Oraci¨®n por un hombre bueno
Se?or: Como nos tem¨ªamos desde hace unos meses, has dispuesto que tu hijo Fernando abandone definitivamente esta Tierra y el Reino de Espa?a. Quiero pedirte que lo recibas en el Reino de los Cielos y le instales confortablemente all¨ª."Para ti nos hiciste, Se?or". A todos, pero creo que, de forma especial, a Fernando, hombre bueno, en el buen sentido de la palabra "bueno".
Sin duda, recuerdas bien que tu hijo Fernando, a las ¨®rdenes de tu siervo Adolfo, tuvo mucho que ver con aquella irrepetible etapa de la Transici¨®n, durante la cual los espa?oles pasamos del autoritarismo a la libertad. Algunos, como Fernando, tuvieron un singular protagonismo en la evitaci¨®n de otra Guerra Incivil entre nosotros, como aquella de 1936 a 1939, a lo largo de cuyo transcurso, Se?or, no nos tuviste de la mano, y nos dej¨® un mill¨®n de muertos y m¨¢s de un mill¨®n de problemas.
Probablemente, Fernando tambi¨¦n cant¨®, como yo lo hice por las calles del viejo Le¨®n, en el bachillerato de postguerra: "Gloria a Cristo Jes¨²s, el Dios fuerte que los Cielos y Tierra form¨® y que, entre todos los pueblos del orbe, por su pueblo eligi¨® al espa?ol", para descubrir despu¨¦s, en nuestra madurez, que en aquel trienio no fuimos pueblo de Dios sino m¨¢s bien del Diablo.
Se?or: los tiempos de la transici¨®n no se entender¨ªan sin el trabajo de tu hijo Fernando. Fue pieza esencial para asegurar el acuerdo entre Gobierno, partidos, patronal y sindicatos que propici¨® los Pactos de La Moncloa. Despu¨¦s, para sacar adelante la Constituci¨®n. Por ello, estoy seguro de que a mi oraci¨®n se unen tus siervos Marcelino Camacho y Nicol¨¢s Redondo y, tambi¨¦n, tu siervo Alfonso Guerra que, con Fernando, pact¨® los acuerdos que aseguraron Monarqu¨ªa y Derecho, para dejar bien probado que tan bueno como que al Derecho lo apliquen los ingenieros es que a la Monarqu¨ªa la aseguren los republicanos.
Siendo, como soy, de Santa Mar¨ªa del P¨¢ramo (leon¨¦s), quiero creer que en tu Reino puede existir una aldea, Santa Mar¨ªa de la Reconciliaci¨®n (Espa?ola), en la que Fernando podr¨ªa quedar, por sus m¨¦ritos, naturalmente avecindado. Dado que a Fernando nunca le entusiasm¨® la autoridad formal y siempre estuvo a favor de la cercana transmisi¨®n de las ideas, en esa Celestial Aldea bien podr¨ªa llegar a ser Presidente de su Casino, al que acudir¨ªan para departir con ¨¦l muchos de tus hijos, pero, sobre todo, aquellos que componen el Celeste Grupo Parlamentario de la Transici¨®n: Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz-Gallard¨®n, P¨ªo Cabanillas, Carmen Garc¨ªa Bloise, Josep Sol¨¦ Barber¨¢, Josep Tarradellas, Juan Ajuriaguerra y Rafael Stinga. Ser¨¢n citados a reunirse por tu hijo M¨¢ximo Rodr¨ªguez Valverde, a quien tambi¨¦n escrib¨ª hace unos meses, a su nueva direcci¨®n de la Calle de los Hombres de Buena Voluntad.
Se?or: pienso que a tu hijo Fernando no le sorprender¨¢ nada que, trat¨¢ndose de los espa?oles, se est¨¦ produciendo en Tu Reino una cierta confusi¨®n. ?Qui¨¦nes se colocar¨¢n a Tu derecha y qui¨¦nes a Tu izquierda, si Alfonso, Marcelino y Nicol¨¢s te piden que recibas a Fernando en Tu Reino y los azules te pedimos al tiempo que hagas lo mismo con los rojos? S¨®lo por eso, gracias a Fernando y, por supuesto, a Tu Divina Bondad, valdr¨ªa la pena volver de nuevo a las calles del viejo Le¨®n, en el d¨ªa del Corpus, para cantar a grito pelado que, definitivamente, has elegido como pueblo de tu propiedad al pueblo de Espa?a, seguros de que, esta vez, por sobre todas las cosas, es la pura verdad. As¨ª sea. Am¨¦n.
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