Las almendras y el turr¨®n
A m¨ª me gustar¨ªa poder achacar lo que pasa en el Pa¨ªs Vasco a otro desfallecimiento o fallecimiento divino, como hace Andr¨¦ Glucksmann con el caso de Argelia. Pero tengo la misma desdicha que el se?or Teste de Val¨¦ry: "La b¨ºtise n'est pas mon fort". Adem¨¢s, si el plan de humanidades, por el que estudi¨¦ yo no miente, abundan a lo largo de los siglos las ocasiones en que la Divinidad -es decir, lo Absoluto e Incontrovertibe- ha sido utilizada por unos o por otros como coartadas de piadosas masacres. Seg¨²n Glucksmann, un 40% de encuestados duda de la existencia de Dios cuando se entera de atrocidades como las de Argelia o Ruanda; lo que no dice es la cuota de entusiastas que para creer necesitan participar en ellas. Y da igual que el Se?or Dios de los Ej¨¦rcitos sea Jehov¨¢, Al¨¢ o Euskadi, que es el nombre del t¨®tem tribal por el que se mata en mi tierra. A fin de cuentas, cada uno de esos dioses monoman¨ªacos no es m¨¢s que el apodo con el que unos cuantos verdugos han decidido absolver sus malas intenciones. La culpa no es de Dios, que es un santo el pobre, sino de los orates que lo invocan para asesinamos mejor. Aunque tales orates sean siempre orates pro nobis...Teolog¨ªas aparte, los vascos haremos bien en preguntamos de d¨®nde sale un odio tan bestial y venenoso como el que padecemos, un odio capaz de borrar en una parte considerable de la poblaci¨®n las habituales inhibiciones que nos hacen como m¨ªnimo respetar la integridad f¨ªsica de nuestros convecinos. Un odio que lleva a unos cuantos a matar al polic¨ªa nacional o auton¨®mico, al pol¨ªtico, a la madre que pasea con su hijo de la mano, al joven, al jubilado, al obrero, al ni?o o simplemente al que pase por all¨ª; pero que lleva a muchos m¨¢s a comprender y celebrar esos cr¨ªmenes, a jalearlos, a culpabilizar a las v¨ªctimas, a convertir en h¨¦roes o m¨¢rtires a los asesinos y proponerlos como modelos patri¨®ticos a seguir por los m¨¢s j¨®venes. No basta con hablar una vez m¨¢s de "fascismo" o de "barbarie", aunque sin duda tales comportamientos respondan literalmente a los de b¨¢rbaros fascistas. Mucho menos conviene hablar de "irracionalidad", porque tales comportamientos pueden ser detestables, pero no carecen de una l¨®gica perversa: son obra de una minor¨ªa que, convencida de que nunca lograr¨¢ hacer triunfar sus obsesiones pol¨ªticas por las buenas en una sociedad en la que son evidente y creciente mayor¨ªa quienes no las comparten, ha decidido imponerlas por la fuerza seg¨²n el viejo dilema con el que Voltaire caracteriz¨® hace 200 a?os a los fan¨¢ticos: piensa como yo o muere. El procedimiento no es ¨¦tico ni democr¨¢tico, pero hay ejemplos hist¨®ricos probatorios de que no pocas veces da resultado, as¨ª que de irracionalidad nada.
No, lo que es preciso determinar es c¨®mo se fragua ese odio. Porque no es el odio que surge de la miseria, ni de la necesidad desesperada, ni de la tiran¨ªa pol¨ªtica que no deja resquicios de libertad a los disidentes: es un odio ideol¨®gico, artificioso, artesanal, sembrado y cultivado manualmente, un odio que no tiene nada de casual... Aunque quiz¨¢ quienes lo han fomentado ayer y a¨²n hoy se horrorizan tambi¨¦n del resultado monstruoso de sus desvelos. Un odio que empieza en las mismas familias, como suele empezar casi todo lo malo y lo bueno de nuestras vidas. Veamos, por ejemplo, esos miles de padres y madres (supongo que habr¨ªa tambi¨¦n hermanos, t¨ªos, abuelos, etc¨¦tera) que se manifestaron hace poco en San Sebasti¨¢n para protestar por los juicios a j¨®venes acusados de participar en diversos estragos, incendios y agresiones. Esos padres mod¨¦licos no protestaban contra los adultos que convencen a los j¨®venes de que deben prender fuego a casas, autobuses o ertzainas -convirti¨¦ndolos en delincuentes y quiz¨¢ arruinando su vida para siempre-, sino contra la polic¨ªa que los detiene despu¨¦s de cometer sus fechor¨ªas, contra los jueces que los juzgan y contra los periodistas que narran los sucesos. No protestaban contra quien hace unas semanas, conmemorando el aniversario de la muerte del etarra Argala, conclu¨ªa su art¨ªculo en el Egin con este p¨¢rrafo memorable: "Es posible que hoy alg¨²n joven abertzale cumpla 19 a?os. Es probable que le toque celebrar su cumplea?os poniendo carteles, acudiendo a alguna manifestaci¨®n, haciendo turno en una txozna, actuando con su grupo de danzas, preparando las clases del euskaltegi o tirando piedras a la polic¨ªa. Es seguro que entonces las olas del Cant¨¢brico, los robles del Aralar y el viento norte sonreir¨¢n satisfechos, con la sonrisa esperanzada de Argala diciendo: ?¨¢nimo, a organizarse y pelear!". No, por lo visto ese plan de estudios algo fatigoso les parece estupendo. Quienes les indignan son los aguafiestas que no permiten llevarlo convenientemente a cabo, sobre todo cuando el final de curso incluye lisiar a alg¨²n pr¨®jimo que no les cae simp¨¢tico. ?No fue Cocteau quien hablaba de "los padres terribles"?
Las ra¨ªces del odio tambi¨¦n hay que buscarlas en el campo educativo. Empezando por la ense?anza del euskera. Naturalmente que el euskera no tiene la culpa del terrorismo, claro que debe ser reivindicado y propiciado por todos los vascos, lo hablemos o no. Muchos de quienes mejor lo hablan son los menos proclives al terrorismo nacionalista: la ¨²ltima v¨ªctima, Iruretagoyena, lo dominaba mejor que el castellano. Pero desde hace a?os, junto a una mayor¨ªa de profesores dign¨ªsimos, se dedican a la ense?anza del euskera mafiosos obcecados que pretenden vender la lengua con los contenidos que a ellos les interesan incluidos y que ponen como ejercicios pr¨¢cticos un secuestro, la fabricaci¨®n de un c¨®ctel m¨®lotov, la carta a un terrorista preso y otras cosas del mismo jaez. ?Casos aislados? S¨ª, pero en serie. Mientras, en el programa Karaoke, de ETB-1, se ense?a a los ni?os a cantar una coplilla en euskera en la que se exhorta a desterrar al erdera (castellano) de Euskadi. Son ellos los que se est¨¢n cargando el euskera al convertirlo en una opci¨®n ideol¨®gica, una forma de ser y de pensar, en lugar de una lengua abierta a todo. Lo sorprendente es que cada vez que se denuncian estos hechos se acusa al denunciante de atacar al euskera, cuando en realidad lo est¨¢ protegiendo de quienes intentan convertirlo en una odiosa formaci¨®n del esp¨ªritu nacional.
M¨¢s sobre educaci¨®n. Hace anos, un amigo m¨ªo de Barcelona fue invitado a un congreso de pedagog¨ªa celebrado en San Sebasti¨¢n. Su ponencia coincidi¨® con el d¨ªa del atentado a la casa cuartel de Vich, y mi amigo se sinti¨® obligado a comenzar condenando como educador y como dem¨®crata ese coche-bomba enviado no s¨®lo contra mayores, sino tambi¨¦n contra ni?os. Cuando termin¨® su intervenci¨®n, las hasta entonces cordiales organizadoras del evento le reprocharon que se inmiscuyera en asuntos que ¨¦l no pod¨ªa entender por desconocer el contencioso en que
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se incrib¨ªan, y le advirtieron que nunca volver¨ªan a invitarle. Esas pedagogas siniestras y otros como ellas llevan a?os influyendo en la educaci¨®n de ni?os y adolescentes en el Pa¨ªs Vasco, pese a los esfuerzos de muchos maestros y profesores que se juegan el tipo diariamente por defender una educaci¨®n tolerante y pac¨ªfica.
El problema del odio asesino en Euskadi no es s¨®lo pol¨ªtico, sino sobre todo cultural y de convivencia. Y aqu¨ª entra la reponsabilidad del nacionalismo en todo el asunto. Es indudable que muchos nacionalistas se enfrentan decididamente a los violentos y sus m¨¦todos, sufriendo agresiones constantes por ello. Pero tambi¨¦n es verdad que es la ideolog¨ªa nacionalista la que ha patentado una idea excluyente de lo vasco, la que presenta por la v¨ªa de la propaganda una cara uniformizada de una sociedad plural, la que ha convertido a quienes se sienten vascos espa?oles en parias en su propia tierra, la que con el pretexto de defender la identidad vasca la ha mutilado de cuantas figuras les estorban -tr¨¢tese de Unamuno, Blas de Otero o Dolores Ib¨¢rruri-, la que no acierta a proponer un programa com¨²n a la sociedad que no sea la aceptaci¨®n por las buenas de una forma de vivir y de pensar que otros intentan imponer por las malas. Los nacionalismos nacieron con la pretensi¨®n de homogeneizar la sociedad, pero su resultado efectivo es dividirla, enfrentarla y hacer surgir un odio ciego que insensibiliza ante las mayores tragedias. Perm¨ªtanme una met¨¢fora posnavide?a: no hay que confundir el nacionalismo con el terrorismo, como no deben confundirse las almendras con el turr¨®n,. pero no debe olvidarse que el turr¨®n se hace principalmente con almendras. Y con almendras muy amargas se fabrica tambi¨¦n el odio terrorista en Euskadi, Mientras la necesidad de combatir sus ra¨ªces culturales e ideol¨®gicas con las armas de la cultura y las ideas no est¨¦ clara, seguiremos como estamos. Miento: iremos a peor.
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