El desquite de los pobres
Seg¨²n una encuesta del Centro de Investigaciones Sociol¨®gicas (CIS) unos tres millones de personas trabajan en Espa?a en la econom¨ªa sumergida, llamada tambi¨¦n informal. Esta elevada cifra no debe sorprender a nadie; es probable, incluso, que el n¨²mero de espa?oles que se ganan la vida al margen de la legalidad sea todav¨ªa mayor.Llego a esta conclusi¨®n por un razonamiento simple. Si la desocupaci¨®n fuera en Espa?a lo que indican las cifras oficiales -21 por ciento de la poblaci¨®n activa-, la agitaci¨®n social en el pa¨ªs ser¨ªa enorme, marcada por crisis semejantes, por lo menos, a las que tienen en vilo a Francia, donde el paro ara?a s¨®lo el 12 por ciento (nivel, cierto, al que la sociedad francesa no est¨¢ acostumbrada), y a Alemania, donde el aumento del paro hasta el 11 por ciento ha provocado una beligerancia sindical y una ola de huelgas sin precedentes desde la posguerra. Espa?a, en cambio, experimenta desde hace algunos a?os una paz social comparable a la de los pa¨ªses m¨¢s estables de Europa. Una de las razones es, sin duda, que el paro real es bastante menor de lo que se?alan las estad¨ªsticas, pues la econom¨ªa sumergida emplea a un importante porcentaje de los oficialmente parados.
La econom¨ªa sumergida era un fen¨®meno que, hasta el establecimiento de una econom¨ªa global interdependiente, parec¨ªa exclusivo del subdesarrollo, o de algunos pa¨ªses avanzados de naturaleza peculiar, como Italia, donde aqu¨¦lla siempre fue robusta. Hoy en d¨ªa, la globalizaci¨®n ha contagiado tambi¨¦n al mundo desarrollado la pr¨¢ctica de producir riqueza y crear empleo fuera del marco legal. Y en Europa se ha extendido el criterio de que el problema debe ser enfrentado dr¨¢sticamente, pues la econom¨ªa sumergida, que no paga impuestos y burla las leyes, roba rentas al fisco y frena, con su competencia trapera, el crecimiento de la econom¨ªa legal.
En verdad, ¨¦sta es una manera errada de abordar el asunto. La econom¨ªa sumergida o informal no es un problema; es una soluci¨®n a un problema creado por los obst¨¢culos artificialmente levantados en una sociedad para que todos los ciudadanos puedan ganarse la vida decentemente, dentro de la ley. Aunque esta afirmaci¨®n debe ser matizada en el caso de ciertas industrias -como las del narcotr¨¢fico o las del secuestro, tan pr¨®speras en ciertos pa¨ªses latinoamericanos- de clara vocaci¨®n delictuosa, lo cierto es que la existencia de una importante econom¨ªa sumergida es, de un lado, una impugnaci¨®n sever¨ªsima contra la injusticia que es impedir, o dificultar, que la gente encuentre trabajo; y, de otro, una prueba del esp¨ªritu creativo y la voluntad de supervivencia de los pobres que, ante la disyuntiva de respetar una legalidad que los condenar¨ªa al hambre o ignorarla y sobrevivir, eligieron esta segunda opci¨®n. Para un buen n¨²mero de pa¨ªses en el mundo -todos los subdesarrollados, sin excepci¨®n- gracias a la econom¨ªa informal, los sufrimientos y el desamparo de las mayor¨ªas no son todav¨ªa peores de lo que ser¨ªan. Pues, en aquellos pa¨ªses, la ¨²nica econom¨ªa digna de ese nombre es la informal; la otra, la 'legal', no es m¨¢s que el disfraz de la discriminaci¨®n, Ia explotaci¨®n y el pillaje m¨¢s descarados.
La gente com¨²n no trabaja al margen de la ley porque tenga predisposici¨®n delictuosa. Lo hace cuando el costo de la legalidad est¨¢ fuera de su alcance, debido al pi¨¦lago burocr¨¢tico que implica una excesiva inversi¨®n de tiempo y recursos, o porque los incentivos econ¨®micos para que lo haga son m¨¢s fuertes que los que la incitan a actuar conforme a la ley, como, por ejemplo un regimen impositivo depredador de las actividades empresariales y profesionales, o un sistema de subsidios de jubilaci¨®n, enfermedad, invalidez, paro, etc¨¦tera, que estimule el fraude, semejante al que est¨¢ tratando de reformar en estos d¨ªas en Gran Breta?a con gran coraje y tremendas dificultades, el laborista Tony Blair.
Trabajar en la ilegalidad conlleva altos riesgos, que s¨®lo un pu?ado de temerarios corre por amor al peligro. Significa una permanente inestabilidad para los negocios, lo que impide planear operaciones a mediano y largo plazo, y abrirse un flanco al chantaje de polic¨ªas y otras autoridades corruptas. Pero, sobre todo, implica cerrarse el acceso a los cr¨¦ditos y dem¨¢s servicios del sistema financiero, al que solo abre las puertas la legalidad. Si hay tantos millones de personas que trabajan en estas condiciones precarias,es por que para la inmensa mayor¨ªa de ellas no hay alternativas, pues, en la sociedad en la que viven, el trabajo ha dejado de estar al alcance de todos y se ha convertido en un privilegio de minor¨ªas influyentes.
Hay una sola manera de acabar con la econom¨ªa sumergida, o, al menos, de reducirla a su m¨ªnima expresi¨®n. Y consiste en 'informalizar' la econom¨ªa legal, emancip¨¢ndola del reglamentarismo asfixiante y reduciendo sus costos hasta hacerla accesible tambi¨¦n a los pobres, y no s¨®lo a quienes, ¨²nicamente gracias a su poder econ¨®mico o su influencia pol¨ªtica y social, est¨¢n en condiciones de acceder a la onerosa y discriminatoria legalidad. Conviene citar aqu¨ª un instructivo ejemplo. El Instituto Libertad y Democracia, para averiguar el costo de la legalidad en el Per¨², realiz¨® en los anos ochenta un experimento. Fragu¨® una peque?a empresa a la que inscribi¨® en los registros p¨²blicos, siguiendo toda la tramitaci¨®n exigida por el Estado. El tr¨¢mite le demor¨® un a?o y, para que no se Interrumpiera, debi¨® pagar coimas en distintas reparticiones oficiales por un monto de 1.200 d¨®lares. Ese mismo tr¨¢mite de registro de una firma de las mismas caracter¨ªsticas tomaba, en el Estado norteamericano de Florida, apenas cuatro horas y un coste insignificante. La diferencia explicaba por qu¨¦ la econom¨ªa informal era en el Per¨² elefanti¨¢sica y, en los Estados Unidos, pigmea.
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El desquite de los pobres
Viene de la p¨¢gina anteriorCuando la burocracia estatal, por su inmoderado crecimiento, paraliza las energ¨ªas creativas del ciudadano y, a fin de financiar sus necesidades" se dedica a esquilmar a la sociedad civil, la econom¨ªa informal es, para los sectores sociales m¨¢s desvalidos, el ¨²nico medio de supervivencia. Esto vale tanto para las empresas como para los individuos particulares. Si una tributaci¨®n alcanza l¨ªmites confiscatorios, muchas firmas s¨®lo pueden seguir activas mediante el recurso de informalizar parcialmente sus operaciones. Esto es particularmente notorio en el mercado del trabajo. En pa¨ªses donde, con el bienintencionado objetivo de proteger la 'estabilidad laboral', se mantiene un mercado de trabajo poco menos que cautivo, desalentando a las empresas a crecer y experimentar nuevos productos o servicios por el temor de verse luego, si aquel empe?o no tiene ¨¦xito, ahogadas por la servidumbre de una plantilla in¨²til, los incentivos para esquivar el marco legal son irresistibles. Y, en buena hora, porque de este modo se alivia algo la grav¨ªsima situaci¨®n en que las llamadas leyes de protecci¨®n al trabajador colocan a quienes intentan entrar al mercado laboral y lo encuentran cerrado a piedra y lodo, convertido en un club muy exclusivo. Por eso, es una regla sin exclusiones que las sociedades con menos problemas de empleo son aquellas, como la estadounidense, la brit¨¢nica o la chilena, donde hay menos disposiciones 'protectoras' de la estabilidad laboral. Donde existen, estas disposiciones suelen tener -como ocurre todav¨ªa en Francia y en Espa?a- el perverso efecto de estabilizar el empleo existente, impidi¨¦ndole crecer, acto de justicia hacia los ya empleados que castiga con una terrible injusticia a los j¨®venes a quienes, ese sistema proteccionista, condena al paro o, en el mejor de los casos, a engordar el ej¨¦rcito de los trabajadores informales.
Por eso, cuando en una sociedad el sistema legal es un privilegio al que s¨®lo tienen ingreso los influyentes y los pr¨®speros, la econom¨ªa sumergida es un desquite leg¨ªtimo de los discriminados y expulsados, esos pobres que, debido a sus limitados recursos y falta de medios de presi¨®n, quedan fuera de aquella selecta cofrad¨ªa. Por lo dem¨¢s, pese a trabajar en la inseguridad y las dif¨ªciles condiciones que impone la informalidad, estas econom¨ªas 'salvajes' suelen servir m¨¢s r¨¢pido, mejor y m¨¢s barato al consumidor que las que, por hallarse prisioneras de la cota de malla del reglamentarismo y los altos costes de la legalidad, se ven a menudo condenadas a ser ineficientes. Aqu¨¦llas representan, aunque de un modo todav¨ªa primitivo, esas econom¨ªas libres que, por la falta de ataduras de que gozan, transparencia y equidad de las reglas que las rigen, har¨¢n en el futuro (para los pa¨ªses que no rechacen la modernidad) desaparecer a las econom¨ªas informales como anticuadas e in¨²tiles.
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