Superpotencia provinciana
EN UNOS pocos d¨ªas, el Congreso ha frustrado tres iniciativas del presidente Clinton en el terreno internacional. Primero le deneg¨® la autoridad para negociar con efectividad (por medio de la fast track o v¨ªa r¨¢pida) grandes acuerdos comerciales. Ahora, en su ¨²ltimo acto antes de comenzar unas largas vacaciones navide?as, ha rechazado dos partidas presupuestarias para saldar la deuda con la ONU (1.300 millones de d¨®lares), en cumplimiento de una promesa de Clinton al principio de su segundo mandato, y para impulsar nuevos instrumentos del FMI (3.500 millones de d¨®lares) en su esfuerzo por superar la crisis financiera del sureste asi¨¢tico.Se pensar¨¢ que tras estos gestos del Congreso hay profundas diferencias con el Ejecutivo sobre cu¨¢l debe ser la pol¨ªtica exterior de la ¨²nica superpotencia que queda en el planeta. Pero no es as¨ª. En muchos casos las decisiones del Congreso tienen un claro tinte localista, provinciano o ideol¨®gico, atribuible ora a los dem¨®cratas, en el caso de la fast track, ora a los republicanos ante el FMI o la ONU, pues exig¨ªan a cambio que el presupuesto federal dejara de apoyar la posibilidad de abortar en el extranjero o de defender causas abortistas.
Estos bloqueos le llegan en muy mal momento a Clinton, que tiene en marcha dos importantes iniciativas de m¨¢xima actualidad y prioridad. Para empezar, al retener las deudas contra¨ªdas con la ONU, Washington pierde autoridad cuando pretende a la vez potenciar y reformar esta organizaci¨®n, y buscar en ella, en particular en su Consejo de Seguridad, la legitimidad para actuar contra Sadam Husein en Irak. Tampoco gana el Ejecutivo al verse maniatado en su proyecto de crear en el FMI un programa de cr¨¦ditos de emergencia -al que EE UU deb¨ªa contribuir con 3.500 millones de d¨®lares- para ayudar a la recuperaci¨®n y saneamiento de las econom¨ªas asi¨¢ticas.
Estas votaciones del Congreso ata?en a la capacidad misma de EE UU de actuar como superpotencia con un mayor margen de maniobra internacional. El legislativo ha atado en corto al Ejecutivo en su pol¨ªtica hacia Cuba (con la ley Helms-Burton) o hacia Ir¨¢n y Libia (con la ley D'Amato). Ahora, el Congreso le quita al presidente de las manos las posibles zanahorias frente al mundo, y le aleja de una cooperaci¨®n m¨¢s estrecha con las instituciones internacionales. Parad¨®jicamente, no le pone objeciones para que utilice el palo del ataque militar contra Sadam cuando lo estime conveniente.
M¨¢s que de aislacionismo habr¨ªa que hablar de confusionismo. La Casa Blanca reivindica la autonom¨ªa del presidente para actuar fuera de Estados Unidos con la decisi¨®n que exige su condici¨®n de ¨²nica superpotencia. El Capitolio convierte en axioma el dicho de que "toda pol¨ªtica es local". Pero en este litigio no se puede pasar por alto que un gran n¨²mero de congresistas norteamericanos ni siquiera dispone de pasaporte, lo que dice mucho de una forma de ver el mundo poco compatible con la globalizaci¨®n.
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