De historia y amnesia
Extra?o ardor el de nuestro gobernantes y legisladores al debatir sobre la ense?anza de la historia. Nadie creer¨¢ que les inspire un genuino inter¨¦s cient¨ªfico por el conocimiento del pasado. Tampoco, afortunadamente, que les gu¨ªe un ¨¢nimo justiciero, y que est¨¦n pensando en establecer comisiones de esclarecimiento de cr¨ªmenes pol¨ªticos m¨¢s o menos recientes. Por lo que de verdad pugnan es por el control de los mitos en los que se funda la legitimidad de nuestras instituciones. A lo que se refieren bajo el nombre de ''historia'' no es sino a un venerable dep¨®sito de haza?as y leyendas, supuesta encarnaci¨®n de valores permanentes de la comunidad que deben regir el presente y el futuro.Esta pasi¨®n por la ''memoria colectiva'' se justifica con frecuencia apelando a la famosa cita de Georges Santayana: ''Los pueblos que carecen de memoria est¨¢n condenados a repetir el pasado''. Sonora sentencia que, analizada a fondo, crea m¨¢s problemas de los que resuelve. Desde la pura teor¨ªa, porque da por supuesto algo radicalmente falso: que la historia humana funciona sobre pautas constantes, raz¨®n por la que si no estamos alerta para impedirlo tender¨¢ a repetirse. En la historia hay, sin duda, elemento de cierta permanencia, pero mucho m¨¢s evidente es el cambio, acelerado como nunca en los ¨²ltimos siglos. Desde el punto de vista pr¨¢ctico, la llamada a ''superar la amnesia'' para poder dormir alg¨²n d¨ªa libres de fantasmas conduce a ejercicios perversos: ?qu¨¦ har¨ªamos si logr¨¢ramos esclarecer, de manera satisfactoria para la mayor¨ªa -nunca para todos-, los hechos de un pasado m¨¢s o menos reciente? ?Establecer¨ªamos un especie de ''verdad oficial'' sobre el pasado, para ense?arla a los ni?os en la escuela y deducir unas conclusiones a las que deben ajustar su conducta futura?
?Por qu¨¦ no proponer, como base de las convivencia, exactamente lo contrario de lo que exige Santayana: olvidar? En sentido estricto, la memoria es la facultad que poseen los seres vivos de reproducir en su mente acontecimientos vividos en el pasado, y por lo tanto s¨®lo pueden tenerla los organismos vivos -no las piedras ni los archivos- y s¨®lo sobre los acontecimientos vividos directamente. Lo otro, ese pasado de quienes ya murieron, no es, para empezar, ''nuestro'' sino en la medida en que, por un ejercicio de imaginaci¨®n, nos identifiquemos con un ente colectivo que creemos continuador de aquel otro con el que suponemos se indentificaron los protagonistas de acontecimientos pret¨¦ritos cuyo desarrollo ni siquiera conocemos con certeza. Son tantas las suposiciones, es tan amplio el espacio dejado a la distorsi¨®n, que es terreno abonado para la manipulaci¨®n y el absurdo. Pensemos en un mexicano actual de tez criolla que, ante un visitante espa?ol, esgrimiera viejos agravios sobre las barbaridades que los conquistadores hicieron con los indios; perdone -pensar¨¢ el espa?ol, si es capaz de conservar la mente fr¨ªa y de no reaccionar al son de orgullos nacionales heridos-, pero est¨¢ usted criticando a sus bisabuelos; los m¨ªos se quedaron en la Pen¨ªnsula y jam¨¢s vieron a un indio... Puede, sin embargo, que ese mismo espa?ol se identifique con los numantinos inmol¨¢ndose ante los romanos, sin pensar que sus ascendientes biol¨®gicos son posiblemente los sitiadores, y no los sitiados en Numancia.
La llamada ''memoria colectiva'' consiste, por tanto, en reconstruciones ideol¨®gicas del pasado -esto es, al servicio de fines pol¨ªticos del presente-. El caso m¨¢s claro es el de las historias nacionales, que por mucho que se pretendan disciplinas acad¨¦micas tienen como fin primero y principal el reforzamiento de un ente pol¨ªtico actual. De lo que se trata en ellas es de explicar a los ciudadanos que los estados en los que viven son el producto de la existencia inmemorial de un mismo pueblo sobre un mismo territorio; de ah¨ª el aura de respetabilidad con que rodean a la autoridad pol¨ªtica, la legitimidad b¨¢sica de que la dotan, al margen incluso de la opini¨®n de sus ciudadanos. Por eso se ha hablado a los ni?os desde hace siglos de una ''Espa?a romana'', pese a que nada hubo en la era romana que se pareciera a la actual Espa?a; hubo, s¨ª, una ''Hispania'', de nominaci¨®n meramente geogr¨¢fica que inclu¨ªa toda la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica, dividida a su vez en varias provincias, nunca coincidentes con las actuales Espa?a y Portugal. ''Hispania'' la llamaba, con buen criterio, el fenicido programa del Ministerio de Educaci¨®n. Texto que, incoherentemente, se refer¨ªa de seguido a una ''Edad Media espa?ola'' y a una ''Espa?a, eslab¨®n entre la Cristiandad, el Islam y el Judaismo'', pese que al significado de este t¨¦rmino en la Edad Media no fue menos geogr¨¢fico que el de la era romana y sigui¨® incluyendo, por supuesto, a Portugal. Una Hispania o Espa?a que, si en aquel periodo estuvo unida alguna vez bajo una autoridad pol¨ªtica, lo fue bajo los califas cordobeses; las misivas de los embajadores de Ot¨®n I se dirig¨ªan al monarca de ''Al Andalus, reino al que los antiguos llamaron Hispania''. A los esplendorosos Abderramanes, sin embargo, la historia oficial les dedica s¨®lo la letra peque?a, y les tilda de ''invasores extranjeros" -como si los dem¨¢s no lo hubieran sido-, porque la reconstrucci¨®n ideol¨®gica del pasado ha exigido marginar el elemento musulm¨¢n mientras se inventaban p¨¢ginas sobre el m¨ªtico fundador de la monarqu¨ªa cristiana, un guerrero local de dudosa existencia llamado Don Pelayo.
Como reacci¨®n frente a estas historias nacionales glorificadoras de los Estados, las ¨¦lites pol¨ªticas que aspiran -leg¨ªtimamente, por otra parte- a construir un Estado propio han fomentado historias no menos fabulosas sobre una Catalu?a cuyas tendencias. democr¨¢ticas y mercantiles ser¨ªan evidentes desde las ruinas de Ampurias, o sobre un Pa¨ªs Vasco de independencia milenaria y con pureza de sangre a prueba de invasiones. Historias alternativas que no s¨®lo se caracterizan ya por la deformaci¨®n, sino por el victimismo. Son "memorias colectivas" ligadas al dolor, a la humillaci¨®n. "Uno recuerda lo que duele -escribi¨® el gran Czeslaw Milosz-: los jud¨ªos recuerdan, los polacos recuerdan". Los serbios, bosnios o palestinos tienen hoy una "memoria hist¨®rica" descomunal: no hay ni?o de ocho a?os que no sepa recitar de carrerilla las m¨²ltiples humillaciones y barbaridades que el grupo rival les ha hecho sufrir... y que no se proponga vengarlas.
Para contrarrestar estas tendencias disgregadoras y reivindicativas, al Ministerio de Educaci¨®n no se le ocurre nada mejor que el retorno a la historia de Espa?a. Muchos lo aplauden y llegan a escribir -supongo que para provocar- que el proyecto ministerial es "excelente". Lo excelente ser¨ªa superar de una vez las historias nacionales, sean de glorificaci¨®n o de desagravio. Cualquier libro de historia cuya lectura conduzca a la conclusi¨®n de "ya se ve, a nosotros lo que siempre nos ha ocurrido es que..." es un libro falaz. ?Qui¨¦n es ese "nosotros"? ?Los espa?oles, los vascos, los hombres, las mujeres, los homosexuales, los viejos, los j¨®venes, los amantes de la m¨²sica, los partidarios del Bar?a...? ?D¨®nde estaban estos grupos en el siglo XIII, qu¨¦ hicieron durante las guerras de religi¨®n? ?C¨®mo no nos damos cuenta de que ese libro de "historia" envuelve una construcci¨®n
Pasa a la p¨¢gina siguiente
De historia y amnesia
Viene de la p¨¢gina anterior
arbitraria de un nosotros con el que alguien -quien escribe esa historia o quien la apadrina- quiere que nos identifiquemos para prepararnos a sacrificar por ¨¦l nuestros intereses (o nuestra vida)?
La historia, el conocimiento del pasado, es un ejercicio ingrato, casi imposible, porque el pasado se hunde en simas m¨¢s oscuras y se expresa en lenguajes m¨¢s ajenos a nosotros a cada momento que pasa. Para entenderlo, hay que reconstruir, entre otras cosas, unos sujetos colectivos que en absoluto coinciden con los actuales, pues nada hay tan cambiante como las autopercepciones grupales. Eso no puede interesar a nuestros dirigentes y patrocinadores de la investigaci¨®n y la ense?anza. Lo que les interesa es lo otro: una historia sencilla, con proyecci¨®n actual, en el mejor de los casos como formaci¨®n para la convivencia. Pero incluso desde ese punto de vista deber¨ªamos exigir que se ampl¨ªen nuestros sujetos: ense?emos historia de la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica, de Europa, de la humanidad. Ya va siendo hora de que la Uni¨®n Europea se plantee la inconveniencia de que los ni?os holandeses sigan recitando las atrocidades del duque de Alba, de que cada nueva generaci¨®n francesa reviva el sadismo ingl¨¦s con Juana de Arco y los peque?os italianos sufran rememorando la tiran¨ªa austr¨ªaca. Si hay que construir mitos, construyamos el de los celtas o los indoeuropeos, o el de los imperios multiculturales de Carlomagno, de Carlos V o, ?por qu¨¦ no?, de Soleim¨¢n el Magn¨ªfico. Reservemos mayor hueco al mundo isl¨¢mico y a las civilizaciones asi¨¢ticas, de las que tantas cosas hemos recibido. En definitiva, el ¨²nico "colectivo" al que pertenecemos por encima de toda discusi¨®n es a la humanidad. Expliquemos que nuestro pasado -incluso el de los que no se lo creen- est¨¢ constituido por un inmenso entretejido cultural. Convertir la historia en un tribunal de ajuste de cuentas entre familias tiene el inconveniente de que, aparte de que en todas aparecer¨ªan manchas, nadie sabe con certeza cu¨¢l es la suya.
Este estudio ideal del pasado deber¨ªa conducir adem¨¢s a otra ense?anza de inter¨¦s pr¨¢ctico: en vez de insistir en los elementos de permanencia y de promover la defensa de "nuestra" cultura, subrayar¨ªa lo perecedero de las, construcciones humanas: explicar¨ªa una y otra vez que las culturas nacen, desaparecen, cambian constantemente. M¨¢s que fomentar el orgullo de antiguas formas heredadas y pedir su preservaci¨®n hasta el fin de los tiempos, formar¨ªa seres capaces de vivir en ambientes extra?os, de adaptarse a nuevas formas culturales. Que es, entre par¨¦ntesis, lo que el futuro les va a exigir. Porque del futuro no sabemos nada con certeza sino eso: que liquidar¨¢ las actuales unidades pol¨ªticas y culturales. Nadie puede decir cu¨¢ndo ni c¨®mo, y seguro que les sorprender¨¢ a los que les toque vivirlo. Pero lo indiscutible es que, dentro de treinta, de trescientos o si me apuran de tres mil a?os, ni Espa?a, ni Catalu?a, ni los hoy invulnerables Estados Unidos de Am¨¦rica existir¨¢n. Y de nada sirve lamentarlo. Lo que, hay que hacer es prepararse para crear marcos pol¨ªticos y cultura" les nuevos; y mejores. Ense?emos eso a nuestros descendientes: el car¨¢cter multicultural y perecedero de las construcciones humanas. No s¨®lo ¨¦sa es la ¨²nica verdad de la historia, sino que, evitaremos conflictos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.