Cierra el imperio del saldo
Tres veteranas dependientas hablan de Almacenes Arias, creados hace medio siglo y que desaparecen definitivamente
Como en el libro de Garc¨ªa M¨¢rquez donde el protagonista es el ¨²nico que ignora su inminente muerte, en Almacenes Arias s¨®lo la veintena de empleados que a¨²n resist¨ªan negaban la defunci¨®n del imperio creado en 1949 por Esteban Arias. Eran sobre todo mujeres pese a los signos inequ¨ªvocos de ruina -falta de existencias o cierre imparable de locales-, aferraban a la palabra de los 10 descendientes del fundador -esperaban anhelantes la inyecci¨®n de dinero que colmar¨ªa de nuevo los estantes semivac¨ªos. El pasado 12 de septiembre, el expediente de crisis les revel¨® que el final de la historia llevaba 10 a?os escrito, desde que el fuego asol¨® la casa madre en Montera y sepult¨® entre sus escombros a 10 bomberos."Te da mucha rabia pensar en la gente que hemos sacrif¨ªcado en este tiempo y en las concesiones que hemos hecho para al final llegar a esto", dice Isabel las Mascaraque, representante sindical y dependienta desde 1969. La duda que le queda nunca tendr¨¢ respuesta. ?Hubiera sido mejor una muerte r¨¢pida cuando se vio que los Arias iban a incumplir el compromiso de reinvertir el dinero del seguro de incendios en el resto de los centros? El resultado ser¨ªa el mismo y habr¨ªan adelantado 10 a?os su ingreso en el paro.
Curiosamente, el ¨²ltimo local en echar el cierre fue el primero en abrir. En la plaza del Angel, 12, Esteban Arias empez¨® a edificar lo que en los setenta lleg¨® a ser un respetable emporio comercial, con 23 centros en toda Espa?a. Era una ¨¦poca en la que la sombra de los grandes almacenes no era tan alargada, y en Madrid florec¨ªan comercios que aglutinaban confecion, zapateria, perfumer¨ªa o menaje a precios asequibles. Surgieron los Almacenes Iregua, Maz¨®n, San Mateo, Sime¨®n o Simago. Medio siglo despu¨¦s, salvo Simago, no queda ni uno. Todos han muerto, aquejados, seg¨²n Isabel, del mismo mal: el estigma de la herencia. "Eran negocios familiares, y cuando muere el patriarca, los hijos lo llevan a la ruina".
Saldos Arias no ha sido la excepci¨®n. Esteban Arias acud¨ªa a diario a Montera y desde all¨ª dirig¨ªa su imperio. "Por las sucursales iba s¨®lo una vez al a?o", recuerda ?ngela Garc¨ªa, dependienta desde 1970 y miembro tambi¨¦n del comit¨¦ de empresa. Con ¨¦l discut¨ªan los problemas laborales- y la mayor¨ªa de los empleados asistieron a su funeral. Los montones, asociados ya a la memoria de estos almacenes, hac¨ªan el trabajo. "Si ordenabas los jers¨¦is, no los vend¨ªas; pero si los sacabas al mont¨®n, te los quitaban de las manos. A la gente lo que le encantaba era revolver". Isabel recuerda sobre todo las pilas de medias y de zapatillas de andar por casa. "Se vend¨ªan cientos al d¨ªa. Ten¨ªamos empleadas dedicadas exclusivamente a unir con aguja e hilo los pares para que no se descabalasen".
En las sucursales era distinto. "All¨ª ten¨ªas que ganarte al cliente", asegura Mayte Ortega, empleada desde 1969. En Don Ram¨®n de la Cruz, por ejemplo, la clientela exig¨ªa atenci¨®n. "Los montones en la puerta no funcionaban porque a la gente le daba apuro que sus vecinos les vieran revolver. All¨ª se vend¨ªa dentro. Ten¨ªas, por ejemplo, que agacharte a abrochar la cremallera del pantal¨®n al ni?o porque su madre no lo hac¨ªa. Eso en Montera era impensable". Los remilgos obligaban a llevar una bolsa de cualquier otro comercio para camuflar las medias o la bata de pirineo adquirida en los saldos. Isabel nunca olvidar¨¢ a una se?ora que se prob¨® una bata con una amiga y la dej¨® con cierta indolencia alegando que no le gustaba. "A la ma?ana siguiente, al levantar el cierre, all¨ª estaba la se?ora sola. Cogi¨® la bata y me la dio para que se la cobrara".
Esos reparos eran compartidos por quienes no eran adeptos al revoltijo. Las tres, clientas habituales de Arias, m¨¢s de una vez tuvieron que convencer a sus amigas de que los vaqueros o la chaqueta que llevaban eran de los almacenes, porque "no se cre¨ªan que algo tan mono lo hubieran comprado all¨ª".
Tras la muerte del patriarca, los hijos tomaron las riendas e intentaron imprimir un aire nuevo,, sin perder la etiqueta popular de saldos. "Trajeron partidas de ropa de marca, algunas con un peque?o defecto, otras en perfecto estado, sobre todo tejanos. Nos los quitaban de las manos. Aunque mucho p¨²blico era de mediana edad, entonces fue cuando m¨¢s gente joven entr¨® en la tienda", recuerda ?ngela. A¨²n no hab¨ªan traspasado la barrera de la decadencia que todos Fijan ahora en 1987. Ese a?o, con 330 empleados y 3.500 millones de facturaci¨®n, el negocio parec¨ªa consolidado. En Madrid ten¨ªan seis locales, en el camino de la Laguna, Bravo Murillo, L¨®pez de Hoyos, Don Ram¨®n de la Cruz, plaza del ?ngel y Montera. Hasta que, en septiembre, el incendio de Montera, donde se generaba el 45% de los ingresos, dio al traste con los buenos augurios. Seg¨²n cuentan estas tres veteranas, las divisiones entre los hermanos se hicieron m¨¢s patentes. Mientras unos quer¨ªan cointinuar, otros prefer¨ªan liquidar patrimonio y repartir.
Gan¨® la ¨²ltima facci¨®n, y se fueron cerrando centros. Con la desaparici¨®n, hace dos a?os del de Zaragoza, la presencia de Almacenes Arias se limit¨® a Madrid, donde siguieron con la venta de sucursales y se atrincher¨® a los dependientes que no despidieron en la de la Puerta del Angel. Aun as¨ª, segu¨ªan contando con un p¨²blico fiel. "Ven¨ªan clientas de otros barrios, que vagaban de una sucursal a otra a ver qu¨¦ quedaba", asegura Mayte, sin comprender muy bien ese peregrinaje, porque "all¨ª apenas hab¨ªa nada. No entraba mercanc¨ªa". "Una inspectora de Trabajo", apostilla Isabel, "nos lleg¨® a decir que aquello parec¨ªa una tienda rumana porque era desolador; a m¨ª me sent¨® fatal"
El expediente de crisis, resuelto hace dos semanas, jubuilaba casi inevitable. Los 1.200 millones de p¨¦rdidas acumuladas han mandado al paro al ¨²ltimo reducto d¨¦ trabajadores. Ellos siguen reuni¨¦ndose los lunes en un caf¨¦ pr¨®ximo a la tienda. Comparten recuerdos, iras y preocupaci¨®n por el futuro. Con una media de 40 a?os, "podemos hacer lo mismo que las jovencitas, pero la cara no nos la pueden quitar", remata Isabel.
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