Caballero Bonald
Parece ensimismado y serio, como si nunca fuera a re¨ªr; y cuando comienza a hablar se apoya en una voluta de la mano con la que fuma, como si detr¨¢s del humo quisiera expresar desd¨¦n por lo que pas¨® e incluso por lo que va a decir, como si no fuera a decir nada. Pero cuando rompe a hablar, es preciso y locuaz, y lo que cuenta siempre es pertinente, como si midiera versos; el suyo es un verbo melanc¨®lico, que se basa en una memoria privilegiada llena de sucesos minuciosos. Los que le o¨ªamos esa detenida -y desapasionada- relaci¨®n de los hechos de los que alguna vez fue protagonista lateral o testigo mudo, en su infancia, en su juventud y en su larga edad adulta, pens¨¢bamos que esa historia que habitaba su capacidad oral, se quedar¨ªa ah¨ª, en el silencio detenido de las tertulias; pero se alz¨® sobre la apariencia de pereza que se le atribuye a todo andaluz e hizo un libro magistral, uno de los mejores vol¨²menes de memoria -de narraci¨®n- de los ¨²ltimos decenios, Tiempo de guerras perdidas (Anagrama), que supuso una revelaci¨®n m¨¢s de lo que es capaz la poes¨ªa cuando se al¨ªa con la escritura de los hechos; fue una sorpresa, porque se supon¨ªa que Caballero Bonald, este hombre enjuto y velazque?o del que hablamos, parec¨ªa haber adelgazado su escritura para ponerla s¨®lo al servicio de los versos. Fue un espect¨¢culo, pues, observar el regreso del autor de ?gata ojo de gata, al terreno de la narraci¨®n; despu¨¦s se produjo otra vez un tiempo de silencio que se rompe ahora de nuevo con versos, que Tusquets anuncia como una novedad del invierno, Diario de Arg¨®nida, que Caballero Bonald proclama como una reflexi¨®n sobre las ense?anzas de la edad.Su poes¨ªa es como ¨¦l: extra?a a la propia tierra, pero metida en ella como si fuera un vocablo de la naturaleza. Acaso Tiempo de guerras perdidas fue el mundo de la cludadad el descubrimiento lento y provincial de las pasiones que desata Madrid, pero en la generaci¨®n de toda su obra hay una sola identidad, la de las marismas de su tierra andaluza, y lo que extra?a precisamente es que este enraizamiento de Caballero Bonald con su procedencia haya generado, por otra parte, una cultura literaria tan poco nacional, tan poco local, tan identificada con la invenci¨®n de un mundo verbal metaf¨ªsico pero tangible.
As¨ª que este Diario de Arg¨®nida, que ahora anuncia Caballero, es un buen augurio para el presente de la poes¨ªa contempor¨¢nea; hace unas semanas Caballero y otros poetas del cincuenta -Angel Gonz¨¢lez, Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo- celebraron en Oviedo un festival de cr¨ªtica y verso, y all¨ª se descubri¨® otra vez la vitalidad cotidiana de este enjambre de escritores que a lo largo del tiempo se han ido estableciendo como una generaci¨®n verdadera, aunque deploren el esp¨ªritu del cuerpo. Da igual. Corresponden a un tiempo que se salv¨® gracias a la iron¨ªa y al lenguaje, y en cierto modo tambi¨¦n a la capacidad instant¨¢nea que tiene la poes¨ªa para fijar lo que es presente; en medio de ese cuerpo de poetas ir¨®nicos y cotidianos, Caballero Bonald siempre fue la metafisica tel¨²rica, el hallazgo verbal. Esa jovialidad de la metaf¨ªsica de su poes¨ªa es la que le ha dado car¨¢cter singular a sus versos, lo que los ha hecho sustanciales tambi¨¦n para entender su prosa. Dice que le cuesta mucho escribir, que lo hace esforzadamente, como si buscara en el interior de las palabras el contenido de los sucesos, que se pueden contar de veras con unos verbos y no con otros. Esta es la ra¨ªz de su prosa: que proviene de la poes¨ªa, y que en ella se transparenta y se hace suave y duradera, como si naciera para ser para siempre. Hay muchos narradores espa?oles cuyo alimento ha sido y es la poes¨ªa y que gracias a ella hacen que la escritura nazca adem¨¢s con una extremada frescura, con una naturalidad perenne: como si estuviera escrita desde siempre.
Desde hace algunos a?os, Caballero Bonald dej¨® las playas falsas de Madrid, donde las noches y los d¨ªas le dieron tanto, y volvi¨® a su tierra marisme?a; sigue volviendo desde all¨ª para pasear por la ciudad como si acabara de llegar, como aquel joven del Tiempo de las guerras perdidas. La poes¨ªa que ahora nos devuelve es fruto de esa larga estancia en la verdadera playa, donde la edad le ha permitido ver, como ¨¦l mismo escribe, "el sonido del tiempo y su justicia".
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