?Qu¨¦ alegr¨ªa! ?Somos tontos!
Estamos en Mosc¨² y Dmitri Kuldarov llega a su casa a medianoche. Su ropa est¨¢ rasgada y ¨¦l parece herido, pero sin embargo va de un lado a otro dando gritos de placer, despertando a empujones a sus padres y sus hermanas. Su familia nunca le hab¨ªa visto tan feliz ni tan excitado, pero que les ahorquen si entienden la raz¨®n.-?Qu¨¦ alegr¨ªa! ?Ahora toda Rusia lo sabe! -dice, mientras r¨ªe a carcajadas o entra y sale de las habitaciones dando saltos.
Cuando le preguntan qu¨¦ es lo que ocurre, se pone furioso.
-?Ustedes aqu¨ª viven como las fieras! ?No leen los peri¨®dicos! ?Oh, qu¨¦ feliz soy! ?Dios m¨ªo! ?Pensar que en los peri¨®dicos se ha hablado de m¨ª!
Y, despu¨¦s de decir eso, abre el diario que lleva en la mano y les hace leer en voz alta una noticia en la que se cuenta c¨®mo la madrugada anterior, mientras estaba borracho, fue -atropellado por un carruaje en la calle de Malaia Brosnaia, c¨®mo qued¨® inconsciente y fue llevado al hospital.
-?Me mandaron poner agua fr¨ªa en la nuca ... ! ?Est¨¢is leyendo? ?As¨ª es como fue y ahora toda Rusia ha conocido la noticia! ?Dadme el, peri¨®dico! ?Corro a ense?¨¢rselo a los Makarov! Y tambi¨¦n a los Ivanitzki..., a Natalla Ivanovna... ?A Ansim Vasilich!
Lo anterior es el resumen de un cuento del dramaturgo y narrador Ant¨®n Ch¨¦jov (1860-1904) y tal vez cuando lo escribi¨®, a finales del siglo pasado, pareciese una broma, pero el paso del tiempo y Marconi lo han convertido en una profec¨ªa, en el anuncio de esa verdad en muy pocos casos incontestable seg¨²n la cual la mayor parte de la gente es capaz de cualquier cosa con tal de salir por televisi¨®n. Llevado a su extremo, el fen¨®meno ha llegado hasta un punto tan extra?o que en Estados Unidos varias cadenas acaban de ponerse de acuerdo para eliminar de sus programaciones ciertos reality-shows que consist¨ªan en vigilar bancos, filmar de madrugada los barrios conflictivos o seguir las rutas de los coches patrulla para grabar en directo los sucesos, porque la polic¨ªa ha detectado que alguna gente lleg¨® al punto de darle la vuelta a la historia: hay -aseguran- varios casos de personas que confiesan haber atracado, por ejemplo, una tienda de licores precisamente para lograr salir en la televisi¨®n.
El ejemplo tal vez parezca extremo, pero hay otros, como los de algunos canales de Miami que retransmiten divorcios desde los juzgados y consiguen una buena audiencia con muy pocos medios: una c¨¢mara fija frente al matrimonio roto, la historia a menudo s¨®rdida contada alternativamente por la pareja, los reproches cada vez m¨¢s mezquinos... De este lado de la pantalla, los espectadores interesados en los desperdicios ajenos lo pasan, con toda seguridad, en grande.
Pero el caso tragic¨®mico, que explic¨® en su relato Ch¨¦jov es, tambi¨¦n en nuestras pantallas, el m¨¢s habitual y se multiplica en todos esos programas de v¨ªdeos caseros donde la gente env¨ªa a las cadenas en cuesti¨®n los episodios m¨¢s... ?graciosos? de su vida: un novio que se cae encima de su tarta de boda, dos se?oras que retroceden para ser fotografiadas y acaban en una fuente, un tipo al que se le bajan los pantalones mientras baila... El cat¨¢logo de resbalones, topetazosy derrumbamientos no tiene fin, y el valor de las im¨¢genes es proporcional a la falta de sentido del rid¨ªculo de sus protagonistas, que parecen lanzarse a la aventura que les ofrecen las cadenas de aparecer ante el mundo diciendo: "?Qu¨¦ alegr¨ªa: somos tontos!", o algo por el estilo. Y que no venga ning¨²n listo a decir que las pel¨ªculas de Harold Lloyd o Buster Keaton o Charlot, con sus guerras de tartas y sus equilibrios en una corn¨ªsa, tambi¨¦n trataban de eso. No, es justo lo contrario: Keaton es poes¨ªa y estos programas son basura.
El humorista Lenny Bruce le explic¨® una vez a un reportero por qu¨¦ nunca quiso aceptar un programa en la peque?a pantalla: "La televisi¨®n es una enorme olla, hirviendo en el fuego trasero de la cocina. Si caes dentro te conviertes en el plato fuerte. Cocinado y acabado". Seguro que ten¨ªa raz¨®n. Pero hay casos peores: los de quienes se conforman con ser los aperitivos e incluso las sobras del dudoso banquete.
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