Dos buenos amigos

Espect¨¢culo singular, surgido al reflejo de la Expo de Lisboa de pr¨®xima celebraci¨®n, el primero que recordamos en que el fado y el flamenco hayan compartido escenario con una clara intenci¨®n integradora. Se habla de m¨²sicas hermanas, sobre lo que personalmente me quedan bastantes dudas, a no ser que nos remontemos a lejanas etapas en que el fandango folcl¨®rico adquir¨ªa distintas modalidades en toda la geograf¨ªa peninsular.Hoy por hoy fado y flamenco me parecen m¨¢s bien dos buenos amigos con evidentes afinidades sentimentales y afectivas, que pueden entenderse muy bien y han decidido subirse juntos a un escenario. La integraci¨®n de sus recursos expresivos en un solo lenguaje musical de momento no pasa de ser un experimento, que s¨®lo en los temas instrumentales alcanza un grado de acierto e inter¨¦s.

Por lo dem¨¢s, cuando portugueses y extreme?os act¨²an independientemente unos de otros, haciendo sus propios g¨¦neros, est¨¢ claro que se encuentran con mayor libertad para darnos la medida de su propio arte, y eso lo hacen con autoridad. Los fadistas son cantores de nost¨¢lgicas y dulces melod¨ªas impregnadas de tristeza; Pontes, Moreno y Guia hicieron sus fados con sentimiento y una entra?able convicci¨®n. Los flamencos convierten su cante en una ¨¢spera queja de pesadumbres irredentas. Ram¨®n El Portugu¨¦s se excedi¨® en el grito, y Miguel Vargas arranc¨® a los bordones de su guitarra ese toque profundo, casi primitivo, que tanto nos emociona. En el baile, la Olivares denota s¨®lo una discreta experiencia frente a la determinaci¨®n de los terribles zapateados de Ram¨ªrez, siempre decisivo en el dif¨ªcil arte de arrastrar a la audiencia, que llenaba la sala y sali¨® muy complacida.