El secador y la liga
El ad¨²ltero compr¨® para su mujer un secador del pelo y para su amante una liga roja, pero debido a una confusi¨®n inexplicable puso en el ¨¢rbol de Navidad de cada una el regalo de la otra. La esposa, que hacia footing y jugaba al tenis, crey¨® que la liga era una de esas cintas que usan los deportistas para recoger el sudor de la frente, y la estren¨® ese mismo d¨ªa por la tarde, cuando sali¨® a correr. La amante, en cambio, acostumbrada a que le llevara instrumentos de uso ven¨¦reo adquiridos en los sex shops y en las ferreter¨ªas, tom¨® el secador por un nuevo artilugio para sus juegos amatorios, as¨ª que le orden¨® desnudarse y, tras conectar el aparato a la corriente, dirigi¨® el chorro de aire a las partes sensibles del ad¨²ltero, que gimi¨® como si se excitara, aunque sus alaridos no fueran acompa?ados de las manifestaciones mec¨¢nicas habituales en la zona inguinal. Desanimada, cambi¨® el aire caliente por el fr¨ªo, y aunque ¨¦l se retorci¨® intentando componer un gesto de lascivia, ella advirti¨® que la cosa no funcionaba.-No finjas -dijo- Me revienta que trates de enga?arme.
-No, si me gusta mucho, te lo juro. ?Quieres que te lo haga yo a ti?
-Ni se te ocurra.
La tarde acab¨® mal y el ad¨²ltero se visti¨® con tristeza, y fue Serrano abajo observando con nostalgia los adornos navide?os de las calles y los excesos luminosos de los escaparates. Recordaba el esc¨¢ndalo que le produc¨ªa en sus primeros tiempos de casado el comportamiento sexual de algunos compa?eros de trabajo. El hab¨ªa ca¨ªdo en los mismos vicios que criticaba, pero ya empezaba a cansarse de aquella doble vida que en los ¨²ltimos tiempos hab¨ªa dado lugar a otras confusiones, como el d¨ªa en que llam¨® por el nombre de su amante a su mujer. Estaban en la cocina, preparando la cena para acostarse pronto, pues ella quer¨ªa participar al d¨ªa siguiente en una marat¨®n, cuando el ad¨²ltero le dijo:
-Mira, Luz, esta patata tiene bichos.
-?Pero por qu¨¦ me llamas Luz?
-Porque eres la luz de mi vida, ?o no?
Ella sab¨ªa perfectamente que no era la luz de su vida, ni de su muerte, que no era ninguna luz, en fin, pero prefiri¨® callarse para no perturbar la paz conyugal. Tambi¨¦n a su amante la llamaba a veces con el nombre de su mujer.
-Oye, t¨², que no soy una esposa -le dec¨ªa ella-. Llevo luchando toda mi vida por no ser una esposa, ni siquiera la tuya.
Luego, cuando la relaci¨®n clandestina se institucionaliz¨®, el ad¨²ltero comenz¨® a dejarse en el cuarto de ba?o de la amante la crema para las hemorroides, creciendo su desorganizaci¨®n mental a medida que pasaban los a?os. Hab¨ªa d¨ªas en que estaba esperando ver entrar a su mujer por la puerta con su ch¨¢ndal y sus zapatillas de deportes, cuando aparec¨ªa la amante, con el sombrero de alas y el body transparente que hab¨ªa devenido en un objeto costumbrista; incapaz de estimularle. Ahora, para excitarse, ten¨ªa que pensar en su mujer volviendo sudorosa de practicar el footing o el tenis. Fing¨ªa que hac¨ªa el amor con la amante, pero en su cabeza ten¨ªa a la esposa perversa. Toda esa confusi¨®n hab¨ªa culminado con el cambio de la liga y el secador. ?Qu¨¦ hacer?
Esa noche su mujer sali¨® a correr con la liga roja en la cabeza y ¨¦l se qued¨® solo en casa, presa de una agitaci¨®n sexual incontrolable. M¨¢s tarde intent¨® abordarla en la cocina y detr¨¢s de la puerta del dormitorio, pero ella s¨®lo viv¨ªa ya para el deporte y se las arregl¨® para esquivarle.
-Nunca follamos -dijo ¨¦l en la cama.
-?Y para qu¨¦ quieres follar?
-No s¨¦, por hacer algo.
-Pues haz flexiones, que bien que las necesitas.
El ad¨²ltero se levant¨® e hizo unas flexiones, pero algo dentro de ¨¦l le dec¨ªa que no era lo, mismo que lo otro. Al d¨ªa siguiente, cuando su amante le golpeaba con el secador en la cabeza para ver si de este modo se excitaba, sufri¨® un derrame cerebral.
-?D¨®nde estoy? -dijo en un momento de consciencia.
Ella le dijo que en el hogar y fingi¨® que era su mujer para ayudarle a bien morir.
-Qu¨¦ l¨ªo de vida -dijo ¨¦l, y se entreg¨® con gusto a la agon¨ªa.
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