El b¨ªgamo
En mi barrio hab¨ªa un b¨ªgamo. Lo supe por un compa?ero que un d¨ªa, al salir del colegio, se?alando a un individuo consumido, con barba de dos d¨ªas, dijo:-Ese hombre es b¨ªgamo.
Supuse que la bigamia ser¨ªa una variante de la tisis, pero cuando le pregunt¨¦ a mi madre respondi¨® con sequedad: "Un b¨ªgamo es un sinverg¨¹enza".
Intu¨ª, pues, que se trataba de algo relacionado con el sexo e hice mis averiguaciones hasta concluir que se trataba de alguien que estaba casado dos veces de forma simult¨¢nea. Empec¨¦ a observarle al salir del colegio, incluso le segu¨ª en un par de ocasiones para ver si lo sorprend¨ªa con sus dos familias a la vez, pero el hombre no hizo nada que delatara aquella condici¨®n que tanto prestigio le hab¨ªa dado ante mis ojos.
Tiene que disimular. ?No ves que vive muy cerca de la comisar¨ªa? -me aclar¨® el compa?ero por el que hab¨ªa accedido a este secreto fabuloso.
Comprend¨ª que la bigamia estaba perseguida y qued¨¦ fascinado por la naturalidad con la que aquel hombre se hac¨ªa cargo, de dos vidas il¨ªcitas sin que la una interfiriera en la otra. Una de las ventajas de vivir en un sitio tan grande como Madrid, pens¨¦, era esta posibilidad de llevar varias existencias paralelas, en diferentes barrios, siendo en una de ellas carpintero y en otra dependiente de comercio, por citar dos cosas a las que uno pod¨ªa aspirar entonces si era muy ambicioso. Para alguien que no se hab¨ªa aventurado nunca m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites de L¨®pez de Hoyos, la bigamia constitu¨ªa, pues, un horizonte cultural liberador. El ad¨²ltero, desde aquella perspectiva, no era m¨¢s que un b¨ªgamo venido a menos. Un in¨²til.
Lo malo es que un domingo por la tarde iba yo dando patadas a las piedras por la calle de Luis Cabrera, cerca de donde muchos a?os despu¨¦s detendr¨ªan a Carrillo por llevar peluca, cuando me cruc¨¦ con el b¨ªgamo, su se?ora y su hija, una ni?a de nueve a?os tan consumida como su padre, que presentaba un p¨¢rpado partido. El b¨ªgamo llevaba una chaqueta de pana y una corbata desastrosa, con la que deber¨ªa haberse ahorcado, mientras que su mujer vest¨ªa un chaquet¨®n de piel de conejo lleno de calvas irregularmente repartidas a lo largo y ancho de la prenda. Estaban tan rotos como las aceras del barrio y las farolas de mi calle. La sola idea de que el pobre hombre llevara una vida semejante en otro barrio id¨¦ntico, con una hija igual de consumida y una mujer as¨ª, me llen¨® de piedad. Si hay algo peor que un domingo por la tarde, son dos domingos por la tarde. No quer¨ªa ni pensar en la gente que estuviera casada tres veces o cuatro en lugar de dos. Cuatro domingos, cuatro, paseando con una se?ora con abrigo de piel de conejo y una hija con rostro de funeral. ?Qu¨¦ espanto! De repente, todo el prestigio de la bigamia se me vino abajo con la consiguiente p¨¦rdida de sentido existencial, pues durante mucho tiempo hab¨ªa aliviado mi desesperaci¨®n con el consuelo de que de mayor me casar¨ªa dos veces de forma simult¨¢nea arrostrando todos los peligros legales que aquella condici¨®n comportaba. Se lo dije a mi amigo.
-La bigamia es horrible. ?Te imaginas esta vida nuestra multiplicada por dos?
Me respondi¨® que los b¨ªgamos ten¨ªan una vida buena y otra mala. Seg¨²n eso, nuestro hombre ser¨ªa completamente feliz en su segundo matrimonio, dado que su esposa y su hija ser¨ªan bell¨ªsimas y no tendr¨ªan caries en los dientes.
?Y qu¨¦ hacen los domingos?
-Por la ma?ana toman el verm¨² y por la tarde van al cine.
Durante muchos domingos me aventur¨¦ por los barrios cercanos al m¨ªo en busca de versiones felices de nuestro b¨ªgamo, o de otro b¨ªgamo cualquiera, pero no di con ellas. Tampoco la bigamia, pues, era una salida, ni siquiera una salida sexual, para aquellas vidas sin horizonte. Al poco, muri¨® el b¨ªgamo y circul¨® el rumor de que se hab¨ªa presentado en el entierro una mujer bell¨ªsima, tocada con un sombrero negro de ala ancha, de la que muchos dijeron que era su viuda alternativa. Pero yo no me lo cre¨ª, y la vida, luego, Me ha dado la raz¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
