La isla m¨¢s explosiva
Los 250.000 habitantes de C¨®rcega padecen la violencia de la mafia, la ley del silencio y el estallido nacionalista
La mujer que acaba de escribir unas l¨ªneas en el libro de condolencias abierto ante la Prefectura de Ajaccio compone un mueca de desprecio ante las aparatosas coronas de flores que las c¨¢maras de comercio y la pr¨¢ctica totalidad de la instituciones locales han enviado para honrar la memoria del prefecto asesinado el pasado d¨ªa 6. Con el asesinato de la m¨¢xima autoridad de la isla los grupos nacionalistas cumpl¨ªan sus amenazas iniciadas hace dos semanas cuando dieron por rota la tregua que comenz¨® en junio con el triunfo de los socialistas en las elecciones generales francesas. "Hip¨®critas", masculla por lo bajo, "hip¨®critas, hip¨®critas", repite, mientras lanza una mirada escrutadora sobre los remitentes de algunas de estas coronas alineadas ante la verja de la Prefectura. Esta mujer joven que retiene el bol¨ªgrafo, sin decidirse a abandonar la escena, no tiene nombre para el periodista, pero como tantos otros corsos de Ajaccio, Bastia o Corte, necesita hoy dar rienda suelta a tanta rabia acumulada."La Mafia manda flores a los familiares del difunto", dice, "unos se?alan a la v¨ªctima, otros hacen el trabajo y los m¨¢s miran hacia otro lado. Todos salen ganando. Aqu¨ª, los clandestinos nacionalistas, los truhanes y muchos de los cargos institucionales vienen a ser la misma cosa. Todo, todo, est¨¢ mezclado", sentencia en tono airado. La tesis del "todo est¨¢ mezclado" raramente ha llegado a mostrarse en los tribunales aunque, trat¨¢ndose de C¨®rcega, es posible que eso mismo sea una prueba determinante. "?De los cien ataques con explosivos del a?o pasado, cu¨¢ntos casos han juzgado ustedes?", le preguntaron el otro d¨ªa a un magistrado. "Uno", respondi¨® azaroso el interpelado.
Entre los numerosos r¨¦cords de esta poblaci¨®n de 250.000 habitantes figura, desde luego, el de poseer el mayor ¨ªndice de homicidios no aclarados -entre 30 y 40 anuales- de Europa. Verdaderamente, en el caso corso, es dif¨ªcil sustraerse a todos los clich¨¦s acu?ados sobre esta isla paradis¨ªaca que los franceses compraron a G¨¦nova en 1768 por dos millones de libras. Las estad¨ªsticas dan cuenta de unos 400 atentados anuales, -300 de los cuales son cometidos por delincuentes comunes sobre el fondo compartido de extorsi¨®n, rivalidades y venganzas-, entre 150 y 200 ataques a mano armada y m¨²ltiples secuestros que incluyen a mujeres y ni?os. Los robos y las amenazas ni siquiera son contabilizados.
"S¨ª, no se puede entender si no eres corso, pero es as¨ª", indica un joven de Ajaccio. "La omert¨¢ es una ley nuestra y si la incumples pasas autom¨¢ticamente a ser un traidor y un cobarde porque nuestras costumbres dicen que nuestros problemas los resolvemos entre nosotros. Yo mismo no denunciar¨ªa a nadie en una comisar¨ªa, salvo que", dice dubitativo, "se tratara de proteger a mujeres y ni?os".
Los restos de coches calcinados brotan espor¨¢dicamente al borde de la carretera que une el sur con el norte de C¨®rcega, Ajaccio y Bastia, en las rutas que serpentean trabajosamente hasta alcanzar las diminutas poblaciones recostadas en los pliegues de las monta?as. Forman parte tambi¨¦n del paisaje corso y son algo as¨ª como los mojones de la picaresca y del miedo. Andr¨¦, de 36 a?os, taxista en Ajaccio, se indigna si descubre desperfectos abandonados en las recoletas calas, en los miradores naturales de esta isla privilegiada en la que veranean el presidente de la Asamblea Nacional, Laurent Fabius, y una parte del estrellato pol¨ªtico y medi¨¢tico franc¨¦s.
Hay que llamar la atenci¨®n de Andr¨¦ sobre los amasijos de hierros ennegrecidos para que aborde la cuesti¨®n. "La mayor parte de estos coches se destruyen para cobrar el seguro y el resto... bueno, son el primer aviso. Lo malo viene despu¨¦s", dice, "cuando ponen la dinamita a las puertas de casa o algo peor... ?Qui¨¦nes? Todos", responde, sorprendido de tener que subrayar lo evidente. "Todos, los clandestinos y los otros, todos cobran sus impuestos y tienen sus propios negocios que defender".
En Ajaccio y en Bastia, capitales de los departamentos del Sur y del Norte dos ciudades bien distintas (m¨¢s pretendidamente cosmopolita la primera, m¨¢s tradicional la segunda) cualquier vecino identifica sin vacilar los hoteles, bares o comercios, propiedad de los jefes de las distintas facciones surgidas del Frente Nacional de Liberaci¨®n Corso (FNLC). Los cabezas rapadas que ocupan algunos de esos bares no responden s¨®lo a una moda juvenil pasajera, contin¨²an la tradici¨®n instalada por los primeros nacionalistas, que en 1976 optaron por ponerse la capucha inmediatamente despu¨¦s de fundar el FNLC, aludiendo a los ideales de los paracaidistas y legionarios, cuerpos en los que no pocos de ellos hab¨ªan servido. "El problema del nacionalismo corso surgi¨® precisamente ese d¨ªa", dice un hostelero nacionalista moderado que describe una C¨®rcega atrapada por redes mafiosas dirigidas en ¨²ltima instancia por determinadas familias de notables y cargos p¨²blicos corrompidos, ligados a los intereses econ¨®micos. Redes que pactan habitualmente con el mundo del hampa y del terrorismo, y que combinan el nepotismo, la prevaricaci¨®n y la utilizaci¨®n fraudulenta de las cuantiosas subvenciones p¨²blicas con la extorsi¨®n, la amenaza, el chantaje y la violencia. "Bajo la capucha", dice, "entraron a militar en el movimiento nacionalista un mont¨®n de j¨®venes delincuentes seducidos por las armas, la clandestinidad en grupo y la aparente impunidad". En Ajaccio, Antoine, de 38 a?os, explica as¨ª la historia del nacionalismo corso. "Tras la guerra de Argelia, el Gobierno envi¨® a la isla a unos 17.000 pieds noirs y les dio terrenos en la costa y ayudas para que se instalaran. Muchos se dedicaron a la producci¨®n de vino. Pronto empezaron a progresar mientras los j¨®venes corsos se ve¨ªan obligados a emigrar. El 21 de agosto de 1975 una veintena de j¨®venes armados ocup¨® una bodega de Aleria exigiendo que se redistribuyeran las tierras dadas a los ¨¢rabes. Al d¨ªa siguiente, los ocupantes fueron de tenidos despu¨¦s de un tiroteo en el que la polic¨ªa perdi¨® a dos hombres. Un a?o m¨¢s tarde, se form¨® el FNLC y empezaron las explosiones, muchos pieds noirs tuvieron que salir de la isla. Eran ataques contra los bienes de los franceses, no contra la personas, y para nosotros", indica Antoine, Ios nacionalistas eran unos h¨¦roes, la posibilidad de darle la vuelta a la situaci¨®n, una alternativa. Cuando Mitterrand lleg¨® a la presidencia y los 100 presos del FNLC salieron a la calle, se encontraron con los nuevos jefes. Empezaron las escisiones y los enfrentamientos porque hab¨ªa grupos que pretend¨ªan cobrar el impuesto revolucionario a gente que ya pagaba a otros. Empezaron a atacarse y matarse entre ellos y todo se fue a la mierda", concluye Antoine.
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