Cabalgata a caballito
600.000 personas se echaron a la calle para ver de cerca a los Reyes Magos y su magno s¨¦quito de los milagros
, A estas alturas de la pel¨ªcula, todav¨ªa hay alg¨²n esc¨¦ptico, o alg¨²n despabilado, que pone en duda la existencia de los Reyes Magos y se llena la boca denunciando su extremo parecido con determinadas autoridades municipales y el provecho que de su pretendida ubicuidad obtienen las principales cadenas comerciales del pa¨ªs. Est¨¢ por ver que en los lomos de sus escuchimizados camellos quepan todos los juguetes del mundo mundial, los mismos que los ni?os madrile?os demandan sin asomo de piedad un a?o tras otro. Pero es incuestionable, que su presencia, y la de los engalanados cortejos de compa?¨ªa, en las principales arterias de la capital obr¨® ayer por la tarde algunos milagros la mar de meritorios.A saber. Por una vez, los ni?os se encaramaron sistem¨¢ticamente a los brazos de sus padres, se enredaron en torno al cuello y, los m¨¢s afortunados, incluso disfrutaron de la cabalgata a caballito del progenitor: abriendo unos ojos como quesos, pesta?eando s¨®lo lo indispensable y aferr¨¢ndose de pura emoci¨®n a los pelos, muchos o m¨¢s bien escasos, del susodicho. Por una vez, en definitiva, los rorros gozaron del raro privilegio de abusar de sus pap¨¢s y de que ¨¦stos se dejaran mansa, dulce, pacientemente. Por una vez, las procesiones de autom¨®viles dejaron su sitio en el asfalto a las tiras de confeti. Y por una vez, las apreturas -y qu¨¦ apreturas- en el metro se soportaron con una sonrisa en la boca y sin que a nadie se le escapara un miserable ?ay! Inaudito.
Hubo mucha, much¨ªsima gente que se lanz¨® a la calle para ver lo m¨¢s cerca posible las carrozas reales y su nutrido s¨¦quito de la ilusi¨®n: m¨¢s que hace exactamente 365 noches, cuando cay¨® una nevada de ¨¦sas que se quedan en la memoria colectiva de todagran ciudad mesetaria. Como el a?o pasado se habl¨® de medio mill¨®n de asistentes, h¨¢blese ahora de 600.000, aunque ni la Polic¨ªa Municipal ni la Nacional se atrevieron a corroborarlo.
De tan multitudinaria jornada cabe extraer, por lo dem¨¢s, alguna que otra consideraci¨®n. Verbigracia:
Metropolitano oriental. En d¨ªa de grandes cortes de tr¨¢fico, el metro se convierte en alternativa casi ¨²nica para moverse por el centro de Madrid. Y aunque la empresa reforz¨® el servicio en las l¨ªneas 1 a 5, no hab¨ªa servicio posible para absorber del todo semejante avalancha. La contundente soluci¨®n por la que opt¨® la compa?ia fue la que podr¨ªa denominarse m¨¦todo japon¨¦s: vigilantes jurados se apostaban en las puertas de los vagones e introduc¨ªan a los viajeros a fuerza de empujonazo. Sin contemplaciones. El pasaje asumi¨® la novedad con resignaci¨®n cosmopolita.
El eterno debate. ?Cu¨¢l es el mejor lugar para ver la cabalgata? Los cl¨¢sicos se decantan por Sol, por aquello del "marco incomparable". Otros prefieren los primeros metros: se supone que la marabunta no est¨¢ tan concentrada. "Pero es s¨®lo un suponer", avisaba una se?ora con gesto de con gesti¨®n. Muchos se bajan la escalera de casa -"la misma de cambiar las bombillas, s¨ª"- y le ganan un par de metros de altura al gent¨ªo. Y otros se encaraman a los ¨¢rboles, las casetas de las obras o donde sea menester. Las m¨¢s envidiadas, sin duda, son las habitaciones con vistas en primera l¨ªnea de calle; pero a ellos, como dir¨ªa la zorra sobre el racimo, no les llegan los caramelos.
Un globo, dos globos. Y muchos m¨¢s. La de ayer fue la cabalgata de estos aerostatos en miniatura, que se pod¨ªan obtener en cualquier esquina a 500 pesetas la unidad. Triunfaban, claro, los del ¨²ltimo y rubicundo h¨¦roe de la factor¨ªa Disney, pero tambi¨¦n los de Piol¨ªn, Calimero y se?ora ("Priscila s¨®lo es su novia cuando no andan enfadados", asesoraba, diligente, Mar¨ªa, de 11 a?os), los delfines del zool¨®gico y otro rey, pero blanco y futbolista: Ra¨²l. Para los m¨¢s osados tambi¨¦n hab¨ªa globos del Bar?a, y conste que ayer no se sabe de ning¨²n merengue que no fuera ben¨¦volo con semejantes desvios. Mucho ritmo. Hace no tantos a?os, a los ni?os se les contentaba el o¨ªdo con los villancicos de rigor y los grupos para consumo en pantal¨®n corto, tipo Enrique y Ana o Parch¨ªs. Ahora, acertar con sus gustos es un ejercicio delicad¨ªsimo. Siguen sonando los villancicos, s¨ª, pero la carroza de Telemadrid conquist¨® a la menuda concurrencia al ritmo martilleante del tecno-dance. Tambi¨¦n goza de predicamento ese cantautor bajito pero guapete atr¨ªbulado porque se le ha part¨ªo el coraz¨®n reciente e irremisiblemente.
?T¨² por aqu¨ª? Parece imposible encontrar una cara conocida entre 600.000 almas. Pues bien, d¨ªas como el de ayer son propicios para poner a temblar las m¨¢s elementales normas de c¨¢lculo probabil¨ªstico.. ?0 no?
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