Anacronismos morfol¨®gicos
En un ensayo titulado Las enfermedades de la indumentaria teatral, Roland Barthes, muy adicto por entonces al gestus social brechtiano de toda representaci¨®n, revisaba ese tipo de vestuario que destaca por s¨ª solo en escena, que no se ci?e a su labor funcional y que, en justa consecuencia, acabar¨¢ padeciendo alguna de las tres hipertrofias b¨¢sicas que a continuaci¨®n se mencionan. La primera aparece ligada al verismo arqueol¨®gico: "La verdad del conjunto queda borrada por la exactitud de la parte, el actor desaparece bajo el espect¨¢culo de sus botones, de sus pliegues y de sus postizos".La segunda es la hipertrofia de una est¨¦tica formal sin relaci¨®n alguna con la obra: "Con cierto puritanismo, yo casi dir¨ªa que considero como un s¨ªntoma inquietante el hecho de aplaudir el vestuario (es muy frecuente en Par¨ªs)". Porque "aplaudir la indumentaria en el interior mismo de una fiesta es acentuar el divorcio de los creadores, reducir la obra a una conjugaci¨®n ciega de esfuerzos individuales. La indumentaria no tiene por misi¨®n seducir la mirada, sino convencerla". La tercera enfermedad que se cita es la hipertrofia de la suntuosidad, la que mana del alto presupuesto: "A partir del momento en que un teatro se vulgariza, le vemos exagerar cada vez m¨¢s el vestuario (... ), que no tarda en convertirse en la atracci¨®n decisiva del espect¨¢culo". Este era el cuadro cl¨ªnico que trazaba Roland Barthes en 1955.
Su inclinaci¨®n moral se expresa en positivo, hecha signo, cuando realza lo que Brecht anota para vestir a Madre Coraje; a saber, que el significado visible de una prenda usada no surge con tan s¨®lo sacarla al escenario en tal estado. Hay que aumentar el signo, hay que construir el signo del desgaste: "Su inteligencia, su minuciosidad, su paciencia, son de lo m¨¢s notable (tratamiento de la prenda con cloro, quema del color, lacas, ¨¢cidos grasos, agujeros, remiendos)". Y concluye con clara malicia: "No nos imaginamos a Leonor Fini aplicando el soldador a uno de esos hermosos rojos que hacen so?ar al Todo-Par¨ªs". La acentuaci¨®n meditada frente al ¨¦nfasis del capricho.
Tuvo poca gracia que yo me acordara de estas observaciones la otra noche, en el madrile?o Teatro de la Zarzuela, mientras asist¨ªa a la representaci¨®n de dos piezas de Chueca: El chaleco blanco, cuyo meollo argumental coincide con el tragic¨®mico caso de ese gallego que acaba de morirse sin cobrar un cup¨®n de la ONCE premiado, y La Gran V¨ªa, donde los trajes ideados por Julio Gal¨¢n se amoldan con pericia al esp¨ªritu y a la letra del espect¨¢culo. Sin embargo, algo habr¨ªa en lo visto para que la memoria se me fuera por semejantes derroteros. Y, en efecto, lo hab¨ªa, por m¨¢s que haya tardado en recobrarlo. ahora. Tiene que ver con otro fen¨®meno que tambi¨¦n Roland Barthes apuntaba: la dificil concordancia del atuendo y el rostro. Hasta exclamar: "?Cu¨¢ntos anacronismos morfol¨®gicos se cometen! ?Cu¨¢ntos rostros totalmente modernos ingenuamente colocados sobre falsas gorgueras y falsas t¨²nicas!" No era culpa de Milagros Mart¨ªn, soprano en el papel de Menegilda, sino de una actriz sin m¨¢s, Milagros Ponti, en la que todo concordaba para bordar la r¨¦plica del ama, Do?a Virtudes: "?Pobres amas / las que tienen que sufrir /a esas truchas / de criadas de servir!".
La verosimilitud de Milagros Ponti, tan suelta y tan cuajada, hac¨ªa que un aroma de anacronismo morfol¨®gico se extendiera sobre gran parte del reparto. Pero, de no ser por ella, ?c¨®mo detectarlo? Es la pega central del neocasticismo galopante: algo no encaja con las galas del desprop¨®sito conservador y nost¨¢lgico. Se copia un dobladillo, un escote, unas lentejuelas; no se copia un sentirse a gusto dentro de ese disfraz. Lo vemos, adem¨¢s, en esas ceremonias con voluntad aut¨®ctona y festiva que suelen echar mano de trajes regionales. Las chicas se pondr¨¢n lo que haga falta, pero sus rostros dicen que ya est¨¢n hasta el mono y que, a lo sumo, querr¨ªan ser modelos, estrellas de las pasarelas, aunque luego el cantante Francisco les de la tabarrosa serenata con La chica del poster, aquella lamentable balada: "Se hizo vestidos, luci¨® brillantes, / y ya no fue la misma chica que era antes. / Se acostumbr¨® a vivir seis meses en Par¨ªs, / pero ni un solo d¨ªa pudo ser feliz...". Como si las lagarteranas no sufrieran trastornos an¨ªmicos.
Babelia
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