?Adopci¨®n?
Apenas ocho meses despu¨¦s, algunas noches me despierto (cosas de la edad), y de inmediato vienen a mi mente aquellas im¨¢genes. En habitaciones destartaladas y sobre sus tronas de bamb¨², aquellas criaturas se mov¨ªan convulsivamente adelante y atr¨¢s. Seguramente era la ¨²nica diversi¨®n a lo largo de muchas horas, un d¨ªa tras otro, todos los meses de sus cortas vidas. Muy cerca, envueltos en un mont¨®n de ropa sucia y apretados hasta cuatro en cada cuna, beb¨¦s de meses pugnaban por retornar a sus bocas los biberones que otros ni?os poco mayores que ellos hab¨ªan dejado all¨ª sin m¨¢s.Con el paso del tiempo comprobar¨ªamos que aquel reportaje televisivo sobre los orfanatos chinos era s¨®lo una parte de la realidad en aquel pa¨ªs; que, por fortuna, Las habitaciones de la muerte eran s¨®lo el extremo de esa realidad, -y que otras muchas ni?as y ni?os si recib¨ªan los cuidados a los que todo ser humano tiene derecho, dentro de las condiciones de pobreza que caracterizan a un gigante en plena expansi¨®n y desproporcionado en cualquiera de sus medidas.
Pero la existencia de aquellas im¨¢genes fue suficiente para madurar un tema que ya hab¨ªa protagonizado muchas horas de charla a lo largo de los a?os: la posibilidad de adoptar a una de esas criaturas que, por cualquier circunstancia, se hab¨ªan quedado sin familia.
S¨®lo fue necesario contar con la aprobaci¨®n de nuestros dos hijos biol¨®gicos para poner en marcha el proceso. La falta de informaci¨®n fue el principal obst¨¢culo, pero la tenacidad y el empe?o de mi compa?era fueron las mejores armas para derribar poco a poco ese muro que al principo parec¨ªa infranqueable. Atr¨¢s quedan ya las dudas y la incertidumbre, porque la ley china de adopci¨®n establece que los padres con hijos biol¨®gicos o menores de 35 a?os s¨®lo pueden recibir ni?os con handicaps, problemas f¨ªsicos leves y recuperables, lo que endurece un poco m¨¢s el camino. Atr¨¢s han quedado tambi¨¦n los nervios l¨®gicos de un viaje de 14 d¨ªas al otro extremo del mundo.
En la memoria reciente se almacenan tambi¨¦n los recuerdos de aquellos tr¨¢mites en Pek¨ªn y Xian, los ¨²ltimos obst¨¢culos antes de que las autoridades chinas nos entregaran a nuestra hija. El momento en que su cuidadora china y una voluntaria inglesa, a las que sin duda nunca podremos agradecer lo suficiente su trabajo, depositaran en nuestros brazos a una ni?a vestida dignamente y con unos zapatos de charol usados que hoy guardamos como un tesoro. Nunca podremos olvidar c¨®mo las dos se despidieron emocionadas de nuestra hija.
Han pasado s¨®lo ocho meses, pero parece toda una vida. Desde entonces, Isabel (Yinghua) es una m¨¢s entre nuestros hijos; una m¨¢s entre los nietos de sus abuelos; entre los ni?os del vecindario y entre las educadoras y sus compa?eros de guarder¨ªa.
Cada vez que corretea por la casa; cada vez que comete una travesura como cualquier ni?o de su edad y dibuja unos enormes pucheros tras recibir la correspondiente ri?a; cada vez que juega o pelea con sus hermanos; cada vez que nos mira y esboza su maravillosa sonrisa, convirtiendo sus rasgados ojos en s¨®lo dos pronunciadas l¨ªneas sobre su cara, nos regala un imborrable momento de felicidad. Pero al tiempo nos recuerda que a¨²n existen miles de ni?os y ni?as como ella sin familia y sin futuro. Por eso Silvia ya viene de camino. ?Adopci¨®n? La respuesta s¨®lo tiene dos letras y empieza por s.-
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