El santo y la bellota
Llevo el nombre que me pusieron en la pila sin altaner¨ªa y con entereza, ya que, durante alg¨²n tiempo, no fue gustosamente admitido en nuestros lares. Muy consolador el significado de bien nacido o engendrado, am¨¦n de que en nuestros madriles confirmara su popularidad gracias a un pasodoble del maestro Padilla, que le da al santo carta de ciudadan¨ªa: "El d¨ªa de san Eugenio / yendo hacia El Pardo le conoc¨ª...". Tal fecha cae en el 15 de noviembre y no en otra; jornada de puertas abiertas en esos montes, patrimonio de la Corona, donde en esa ¨²nica jornada pod¨ªa ser libremente visitado y hollado por los ciudadanos, desde las duquesas a las manolas, los menestrales a los toreros. A El Pardo iban a coger bellotas, manjar de cerdos.Un alcalde imaginativo hace tiempo que habr¨ªa sustituido el extravagante oso y el ex¨®tico madro?o, quiz¨¢ frecuentes en el siglo XIII, por un orondo gocho cebado al pie de las encinas. Debi¨® ser animal dom¨¦stico, tan asiduo o m¨¢s que el gato, y arraigada la costumbre de hacer acopio de la sabrosa bellota, nutricio pretexto del jam¨®n, pitanza de los dioses, si hubiesen educado el paladar.
Ignoro qu¨¦ trama, conspiraci¨®n, contubernio o conjura ha desplazado al genuino san Eugenio -obispo que fue de la cercana ciudad de Toledo- sustituy¨¦ndolo por un Alberto que, con todos los respetos, ?d¨®nde va a parar! Santos y papas, a barullo. Desde el siglo V al VII, o¨ªdo al parche, siete Eugenios fueron reyes de Escocia; el primero ech¨® de all¨ª a los romanos y al ¨²ltimo le apiolaron los nobles y cl¨¦rigos por su adicci¨®n al libertinaje y quiz¨¢ al whisky.
O sea, venimos de lejos y no desmerecen las Eugenias, que dejaron copiosa estela de m¨¢rtires, en los primeros siglos cristianos, hasta la deslumbrante granadina, emperatriz de los franceses, primero vecina de Madrid, donde vino a morir, a los 96 a?os. Sin embargo, no fue prenombre habitual. En Madrid suger¨ªa actividades menestrales: el "se?or Eugenio" pod¨ªa ser el due?o de la poller¨ªa o, lo m¨¢s, un practicante, y la "se?¨¢ Ugenia", avizora en el chisc¨®n de la porter¨ªa, arrebujada en la toquilla. La prosapia griega palidec¨ªa a principios de siglo. El franc¨¦s Eugenio Sue anim¨® el cotarro con Los misterios de Par¨ªs, y nos llegaban ecos imperiales, germano-h¨²ngaros, del archiduque Eugenio Jos¨¦ (yo me llamo as¨ª, aunque nuestras familias no tienen nada en com¨²n). De vez en cuando, un bolchevique, un ajedrecista o un gimnasta tra¨ªan el Yevgueni estepario. No podemos orillar al heroico Juan Eugenio Hartzenbusch, hijo de un ebanista alem¨¢n, inmigrado en Madrid, que llen¨® de consonantes la nomenclatura rom¨¢ntica. Dice la enciclopedia que hubo de vencer dificultades, ?y c¨®mo, con el nombrecito!, para que le publicasen Los amantes de Teruel y le hiciesen director de la Biblioteca Nacional y acad¨¦mico. En Estados Unidos se habr¨ªa apellidado Harchy desde la segunda generaci¨®n.
Pocos, no recuerdo generales o pol¨ªticos, lo que da cierto respiro geneal¨®gico. En alg¨²n momento de los a?os cuarerta, cuando la capital era poco m¨¢s que el caf¨¦ Gij¨®n, varios eminentes, para la ¨¦poca. Uno, con el don incorporado: don Eugenio D'Ors; y el palad¨ªn del castellano, Eugenio Montes; el caballero din¨¢stico, Vegas Latapi¨¦; la mucho m¨¢s que notable Eugenia Serrano; el fugaz Eugenio Nadal, y alguno que olvido, n¨®mina en la que, incluso, aparec¨ªa un servidor y superviviente. Vino, m¨¢s tarde, ese humorista aragon¨¦s que le ha puesto sonrisa al acento catal¨¢n. Claro que nos faltan futbolistas de prestigio y cl¨¢usula multimillonaria, ¨ªdolos del rock, balonmanistas, tertulianos televisivos, premios Planeta y alg¨²n juez estrella, si bien mirado podemos pasar sin pena.
Es un nombre sin ra¨ªces adquiridas en regi¨®n alguna, como los Vicentes valencianos, los Jordis catalanes, el Josechu vasco o, dig¨¢moslo de una vez, el Juli¨¢n verbenero o el Joselito andaluz. El Eugenio qued¨® enredado en alg¨²n olivo ¨¢tico, aunque parece que quiere abrirse camino. Todo esto para reivindicar que el 15 de noviembre alguien, con pundonor y lo que haya que tener, restituya la festividad de ese d¨ªa en la villa de Madrid, devolviendo a la bellota su prestigio.
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