Pues sabr¨¢s que..
"Pues sabr¨¢s que han subido las tarifas postales, seg¨²n me han dicho. Pues sabr¨¢s que mandar una carta en Madrid para Madrid vale ahora un 66% m¨¢s que el a?o anterior. Pues sabr¨¢s que, con ¨¦stas, el precio del sello se ha puesto en 35 pesetas. Pues sabr¨¢s que te va a escribir tu padre". Los pocos que escrib¨ªan cartas, preferentemente los de Madrid para Madrid, tienen una buena raz¨®n para no hacerlo. Salvo que sean padres (alternativamente, madres).La verdad es que esa tremenda subida de las tarifas postales no ha causado ninguna inquietud social. La gente -comentan expertos- no escribe cartas y lo que cueste un sello la trae sin cuidado. Muchos ni siquiera saben lo que vale un sello. Vienen generaciones que probablemente desconocer¨¢n la utilidad de un sello. Palabras del vocabulario postal, de uso corriente hace algunos a?os, les sonar¨¢n a chino. Franquicia, por ejemplo, ya hay quien cree que denomina las actitudes y las secuelas de la ¨¦poca de Franco.
La gente, cuando tiene algo que decirles a sus semejantes, los llama por tel¨¦fono. No siempre, en realidad. Amigos de la infancia, incluso familiares en primer grado, se pasan un a?o entero sin telefonearse y sin saber de sus vidas. Un d¨ªa a lo mejor se encuentran por casualidad en un sem¨¢foro, intercambian apresurados parabienes y se despiden proponiendo: "A ver si otro d¨ªa nos vemos despacio y nos tomamos unas copas". Y hasta la pr¨®xima.
Sesudos soci¨®logos atribuyen estos aparentes desapegos a las limitaciones que imponen las absorbentes responsabilidades profesionales y al trepidante ritmo de la vida moderna; pero uno lo pone en duda. Cuando escrib¨ªa cartas, la gente se pasaba todo el santo d¨ªa y parte de la noche trabajando. Los salarios eran tan bajos que, terminada la jornada laboral, el cabeza de familia emprend¨ªa otra compuesta de las m¨¢s dispares chapuzas para que sus ni?os pudieran comer caliente todo el mes. Desde llevar la contabilidad de un bar hasta encalar una cocina, cualquier cosa pod¨ªa valer, y aun hab¨ªa quienes segu¨ªan en casa, hasta la madrugada, fabricando aparatos de radio o arreglando los relojes de la vecindad.
Las ocupaciones no ser¨¢n tan intensas ni ser¨¢ tan trepidante el ritmo de la vida moderna si resulta cierto que la ciudadan¨ªa se pasa una media de tres horas diarias viendo la televisi¨®n, seg¨²n han desvelado las estad¨ªsticas.
Determinados estudiosos advierten un curioso contrasentido en la sociedad civil: mientras se siente muy pagada de sus niveles de solidaridad, que -da por seguro- nunca tuvieron generaciones anteriores, los individuos padecen un problema de incomunicaci¨®n, que en los menos afortunados es de incomprensi¨®n, de soledad y de abandono.
Un amigo entra?able -novelista, por mas se?as; ya podr¨¢- afirma que quienes no escriben cartas es, sencillamente, porque no saben escribir y, adem¨¢s, tampoco tienen nada que decir. Es una generalizaci¨®n excesiva, evidentemente, aunque algo de eso habr¨¢. Quiz¨¢ sea cuesti¨®n de perspectiva. Cuando la gente escrib¨ªa cartas daba por cierto que cuanto contara interesaba al destinatario.
Las cartas familiares daban noticia exhaustiva de cuanto suced¨ªa a su alrededor y se esmeraban en su redacci¨®n. Estimado se consideraba m¨¢s elegante que querido, no importaba la cercan¨ªa del parentesco. Nada empezaba, todo comenzaba; nada se hac¨ªa, todo se efectuaba. En un alarde de precisi¨®n, para que el destinatario no confundiera la opini¨®n con la informaci¨®n, a cada noticia se antepon¨ªa "pues sabr¨¢s"; "Pues sabr¨¢s que a la t¨ªa Pura la ha dado un paral¨ªs"; "pues sabr¨¢s que hemos comenzado la matanza"; "pues sabr¨¢s que a tu prima la han efectuado una barriga".
Prologaba la carta una noble formulaci¨®n: "Espero que al recibo de la presente est¨¦s bien; yo tambi¨¦n, a Dios gracias". Y conclu¨ªa con el ineludible protocolo: "Aguardando tus noticias, recibe muchos besos de ¨¦sta que lo es".
Dicen por ah¨ª de las generaciones que escrib¨ªan estas cartas que no eran ni cultas ni solidarias; que la generaci¨®n culta y solidaria es esta de ahora, incapaz de escribir a nadie. Lo cual llena de perplejidad a algunos ciudadanos; entre otros, ¨¦ste que lo es.
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