Un invernadero llamado Tierra
De entre todos los problemas de ¨¢mbito planetario que la humanidad tiene planteados, uno de los m¨¢s dif¨ªciles de resolver, y de impacto futuro m¨¢s imprevisible, es el de las modificaciones en el clima inducidas por la actividad humana. En 1988, la ONU puso en marcha un Panel Intergubernamental sobre el Cambio Clim¨¢tico (IPCC) para investigar si se estaba produciendo realmente dicho cambio clim¨¢tico y sus posibles consecuencias. El IPCC inform¨®, con motivo de la conferencia celebrada en Berl¨ªn en 1995, que "el balance de las evidencias existentes sugiere que puede discernirse una influencia humana sobre el clima", habi¨¦ndose consolidado de entonces ac¨¢ dicha conclusi¨®n.Parece demostrado, por tanto, que la actividad humana est¨¢ alterando la composici¨®n de la atm¨®sfera, en particular a trav¨¦s de los gases que resultan de la combusti¨®n del petr¨®leo y del carb¨®n, o de sus derivados. Algunos de estos gases, de entre los que destaca el di¨®xido de carbono, el famoso C02, aunque no es el ¨²nico, desencadenan lo que se llama el efecto invernadero, es decir, contribuyen a dificultar la emisi¨®n de calor hacia el espacio, propiciando un calentamiento progresivo del planeta. La Tierra recibe energ¨ªa del Sol en forma de radiaci¨®n principalmente luminosa y luego, para mantener su situaci¨®n de equilibrio t¨¦rmico, la devuelve al espacio despu¨¦s de que una parte de la misma haya sido degradada en forma de radiaci¨®n infrarroja. Algunos de los gases presentes en la atm¨®sfera dificultan dicha emisi¨®n y contribuyen a que la temperatura media de la Tierra sea m¨¢s elevada que la que, tendr¨ªa si no estuviera su superficie resguardada por ese mecanismo de contenci¨®n. ?se es el efecto invernadero, que tiene lugar de manera natural en nuestro planeta y en otros, y gracias al cual la temperatura se mantiene dentro de l¨ªmites que han permitido, entre otras cosas, que la vida prospere y evolucione.
El problema es que, a este efecto natural, que ha variado en intensidad a lo largo de la historia de la Tierra seg¨²n variaba la composici¨®n de la atm¨®sfera, se superpone el inducido por los vertidos masivos de algunos de estos gases como consecuencia de la actividad industrial, especialmente desde hace algo m¨¢s de un siglo, propiciando un calentamiento suplementario. Y lo verdaderamente grave es que esos cambios est¨¢n sucediendo en periodos de tiempo muy cortos en relaci¨®n con los tiempos geol¨®gicos en que cambios similares se han producido en el pasado, de modo que los mecanismos naturales, que se ponen en funcionamiento para restablecer el equilibrio f¨ªsico y biol¨®gico, no tienen tiempo material de actuar.
Los cient¨ªficos aseguran que una parte del calentamiento general observado en las ¨²ltimas d¨¦cadas se debe precisamente al aumento de' esos gases de invernadero en la atm¨®sfera como resultado de la utilizaci¨®n de los combustibles f¨®siles como fuente de energ¨ªa. Pero no es f¨¢cil separar esta parte de lo que son las variaciones naturales del clima. De ah¨ª que las previsiones cuantitativas sobre el aumento de temperatura en los pr¨®ximos 50 o 100 a?os, que a veces se avanzan como inamovibles, no sean seguras. Lo que s¨ª es seguro es que el fen¨®meno existe y que sus consecuencias a largo plazo, si no se toman antes las medidas oportunas, pueden ser muy graves. La dificultad del problema estriba en que su impacto es de largo alcance, las medidas necesarias para invertir la tendencia afectan profundamente a la base misma del desarrollo econ¨®mico e industrial, y, dada la inercia de la producci¨®n energ¨¦tica, hay que empezar a tomarlas cuando el fen¨®meno se inicia, sin esperar a que su envergadura resulte probada m¨¢s all¨¢ de toda duda.
La situaci¨®n actual es que la emisi¨®n per c¨¢pita de gases de invernadero en los EE UU es del orden del doble que en los de la Uni¨®n Europea y unas ocho veces la de China. Australia y Canad¨¢ est¨¢n por encima de la media europea, mientras que Espa?a est¨¢ por debajo. EE UU contribuy¨® por s¨ª solo con el 25% de la emisi¨®n total de gases de invernadero, mientras que China se ha situado ya en el segundo lugar del ranking. Por si algo faltara para agravar la situaci¨®n, la contaminaci¨®n por gases de invernadero ha empeorado desde 1990, fecha de referencia a la hora de definir cuotas de reducci¨®n. Entre 1990 y 1996, dicha contaminaci¨®n ha aumentado en un 8% en Norteam¨¦rica, un 13% en Suram¨¦rica, algo menos de un 1% en la Uni¨®n Europea, un 19% en ?frica y nada menos que un 31 % en Asia y los pa¨ªses del Pac¨ªfico.
En este contexto, se abre hoy una cumbre mundial en Kioto para tratar de llegar a un acuerdo sobre medidas que limiten esa perturbaci¨®n clim¨¢tica generada por el hombre; medidas obligatorias que vincular¨ªan a todos los pa¨ªses asistentes a la misma. Las directrices aprobadas en la Conferencia de Berl¨ªn para combatir las causas del cambio clim¨¢tico se han concretado en el compromiso por parte de los pa¨ªses m¨¢s industrializados de disminuir para el a?o 2010 las emisiones de gases de invernadero a un nivel inferior en un 15% a las correspondientes a 1990. Se trata de un objetivo global, f¨¢cilmente comprensible, aunque podr¨ªa resultar no equitativo, debido a que se exige un esfuerzo comparativamente igual a pa¨ªses que contaminan en un grado diferente.
La Uni¨®n Europea aceptar¨ªa ese compromiso de disminuci¨®n de emisiones, reparti¨¦ndolo de modo que afectara a los distintos pa¨ªses seg¨²n el grado de contaminaci¨®n que producen en la actualidad. Los pa¨ªses menos desarrollados, por su parte, est¨¢n interesados en que se respete la idea de que el compromiso debe afectar ¨²nicamente a los pa¨ªses m¨¢s ricos, que son los que han creado el problema, sin que se ponga en peligro su desarrollo econ¨®mico, muy ligado a la producci¨®n y consumo de energ¨ªa y, por tanto, generador casi inevitable de m¨¢s emisiones de gases de invernadero. En el otro extremo, Australia y los pa¨ªses productores de petr¨®leo tender¨ªan a oponerse a cualquier medida de limitaci¨®n que amenazara sus intereses en la industria energ¨¦tica.
Los EE UU se muestran decididamente contrarios a aceptar un objetivo que les obligar¨ªa a modificar en profundidad su pol¨ªtica energ¨¦tica. Y es que, pese a los alardes ecol¨®gicos frecuentes en los discursos del presidente y el vicepresidente de Estados Unidos, la cruda realidad es que, adem¨¢s de su enorme contribuci¨®n a la contaminaci¨®n global en t¨¦rminos absolutos, la situaci¨®n ha seguido empeorando, como hemos visto, desde 1990. Y una reciente estimaci¨®n de una instituci¨®n especializada ha concluido que, de seguir la tendencia actual, para el a?o 2010 las emisiones de gases de invernadero habr¨¢n aumentado un 33% sobre las de 1990. De ah¨ª que est¨¦n proponiendo, como gran concesi¨®n, el objetivo de estabilizar el nivel de emisiones de 1990 para una fecha comprendida entre el 2008 y el 2012. Con la exigencia suplementaria de que los pa¨ªses menos desarrollados participen desde el primer momento en el esfuerzo por reducir la contaminaci¨®n atmosf¨¦rica.
Una posici¨®n, dif¨ªcilmente aceptable para la pr¨¢ctica total?-. dad de los otros pa¨ªses, forzada por un Senado norteamericano que no est¨¢ dispuesto a respaldar el importante esfuerzo que se requerir¨ªa para invertir la tendencia descrita, y en el que muchos de sus miembros consideran odiosa la sola posibilidad de tener que cambiar la pol¨ªtica energ¨¦tica nacional a partir de decisiones tomadas por una asamblea de pa¨ªses.
Jap¨®n, como pa¨ªs anfitri¨®n, intenta que se alcance un compromiso, aunque sea en un punto intermedio entre los mantenidos por los EE UU y por la mayor¨ªa de los otros pa¨ªses, que tienen la ventaja de remitirse estrictamente a los principios ya aprobados en Berl¨ªn. No parece f¨¢cil que se llegue a un tal acuerdo, debido a que las posiciones sobre cuotas de reducci¨®n globales est¨¢n demasiado alejadas.
En este contexto puede abrirse camino la idea de que el objetivo a alcanzar puede formularse bas¨¢ndose en las emisiones per c¨¢pita en los distintos pa¨ªses. As¨ª, desde el principio se fijar¨ªa un m¨¢ximo de emisiones anuales per c¨¢pita, inferior al actual en los pa¨ªses m¨¢s industrializados, a alcanzar en una fecha determinada y obligatoria para todos. Los pa¨ªses que est¨¦n por encima deber¨ªan tomar las medidas oportunas para reducirlas a ese nivel, mientras que los m¨¢s pobres tendr¨ªan todav¨ªa margen para aumentarlas, aunque tendr¨ªan un tope al que ajustarse a medida que su actividad industrial fuera aumentando. Parece una soluci¨®n equitativa, impl¨ªcita ya en la decisi¨®n adoptada por la Uni¨®n Europea de que pa¨ªses como Alemania o el Reino Unido, que est¨¢n por encima de la media europea, deben reducir sus emisiones en una proporci¨®n superior a lo estipulado para el conjunto de la Uni¨®n, mientras que pa¨ªses como Espa?a o Portugal, que est¨¢n por debajo, podr¨ªan estabilizarse o incluso aumentarlas ligeramente.
Los grandes pa¨ªses menos desarrollados, como China o India, podr¨ªan llegar a aceptar un acuerdo sobre estas bases, pero el problema m¨¢s grave seguir¨¢ siendo la actitud de EE UU. Parad¨®jicamente, los movimientos ecologistas m¨¢s radicales, para los que la protecci¨®n del medio ambiente tiene prioridad por encima de cualquier otra consideraci¨®n, est¨¢n tambi¨¦n en contra de este planteamiento. No est¨¢n dispuestos ni siquiera a considerar un escenario distinto al establecido en Berl¨ªn. Hay, sin embargo, movimientos ecologistas con base en los pa¨ªses menos desarrollados, para los que la protecci¨®n del medio ambiente es parte de un contexto m¨¢s amplio de lucha contra la pobreza y por una mayor calidad de vida, que ver¨ªan un acuerdo de esta naturaleza preferible a una ruptura o a la renuncia a fijar metas significativas en este momento.
La discusi¨®n sobre los objetivos a alcanzar, que es de lo que se empieza a tratar hoy en Kioto, no debe hacemos olvidar la enorme envergadura de las medidas necesarias para llegar a alcanzarlos, suponiendo que se aprueben. La reducci¨®n del consumo energ¨¦tico en los pa¨ªses m¨¢s ricos es una condici¨®n necesaria, s¨®lo posible a corto plazo mediante un impopular aumento de su precio. La experiencia de la crisis del petr¨®leo a principios de los setenta demuestra que cuando el precio sube se aguza el ingenio para ahorrar energ¨ªa en la industria y en el hogar. Precisamente una de las razones por las que Estados Unidos consume mucha m¨¢s energ¨ªa por persona o por producto que otros pa¨ªses europeos desarrollados es el bajo precio de su energ¨ªa. El litro de gasolina le cuesta al ciudadano norteamericano entre un tercio y un cuarto de lo que le cuesta al europeo. No es de extra?ar que se dispare su consumo y no es de extra?ar que los pol¨ªticos norteamericanos se resistan a actuar de un modo que, si quiere ser eficaz, tiene que resultar por fuerza impopular.
En cuanto a la poblaci¨®n humana considerada globalmente, no hay expectativas razonables de que consuma menos energ¨ªa, sino m¨¢s. La mayor parte de esa poblaci¨®n tiene escasez de todo, tambi¨¦n de energ¨ªa, que es uno de los ingredientes b¨¢sicos para su bienestar. Ni en los escenarios m¨¢s optimistas, basados en topes de emisiones de gases de Invernadero per c¨¢pita muy inferiores a los actuales en los pa¨ªses m¨¢s ricos, pero compartidos por la entera poblaci¨®n del planeta, se contempla la posibilidad de recuperar los niveles de di¨®xido de carbono en la atm¨®sfera existentes antes de la revoluci¨®n industrial.
De ah¨ª la necesidad de afrontar el problema de encontrar otras fuentes de energ¨ªa, aunque en el mejor de los casos su incidencia ser¨¢ siempre en el largo plazo. Toda forma de obtenci¨®n de energ¨ªa ¨²til tiene efectos secundarios, unos m¨¢s nocivos que otros, pero siempre los hay. Las m¨¢s limpias son, al tiempo, las que ofrecen m¨¢s dificultades para asegurar un suministro suficientemente abundante y concentrado, es decir, eficiente. Es obvio, aunque desborde el marco de este art¨ªculo, que cualquier soluci¨®n imaginable al problema de las perturbaciones del clima inducidas por el hombre est¨¢ ¨ªntimamente relacionada con el problema energ¨¦tico, y requiere una discusi¨®n racional y no v¨ªsceral ni fundamentalista del mismo.
En todo caso, lo que el mundo se juega en las probablemente trabajosas y oscuras deliberaciones de Kioto es mucho. Tanto como la dificultad para llegar a un consenso y la tentaci¨®n de sentirse decepcionado ante un acuerdo que no colme nuestras expectativas. Se trata de un intento sin precedentes en la historia de la humanidad y no convendr¨ªa desesperar demasiado pronto. Queda todav¨ªa mucho camino por recorrer y lo importante es que se avance en un terreno hasta ahora in¨¦dito y plagado de dificultades.
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