Las mujeres y los ni?os primero
Las agresiones contra las mujeres parecen agravarse, a juzgar por su p¨²blica visibilidad (ya que no podemos estar seguros de la tendencia que sigue la cifra negra de agresiones ocultas realmente existente). Seg¨²n las cifras presentadas en el Congreso por el ministro de Interior, la violencia familiar se cobr¨® el a?o pasado 151 v¨ªctimas mortales, de las que 91 fueron mujeres asesinadas por compa?eros o c¨®nyuges. Y un dato tan desmedido merece algunas reflexiones.La mayor parte de los observadores entienden el maltrato femenino como producto de una regresi¨®n al pasado. Y este eterno retorno de la compulsi¨®n agresiva tendr¨ªa una doble naturaleza. El que retorna puede ser el pasado personal del agresor. En este caso tenemos dos clases de regresi¨®n: la traum¨¢tica, que obliga a retornar hacia una infancia primigenia donde ya se sufri¨® el maltrato paterno, y la psicop¨¢tica de retorno hacia la perversi¨®n polimorfa de la infancia narcisista, que s¨®lo busca el placer que el maltrato pueda procurar.
Pero el que retorna tambi¨¦n puede ser el pasado hist¨®rico de la sociedad. En este caso tenemos una regresi¨®n hacia formas premodernas o tradicionales de despotismo patriarcal, cuando el pater familias era se?or de horca y cuchillo como due?o patrimonial de vidas y haciendas. As¨ª sucede cuando se recurre al t¨®pico de la Espa?a profunda para justificar alg¨²n crimen calificable de at¨¢vico y ancestral. Esta explicaci¨®n de retorno al pasado puede parecer veros¨ªmil, pero presenta la dificultad de que el pasado nunca puede regresar.
Es la vieja teor¨ªa del f¨®sil, el residuo y la sobrevivencia, que hizo fracasar al viejo funcionalismo de la antropolog¨ªa evolucionista: ?c¨®mo pueden subsistir en el presente formas arcaicas de conducta ya superadas por la historia? Contradicciones como ¨¦stas s¨®lo se eliminan rechazando la tesis de la sobrevivencia: el pasado nunca retorna ni regresa si quiera de forma grotesca, y si parece hacerlo s¨®lo es como una readaptaci¨®n enteramente nueva. As¨ª es como Anthony Giddens, por ejemplo, acaba de explicar la violencia del integrismo isl¨¢mico: no se trata de un retorno del pasado premoderno, pues el islam tradicional no asesinaba, sino de una innovaci¨®n posmoderna, que busca cambiar el futuro mediante la acci¨®n directa.
Y algo semejante sucede con la presente violencia contra las mujeres. No hay que entenderla como una sobrevivencia de la misoginia tradicional, sino como una innovaci¨®n de la misoginia posmoderna. Y esto por una raz¨®n muy sencilla: la misoginia tradicional no agred¨ªa, violaba ni asesinaba. Es verdad que hab¨ªa despotismo masculino y sumisi¨®n de la mujer, pero no se ejerc¨ªa violencia f¨ªsica m¨¢s que de forma ritual, casi simb¨®lica, siempre controlada y desde luego autolimitada. Era el complejo cultural del paternalismo, que regulaba el poder de los varones sobre las mujeres y que exig¨ªa protecci¨®n, magnanimidad, autolimitaci¨®n y condescendencia, de acuerdo a un c¨®digo de caballerosidad y galanter¨ªa que se expresaba en una sola m¨¢xima: las mujeres y los ni?os primero. De ah¨ª que al var¨®n tradicional no le pareciese conce bible la violencia ejercida contra las mujeres.
Pero en la presente modernidad tard¨ªa el paternalismo tradicional ha desaparecido, y por lo tanto ya no puede actuar como un freno de control, capaz de limitar la agresividad masculina. Los varones posmodernos ya no se encuentran obligados a sentirse protectores de las mujeres, y por lo tanto, en cuanto creen sufrir agravios comparativos, no dudan en agredirlas. ?sta es la radical novedad hist¨®rica, que explica el auge de una violencia mis¨®gina in¨¦dita hasta la fecha. ?Y por qu¨¦ est¨¢ desapareciendo el complejo paternalista? Sin duda, por la creciente independencia eco n¨®mica de las mujeres, que les permite dejar de necesitar protecci¨®n masculina. Pero hay m¨¢s razones.
La ra¨ªz econ¨®mica del paternalismo resid¨ªa en el patrimonio familiar, que hoy ha perdido su antiguo papel articulador de la estructura social. Cuando la herencia defin¨ªa la jerarqu¨ªa social, el paternalismo regulaba los linajes familiares. De ah¨ª la coherencia de m¨¢ximas como las mujeres y los ni?os primero, que impon¨ªan la exigencia de proteger y salvaguardar el futuro del patrimonio. Pero el cambio social ha devaluado las herencias patrimoniales, y hoy son los ingresos derivados del trabajo personal el ¨²nico criterio de selecci¨®n social. En consecuencia, aquel paternalismo que exig¨ªa proteger a mujeres y ni?os ha quedado obsoleto hasta caer en el descr¨¦dito. Y la protectora magnanimidad del patriarca tradicional desaparece, cediendo su lugar a la insolente prepotencia del perdonavidas posmoderno.
Anta?o, cuando los barcos familiares se hund¨ªan, su tripulaci¨®n masculina se esforzaba con paternalismo por salvar a las mujeres y a los ni?os primero. Y el capit¨¢n de cada barco, en tanto que cabeza de familia, se sab¨ªa obligado a hundirse con su nave antes que dejar que se ahogase ninguno de sus familiares a su cargo. Pero ahora, en la modernidad tard¨ªa, ya no es as¨ª. Cuando el Titanic familiar naufraga, los valores les disputan a mujeres e hijos los mejores puestos en el bote salvavidas, llegando a arrojarlos por la borda con tal de salvarse ellos. Y es que sin patrimonio que salvaguardar, el paternalismo masculino ha dejado de tener sentido. Por eso los barcos familiares navegan a la deriva sin un capit¨¢n paternal dispuesto a evitar los naufragios o a hundirse con ellos. Y cuando la colisi¨®n con alg¨²n iceberg se produce, los varones pugnan por salvarse como ratas que huyen, dejando que quienes se ahoguen sean las mujeres y los ni?os primero.
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