El viejo Fokker
Fue un amable encuentro con el pasado. El otro d¨ªa regres¨¦ a Madrid, por v¨ªa a¨¦rea, desde San Sebasti¨¢n, periplo bien modesto para el periodista contempor¨¢neo, dicho sea con la debida humildad. Hasta hace bien poco, la conexi¨®n con la di¨®cesis de monse?or Seti¨¦n era paup¨¦rrima: un par de vuelos, reducido a uno en fin de semana. Quiz¨¢ en incrementarlos haya influido el hecho de que iban casi siempre llenos, aunque es dato no confirmado; lo cierto es que, ahora mismo, se posan y despegan cuatro aviones en cada direcci¨®n. La hora que pude elegir me ven¨ªa de perillas y, tras el aviso megaf¨®nico, me encontr¨¦ mezclado entre la manada de pasajeros, dispuestos al abordaje del ¨²nico aparato a la vista. Confieso haber sentido el aleteo de una grata emoci¨®n.Aquel solitario avi¨®n era ni m¨¢s ni menos que el viejo Fokker, con el que no coincid¨ªa en los ¨²ltimos tiempos. Fue tenido por tan seguro como el tiro de mulas enjaezadas para la diligencia esa que aparece en todas las pel¨ªculas actuales, que llevan y traen can¨®nigos ambiciosos y mujeres casadas, corro¨ªdas por los remordimientos que aparecen al abandonar el nido ad¨²ltero y se esfuman ante la siguiente cita. El vicio Fokker, que nos llev¨® a Tablada, a Son Bonet y a Le Bourget cuando los aeropuertos de Sevilla, Palma de Mallorca o Par¨ªs m¨¢s parec¨ªan un relevo, de postas o una parada de ¨®mnibus.
El se?or Fokker, don Anthony, era un ingeniero holand¨¦s que fabricaba cazas alemanes para la Alemania de la Primera y la Segunda Guerra Mundiales. Invent¨® la ingeniosa sincronizaci¨®n de las ametralladoras de a bordo, cuyas balas atravesaban el espacio entre las aspas, lo que, sin duda, aprovech¨® el mort¨ªfero Bar¨®n Rojo.
All¨ª estaba, reluciente, fiel a su silueta tradicional, las alas en plano recto, sustentando el fuselaje, el morro modernizado y los motores turboh¨¦lice rugiendo la bienvenida. Casi, casi parec¨ªa un avi¨®n privado en el que llev¨¢ramos a un nutrido s¨¦quito de amigos. %Cu¨¢ntos pasajeros lleva, se?orita?", pregunt¨¦ a la sonriente -s¨ª, sonriente, lo juro- azafata. Dud¨® un instante, para rehacerse, con graciosa obsequiosidad: "Pues no lo s¨¦; pero, si quiere usted, los cuento".
Una lujosa propaganda ilustra de las ventajas de este aparato y afirma que es conocido como "el Rolls-Royce de la aviaci¨®n regional", certero ep¨ªteto, ganado con rapidez en los apenas tres a?os que tal modalidad surca nuestros cielos. Los costados proclaman, en bicolor, el nombre de la compa?¨ªa: "Air Nostrum, Comunidad-Valenciana", quiz¨¢ algo sorprendente en un aeropuerto vascongado... Una airosa palmera, que recuerda el logotipo de La Caixa, y al menos un gran letrero donde se lee "Turisme". Parec¨ªa la espalda de un escalador ciclista en el Tour de Francia. En el tim¨®n de cola campean las iniciales de Iberia, nada de conjeturas. La aeronave se mantiene v¨¢lida desde hace m¨¢s de 80 a?os.
Recuerdo el primero o segundo vuelo de una joven familiar, aeromoza de Aviaco, cuando la competici¨®n era fingida. Debutaba en la ruta Madrid-Jerez, siempre cubierta por estos fieles ingenios. Serv¨ªa el desayuno a los viajeros matinales cuando una turbulencia desnivel¨® su pulso y parte del l¨ªquido cay¨® sobre los pantalones del pasajero.Corre desolada hacia la popa, donde agarra un pa?o, que humedece, y, con igual celeridad, el coraz¨®n desbocado, encendido el rostro por el azoramiento -y musitando excusas, se medio arrodilla en el pasillo y comienza a frotar con energ¨ªa desesperada las rodillas del caballero que ocupaba el asiento inmediatamente detr¨¢s del que recibi¨® el recuelo de la cafetera. Pudo haber sido el inicio de una larga amistad, de lo que no hay constancia. Salvo en el singular caso de la bella Dimitra y el fogoso Papandreu, la tripulaci¨®n no suele ligar con el pasaje, ni viceversa.
El viejo Fokker tiene personalidad. Las risue?as -si, han le¨ªdo bien- empleadas nos sirvieron un castizo bollo a escoger: de queso, chorizo o jam¨®n. Hubo para todos, ventaja de la capacidad correspondiente a la duraci¨®n del viaje. Antes se llamaban vuelos dom¨¦sticos, denominaci¨®n poco elegante, aunque el apelativo regional puede traer disgustos, aviso. .
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