Las mujeres, el desempleo y la cumbre de Luxemburgo
De los 19 millones de personas sin empleo en Europa, m¨¢s de un mill¨®n son mujeres espa?olas. De hecho, ser mujer, espa?ola y joven significa encontrarse en una situaci¨®n francamente deplorable en el mercado laboral.Hay quienes consideran el desempleo femenino un desempleo blando, inestable, y m¨¢s bien de segunda si se compara con el desempleo masculino, identificado con el concepto tradicional del cabeza de familia parado. Y sin embargo, y por muchas razones, como el creciente nivel de cualificaci¨®n de las mujeres, la incapacidad de numerosas familias para subsistir con un solo salario, o la diversidad de n¨²cleos familiares, el desempleo femenino es un problema tan grave como el masculino, y, como ¨¦ste, constituye un sinsentido y un despilfarro escandaloso y la principal preocupaci¨®n de la gente com¨²n, por encima de cualquier otro problema.
La tasa de actividad de las mujeres en Espa?a no ha hecho m¨¢s que crecer en los ¨²ltimos a?os, y esa tendencia se ha mantenido contra los vientos y mareas de las crisis econ¨®micas (1976-1984, 1991-1994), acortando distancias con la media de la Uni¨®n Europea. Pero tambi¨¦n ha crecido el desempleo, y en Espa?a se produce el doble fen¨®meno de tener el paro femenino m¨¢s elevado de toda la Comunidad y tambi¨¦n la mayor diferencia respecto al paro masculino.
Teniendo en cuenta que el paro en Espa?a casi duplica la media de la Comunidad, habr¨ªa cabido esperar una especial voluntad del Gobierno espa?ol por ofrecer alternativas en la cumbre de Luxemburgo de la Uni¨®n Europea sobre el desempleo. Pero no ha sido as¨ª: el Gobierno ha optado por desmarcarse de los objetivos concretos de formaci¨®n para los parados J¨®venes y de larga duraci¨®n, que han sido el principal resultado de la cumbre. Para los ciudadanos y ciudadanas de a pie es cuando menos dif¨ªcil entender que se acepten duros compromisos de d¨¦ficit, inflaci¨®n o tipos de inter¨¦s para pasar el examen del euro, pero que no se acepten objetivos en lucha contra el desempleo, ni se fije una fecha para su posible cumplimiento.
La cuesti¨®n de fondo es que hay Gobiernos, como el espa?ol, que consideran que la creaci¨®n de empleo es algo que s¨®lo puede resolver el mercado, y esperan que el crecimiento econ¨®mico baste para reducir nuestra muy alta tasa de paro . Y, desde esta perspectiva, se considera aceptable una tasa de desempleo del 17% para el a?o 2000, tras lo que se prev¨¦ sean cuatro a?os de fuerte crecimiento econ¨®mico, lo que resulta desconsolador si recordamos que hace seis a?os, tras el anterior ciclo expansivo de la econom¨ªa espa?ola y despu¨¦s de un notable aumento de la poblaci¨®n activa a lo largo de los a?os ochenta, la tasa de paro era del 15,9%. En cambio, otros Gobiernos estiman que el crecimiento econ¨®mico es una condici¨®n necesaria pero no suficiente, y proponen pol¨ªticas activas para combatir el desempleo, neg¨¢ndose al fatalismo y la resignaci¨®n ante el llamado desempleo estructural.
En Espa?a, el partido socialista acaba tambi¨¦n de aprobar una propuesta contra el paro, algunas de cuyas medidas estrat¨¦gicas poseen un doble inter¨¦s para las mujeres. Porque, adem¨¢s de buscar combatir el desempleo, permiten avanzar hacia un reparto m¨¢s equilibrado entre hombres y mujeres tanto del trabajo asalariado como de las responsabilidades familiares. Un ejemplo de este tipo de medidas son las referentes a la reducci¨®n y reordenaci¨®n del tiempo de trabajo.
Todo el mundo sabe que los cambios econ¨®micos de los a?os ochenta han creado en las sociedades europeas una situaci¨®n parad¨®jica. Por una parte, mientras sigue creciendo a causa de la revoluci¨®n tecnol¨®gica la productividad de los sectores m¨¢s din¨¢micos de la econom¨ªa, la jornada laboral no ha experimentado ninguna reducci¨®n. Por otra, se han creado situaciones estructurales de desempleo que afecta a millones de personas, y siempre con promedios m¨¢s altos para las mujeres.
Las propuestas encaminadas a reducir la jornada de trabajo y a repartir el empleo han provocado una gran pol¨¦mica sobre su viabilidad, de la que se han publicado muestras en este mis mo diario. La reducci¨®n de jornada, como propuesta pol¨ªtica, trata de llevar al centro del de bate social la conveniencia de que los aumentos de productividad se traduzcan en reducciones de la jornada. Ahora bien, para las mujeres esta propuesta tiene sentido por otras razones adem¨¢s de las de creaci¨®n de empleo: la reducci¨®n generalizada del horario laboral es un objetivo para conseguir calidad de vida y reparto de las responsabilidades familiares. ?sta es una de las reflexiones contenidas en un documento de la Fe deraci¨®n de Mujeres Progresistas sobre la necesidad de un nuevo contrato social entre hombres y mujeres. La reducci¨®n de la jornada laboral es tambi¨¦n una de las propuestas de las asociaciones de mujeres que el Gobierno del PP no ha querido incluir en el III Plan para la Igualdad.La duraci¨®n actual de la jornada laboral real (en Espa?a, superior a las 42 horas) hace dif¨ªcil cualquier intento de racionalizar la vida familiar. El reparto de las tareas dom¨¦sticas y una relaci¨®n con los hijos m¨¢s equilibrada entre los padres exigen disponer de m¨¢s tiempo. Si en, la opci¨®n entre tiempo e ingresos s¨®lo las mujeres eligen el tiempo, por ejemplo mediante el trabajo a tiempo parcial, mientras los hombres optan por los salarios, dif¨ªcilmente avanzaremos en la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres salvo a nivel de declaraciones de principios.
Y aqu¨ª convendr¨ªa hacer alguna observaci¨®n respecto al trabajo a tiempo parcial. Del mill¨®n de personas, aproximadamente, que trabajan en Espa?a a tiempo parcial, tres cuartas partes son mujeres. Se deber¨ªa tratar de no convertir el empleo a tiempo parcial en un gueto femenino, sino en una f¨®rmula de contrataci¨®n para diferentes colectivos (hombres y mujeres) y sectores sociales con dificultades de inserci¨®n en el mercado laboral, fortaleciendo adem¨¢s las garant¨ªas en este tipo de trabajo, y aumentado la permeabilidad para pasar del empleo a tiempo parcial a la jornada completa, y a la inversa.
Otro bloque de medidas de incentivaci¨®n del empleo, de especial inter¨¦s para las mujeres, son las acciones dirigidas a favorecer el nacimiento y desarrollo de los llamados servicios de proximidad, nuevos empleos que sirven para dar cobertura a necesidades sociales insatisfechas. El plan de empleo franc¨¦s propone crear contratos para j¨®venes en paro, en el sector p¨²blico y en empresas sin fines de lucro, para ofrecer servicios como la atenci¨®n a personas mayores, ni?os o personas con problemas y para cubrir la demanda de nuevas necesidades sociales (ocio, medio ambiente, calidad de vida).
La clave econ¨®mica para la creaci¨®n de estos nuevos puestos de trabajo es cambiar subsidios de desempleo por subsidios al empleo o creaci¨®n de empleos p¨²blicos temporales (como ya se ha hecho en Holanda). Lo atractivo de la propuesta es evidente: responde a una demanda (los famosos nuevos yacimientos de empleo) y puede poner en marcha una din¨¢mica que se traduzca en ingresos fiscales y reducci¨®n sustancial del coste del desempleo.
El punto que aqu¨ª es preciso subrayar especialmente es que esta propuesta es plenamente convergente con los objetivos de un nuevo contrato social para la igualdad entre hombres y mujeres. Pues la inexistencia de servicios de proximidad, junto con la insuficiencia de recursos para la atenci¨®n a personas dependientes, incluyendo las escuelas infantiles, son los principales obst¨¢culos para el trabajo de la mujer, obst¨¢culos adem¨¢s casi insalvables en el caso de mujeres solas y de escasos medios econ¨®micos.
En esta medida, combatir el desempleo con iniciativas p¨²blicas en la oferta de servicios de proximidad es una estrategia complementaria de las tradicionales del Estado de bienestar (que no se pueden abandonar ni sustituir, aunque s¨ª racionalizar), y que puede contribuir adem¨¢s a fomentar el trabajo del conjunto de la sociedad creando nuevos segmentos de demanda solvente. Es, por tanto, una buena estrategia para la sociedad y para las mujeres. Lo que no cabe es resignarse o lavarse las manos, ni ante el desempleo ni ante la desigualdad.
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