Adi¨®s a los campos de la muerte

"Soy como un barco que naufraga", solloza un camboyano de 30 a?os, padre le dos ni?os de corta edad, mientras mira los dos mullones que una vez fueron sus piernas. Una mina antipersonas se las arranc¨® de cuajo. La bomba no pudo con su vida, pero desde entonces siente "como si hubieran matado el futuro" de sus hijos. Su testimonio aparece en el cortometraje del cineasta Rithy Panh incluido en el filme Silencio, se mata, un sobrecogedor alegato contra las bombas antipersonas, que cada a?o matan o hieren de gravedad a 26.000 personas. El documental, ideado por Handicap, una ONG de ayuda a los mutilados que obtuvo recientemente el Premio Nobel de la Paz, consta de una decena de cortos realizados por directores de prestigio. Su estreno clausur¨® el s¨¢bado el Festival de Cine de Medio Ambiente de Gav¨¤ (Barcelona).Los cortos -completamente diversos, ni siquiera hay dos que se asemejen-, dirigidos art¨ªsticamente por Bertrand Tavernier, est¨¢n destinados a la televisi¨®n y han sido producidos con el objetivo de presionar a la comunidad internacional para borrar del mapa los campos de la muerte diseminados por todo el planeta. Algunos de ellos son peque?as joyas, tanto por su calidad pl¨¢stica como por la emoci¨®n que destilan. S¨®lo dos, el realizado por el espa?ol Fernando Trueba sobre Bosnia y el del cineasta Rithy Panh acerca de Camboya, utilizan en la narraci¨®n a v¨ªctimas de las minas. El resto se sirve de actores -es el caso de los minidocumentales de creaci¨®n o de los cortos de pura ficci¨®n- o emplea t¨¦cnicas publicitarias.

Entre los que adoptan el formato publicitario, est¨¢n los dirigidos por la francesa Coline Serreau, que recrea una sala de reuniones en la que un grupo de odiosos ejecutivos exponen los beneficios econ¨®micos que reportar¨¢ a la empresa la fabricaci¨®n de minas. De pronto, al fondo, se abre una puerta y emerge de la luz una ni?a oriental apoyada en una muleta. S¨®lo tiene una pierna. El otro cortometraje realizado como un spot es del belga Jaco van Dormael, y en ¨¦l se repite machaconamente el mensaje, una frase que al director le interesa subrayar: "Una v¨ªctima cada 20 minutos".

Curiosamente, la sangre no es un recurso elegido mayoritariamente por los cineastas. Aparece ¨²nicamente en dos cortos, aunque, eso s¨ª, con toda su crudeza. Como en el minidocumental del egipcio Youssef Cachine, inspirado en el caso real de Farid, un joven de 23 a?os estudiante de arte dram¨¢tico que muri¨® a causa de una mina antipersonas que le explot¨® durante una excursi¨®n. La sangre es usada tambi¨¦n para sacudir las conciencias en el corto del franc¨¦s Mathieu Kassovitz. En ¨¦l, una familia -una pareja y dos hijos varones- de clase media alta pasean por el campo. La acci¨®n puede situarse en cualquier pa¨ªs occidental desarrollado. El matrimonio discute sobre un asunto trivial y los ni?os juegan con unas ramas. Se meten en un espeso bosque donde los padres no pueden verlos y al instante se oye una explosi¨®n. El hombre y la mujer corren hacia ellos y los encuentran destrozados. Una voz en off resume con iron¨ªa el sentido de la trama: "Felizmente, eso no sucede en casa".

No pasa en casa, pero s¨ª cerca. Un ejemplo: la frontera alemana con los antiguos pa¨ªses del Este. La denuncia de esas minas es el motivo del corto del alem¨¢n Volker Sch?ndorf. En el filme del franc¨¦s Pierre Jolivet no hay sangre, pero el cineasta crea el clima perfecto para que el espectador la sienta. En la primera parte, un comando de soldados entierra una mina en la cuneta de un camino; encima le coloca una lata de comida para llamar la atenci¨®n de la v¨ªctima. En la segunda parte, una ni?a que va en bicicleta se detiene atra¨ªda por el tarro. La imagen se congela cuando el diminuto pie calzado con una sandalia est¨¢ a punto de pisar la bomba.

Como Trueba, el ruso Pavel Lounguine ha elegido Bosnia. Concretamente, Grozni. El corto, de ficci¨®n, muestra a un ni?o y a un joven en una zapater¨ªa. A uno le falta la pierna izquierda, al otro la derecha. Acuerdan repartirse un par de zapatos. Al salir de la tienda, el joven se descalza porque no puede soportar m¨¢s el dolor. El zapato es tres n¨²meros m¨¢s peque?o que su pie. "?Por qu¨¦ lo ha comprado entonces?", le pregunta su acompa?ante. "Yo sol¨ªa poner minas en Grozni, hasta que pis¨¦ una", responde.