrenable, tan presente en los tratados chinos sobre artes pl¨¢sticas, hacia una actitud estructural que considera la pintura no como una expresi¨®n paralela a la escritura, sino como su origen, su verdadero magma precursor, no sujeto a nombrar d¨¢ndose a ver. Posos de ese saber quedaron en la propia escritura; b¨¢stenos recordar, a ese central prop¨®sito, aquello que fray Luis de Le¨®n, en De los nombres de Cristo, puso en labios de Marcelo: "Pues lo que toca ¨¢ la figura, bien considerado, es cosa maravillosa los secretos y los misterios que ay acerca desto en las letras divinas. Porque en ellas, en algunos nombres se a?aden letras para significar acrecentamiento, de buena dicha en aquello que significan; y en otros se quitan algunas de las devidas, para hazer demonstraci¨®n de calamidad y pobreza. ( ... ) En otros mudan las letras su propia figura, y las abiertas se cierran y las cerradas se abren y mudan de sitio, y se trasponen, y disfra?an con visajes y gestos differentes, y, como dizen del camale¨®n, se hazen ¨¢ todos los accidentes de aquellos cuyos son los nombres que constituyen".
Pl¨¢ticas de anta?o, a la sombra de unas parras y junto a la corriente de un manantial, para desenvolver un tesoro (el de la lengua), que afectaba de lleno al anhelo de reflejar "el p¨ªo general de todas las cosas". Con la imagen de fondo de ese camale¨®n que se reencarna en Keats y en Pessoa. Sonido y actitud que bien saben que hay cosas imposibles de nombrar con una sola palabra. O que prefieren, por respeto, mentir, cederle la expresi¨®n al canto inaugural, o a alguna mancha serpentina con el, coraz¨®n en la cola: lo que todav¨ªa no es, lo que jam¨¢s ser¨¢, el territorio libre al que el entendimiento no llega.
Llega T¨¢pies a dibujar, momentos antes de despedirnos, una mano que alberga una boca. A l¨ªnea por palabra, a palabra por dedo, redondea este lema el emblema que a poco del presente nos ata: "Jo parlo amb les mans".
Me he acordado, de pronto, de Paul C¨¦zanne. Una ma?ana luminosa de oto?o, cerca de Aix y debajo de un pino, el pintor contemplaba el valle de Arc en compa?¨ªa de un amigo. Cuando crey¨® haber apresado el motivo pict¨®rico ("?Ya lo tengo!"), hizo y repiti¨® un gesto que as¨ª anot¨® su acompa?ante: "Separa sus manos y, abriendo bien todos sus dedos, vuelve a juntarlas, lentamente; luego, crispado, cruza sus dedos, haciendo que penetre una mano en la otra". Despu¨¦s empieza a hablar: "Es lo que hay que alcanzar... ". Para, a continuaci¨®n, a?adir: ."Si los vol¨²menes y los valores corresponden, en mi lienzo y en mi sensibilidad, a los t¨¦rminos y a las manchas que tengo ah¨ª, delante de mis ojos, mi cuadro entonces cruza las manos. No titubea. No pasa demasiado alto ni demasiado bajo. Es verdadero, denso, pleno. Pero si incurro en la menor distracci¨®n, en el m¨¢s peque?o desfallecimiento, sobre todo si un d¨ªa, me da por interpretar en exceso, si una teor¨ªa me arrastra ahora contrariando la de la v¨ªspera, si pienso mientras pinto, si intervengo, ?todo se derrumba!".
Tacto expresivo.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.