'Madr¨ª'
Cada d¨ªa pronuncia menos gente la palabra Madrid con una zeta final, otra prueba de decadencia. Cuando yo llegu¨¦ a la capital, de estudiante, se o¨ªan frases hechas y piropos sacados de La verbena de la Paloma, era frecuente el chotis radiado por los patios, y -aunque no soy tan mayor como para haber visto faldas almidon¨¢s arrastr¨¢ndose por la calle de Alcal¨¢-, casi todo el mundo dec¨ªa Madriz. Entre tantos venidos de fuera, trayendo cada uno, dentro de la maleta de nuestra identidad, un acento propio, hemos cambiado esa terminaci¨®n castiza de la palabra. Pero a los madrile?os no parece importarles mucho ¨¦sa y otras p¨¦rdidas de su madrile?ez. La ciudad contin¨²a tan abierta al otro y generosa que, quiz¨¢, ha dejado escapar su orgullo ciudadano, el santo genuino de sus se?as.Es un respiro que en medio del ardor regional, auton¨®mico y masturbacionalista que sacude y a veces ensangrienta a Espa?a, Madrid no sufra nada reclamando, afirmando ni proclamando lo suyo. Pero pasados muchos a?os desde que entre todos enterramos la sardina carnavalesca de la movida, dir¨ªase que de aquellas euforias no queda ni la raspa, y la ciudad se ha hundido en la apat¨ªa y el fe¨ªsmo urbano, mientras sus habitantes -los que llegan ilesos al domicilio despu¨¦s de atravesar las trincheras y zanjas municipales -se entregan con una resignada desesperaci¨®n al tema dominante en las conversaciones: lo inc¨®modo y lo triste, lo mon¨®tono y lo estrictamente fatal que hoy resulta vivir en Madrid.
Para explicar el hecho corren dos teor¨ªas, que simplifico bajo el nombre de la biol¨®gica y la pol¨ªtica. Seg¨²n la primera, las ciudades son como los organismos vivos, propensas a sufrir el azote del tiempo y la edad, y el Madrid de los ¨²ltimos seis o siete a?os no es que haya entrado en un clima de apagamiento, es que directamente vive el climaterio. La segunda echa toda la culpa a nuestros regidores, y se basa en el hecho, indiscutible, de que, en raz¨®n de su capitalidad estatal, Madrid m¨¢s que ciudad es un s¨ªmbolo. Durante el franquismo, la mugrienta cabeza dictatorial rezumaba una caspa que manch¨® a todos los de aqu¨ª, pero ?sigue nuestra querida y maltratada ciudad asociada en la imaginaci¨®n espa?ola a los negros abusos del poder central? Y luego est¨¢ Manzano, tan distinto al Olivo. Culturalmente, la ciudad se ha convertido en un miaj¨®n de los cast¨²os donde, acabadas las fases violetera, demoledora y aparcadora, iniciamos la acu¨¢tica. ?Ser¨¢n las nuevas y espeluznantes fuentes de San Bernardo un homenaje a Esther Williams, como quiz¨¢ lo fue a Sarita Montiel la horrenda estatua de la florista precursora en Gran V¨ªa / Alcal¨¢? Hubo un tiempo glorioso en que Madrid estuvo manga por hombro y con su pavimento levantado, pero hab¨ªa una guerra, las parejas ilusionadas bautizaban a sus ni?os Madrid (yo conozco a dos), y la ciudad era, en las palabras de Alberti, "capital de la gloria" y no de los salones del autom¨®vil. En momentos en que Bilbao y Santiago, Valencia o la espectacularmente transformada Barcelona bullen e ilusionan a sus habitantes con proyectos de gran calado art¨ªstico y social, Madrid es una ciudad con m¨¢s de un mill¨®n de plazas de aparcamiento (seg¨²n las ¨²ltimas estad¨ªsticas), que as¨ª dir¨ªa hoy el verso c¨¦lebre de D¨¢maso Alonso.
?Nacer¨¢ el Nuevo Madrid? La epifan¨ªa es dif¨ªcil con ediles que pretenden cerrar un centro cultural argumentando que el barrio donde est¨¢ situado (el de Salamanca) ya cuenta con muchas librer¨ªas y galer¨ªas de arte. El ant¨ªdoto contra la pulga del Manzano podr¨ªa ser el jarabe Ruiz-Gallard¨®n, que sigue present¨¢ndose como ap¨®stol de la renovaci¨®n y la vanguardia art¨ªstica (aunque tenga un consejero de Cultura que retir¨® la subvenci¨®n al excelente Festival Mozart "porque ya se- hab¨ªan tocado todas las ¨®peras del compositor"). Pero el Festival de Oto?o madrile?o, que termin¨® la semana pasada, ha sido, pese al poco tiempo con que se prepar¨®, el mejor que yo recuerde, con un cartel que superaba en inter¨¦s y variedad al del Festival d'Automne de Par¨ªs.
Las ciudades, como los hombres,no viven sin embargo de alegr¨ªas, sino de un continuo bienestar. Si las autoridades de la capital m¨¢s grande de Espa?a no son capaces de devolverle todas las letras a su hombre, tendr¨¢n los madrile?os que aprender a pronunciar Madrid con una d final antigua y se?orial, Madrit a la manera catalana, o (aunque sea volver a lo castizo) Madriz. Todo menos quedarse a secas con Madr¨ª.
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