El cante herido
Cuando Jos¨¦ Merc¨¦ canta como lo hizo el viernes, el cante jondo alcanza una rara plenitud, esa intensidad expresiva que no deja resquicios por donde nos llegue la sensaci¨®n de que nos falta algo. Tan pleno, tan colmado de grandeza y de belleza, de jondura, de ¨¢ngeles y duendes, de todo lo que hace de este arte una criatura que, especialmente en casos as¨ª, nunca sabremos explicar muy bien.Cante herido, s¨ª, el de Merc¨¦. Herido y heridor, porque la indiferencia es imposible ante ese despojo inmisericorde de sentimientos en que Merc¨¦ convierte su queja cuando se entrega a ella con una verdad sin paliativos. Aqu¨ª nada puede ser dulce, ni siquiera piadoso. El grito jondo es una pena en s¨ª mismo, y su mensajero el oficiante de una liturgia no destinada a aplacar a ning¨²n Dios cruel, sino a crear espacios de ensue?o en que podamos acceder a un inefable estado de candor original. Cante herido y heridor, s¨ª, el de este Jos¨¦ Merc¨¦ convertido ya en leyenda viva de lo jondo. Tanto, que el oyente ha de transformarse por necesidad en comulgante de la religi¨®n a que ¨¦l quiera llevarnos, porque a ¨¦l le fue revelado el misterio. Merc¨¦ cant¨® de gracia, con el coraz¨®n en la boca, porque quer¨ªa dar lo mejor de s¨ª a un p¨²blico que le ha convertido en ¨ªdolo capaz de otorgar mercedes tan ins¨®litas como su cante. Cuando abordaba los tercios m¨¢s dram¨¢ticos de sus temas antes que nada dolientes -la debla, la sole¨¢, la malague?a, la siguiriya, el taranto-, el cantaor se romp¨ªa en una hermosa pelea.
Jos¨¦ Merc¨¦
Con la guitarra de Mora¨ªto Chico. Gran Anfiteatro del Colegio de M¨¦dicos. Madrid, 14 de noviembre.
Hizo tambi¨¦n, Merc¨¦, cantes ligeros, incluso las buler¨ªas en que es un maestro como los buenos cantaores de Jerez, pero me qued¨® grabado a fuego el eco de la tragedia en su voz. "?Ay, Curro de mis entra?as, y de mi coraz¨®n ... !", la siguiriya en amargura y desconsuelo, el recuerdo en carne viva del hijo que perdi¨® cuando a¨²n no se hab¨ªa hecho hombre. El cante que duele, como me dec¨ªa un viejo Juan Talega. Y la guitarra ejemplar de Mora¨ªto, uni¨¦ndose a la queja insondable.
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