El patriotismo de la pluralidad
Nos lo se?al¨® hace alg¨²n tiempo ?lvarez Lopera y hemos tenido la oportunidad de recordarlo con ocasi¨®n de una no muy lejana exposici¨®n. El redescubrimiento de El Greco fue obra de la generaci¨®n finisecular y la consecuencia de un cambio de clima en la sensibilidad colectiva. Sus profetas fueron dos pintores, uno vasco (Zuloaga) y otro catal¨¢n (Rusi?ol), y el p¨²lpito donde llevaron a cabo la propaganda de esa est¨¦tica fue el m¨¢s oportuno en esa ocasi¨®n cronol¨®gica: Par¨ªs, la capital del mundo del arte. De ah¨ª surgi¨® esa interpretaci¨®n del pintor candiota como una especie de m¨ªstico decadente que durante a?os har¨ªa furor en Europa. En Espa?a, El Greco despert¨® entusiasmos fervorosos en el cambio de siglo. Los institucionistas (Giner, Coss¨ªo... ) lo redescubrieron como el ejemplo protot¨ªpico de ese g¨¦nero de expresi¨®n est¨¦tica que evocaba el pasado secular y que parec¨ªa ¨ªntimamente unido al paisaje propio, de modo que hac¨ªa pensar en la esencia misma del ser nacional. Mientras que Baroja le presentaba como una especie de en¨¦rgico h¨¦roe nietzscheano, despreciativo de la masa imb¨¦cil, Unamuno -otro vasco- ve¨ªa en ¨¦l, espa?oliz¨¢ndole hasta el extremo, la expresi¨®n misma del austero recogimiento del esp¨ªritu de Castilla. Para los intelectuales catalanes -principalmente, los pintores- fue otra cosa: una especie de genio independiente y rebelde que se sent¨ªa capaz de alterar la pl¨¢stica de la tradici¨®n pict¨®rica heredada y, por tanto, ven¨ªa a resultar un precursor del posimpresionismo o del protoexpresionismo.Esta especie de entrecruzamiento de miradas que, dirigidas hacia un mismo objeto, percibe, sin embargo, realidades distintas, no es una excepci¨®n en la cultura espa?ola, sino m¨¢s bien todo lo contrario. Por esas mismas fechas, siguiendo la senda marcada por Unamuno, una oleada de pintores vascos descubr¨ªa en Castilla la fuerza de lo primitivo o lo ancestral. Su visi¨®n no ten¨ªa nada de tradicionalista: a fin de cuentas hac¨ªan algo parecido a lo que Gauguin en Polinesia. Estaban, pues, a la vanguardia de la contemporaneidad y, sin embargo, ten¨ªan s¨®lidas ra¨ªces propias que eran distintas a las de otras regiones espa?olas, pero que formaban una especie de juego de espejos o de imagen poli¨¦drica, no siempre complementaria, sino en ocasiones divergente, pero, de cualquier modo, infinitamente m¨¢s rica, plural y fecunda que en cualquier otra parte de Europa.
Los ejemplos podr¨ªan ser infinitos y con ellos recorrer¨ªamos un largo camino hacia tiempos remotos en el pasado. El resultado siempre ser¨ªa id¨¦ntico, aunque sea m¨¢s expresivo en la contemporaneidad. En suma, la cultura espa?ola ha consistido, consiste y consistir¨¢ siempre en eso: miradas distintas que se entrecruzan y ven lo observado con una plenitud y una riqueza inesperada e irrepetible. Francia, Portugal o incluso Italia no han tenido ni tienen m¨¢s de una capitalidad cultural; nosotros tenemos este privilegio al menos desde hace un siglo.
Eso que llamamos Espa?a se ha caracterizado siempre por tal condici¨®n de pluralidad, pero no en todas las ocasiones hemos sido capaces de verlo como un rasgo positivo que engendra posibilidades m¨¢s que enfrentamientos. La raz¨®n estriba en que, al tiempo que se hac¨ªa patente la peculiaridad de cada mirada, nac¨ªan los movimientos pol¨ªticos nacionalistas que se consideraban a s¨ª mismos excluyentes e incompatibles. Esta afirmaci¨®n pretende ser objetiva y no pol¨¦mica. Parte de que no s¨®lo emergieron en ese momento los nacionalismos perif¨¦ricos, sino tambi¨¦n el central. Ortega, l¨ªder intelectual no s¨®lo de la generaci¨®n de 1914, sino tambi¨¦n de la anterior, dio por supuesto que Espa?a era el producto de una "manera castellana de ver las cosas". Algo parecido pensaba Men¨¦ndez Pidal, excelente historiador, pero incapaz de ver en lo que juzgaba como tendencias dispersivas de la periferia otra cosa que testimonios de decadencia. De forma paralela, los otros nacionalismos, utilizando a menudo t¨¦rminos que ten¨ªan en la ¨¦poca una pretensi¨®n cient¨ªfica de la que carecen en la actualidad -raza, por ejemplo-, recalcaban una identidad propia excluyente. Resulta toda una paradoja que esto sucediera en el campo de la cultura en un momento en que en el marco pol¨ªtico se permanec¨ªa a a?os luz de una soluci¨®n. La mancomunidad no pas¨® de ser una caricatura de la autonom¨ªa y el Estado integral de la II Rep¨²blica hubiera sido inviable a medio plazo. Ni siquiera favorec¨ªa, en puridad, la convivencia, sino tan s¨®lo la "conllevancia", por as¨ª denominarla de acuerdo con la expresi¨®n acu?ada por Ortega.
Lo curioso del caso es que pasados los a?os resulta que el marco pol¨ªtico parece com¨²nmente aceptado -en los contenidos, pero incluso, en el peor de los casos, en los medios para transformarlo, salvo para peque?as minor¨ªas- y, a la vez, parece haber desaparecido esa impresi¨®n de riqueza en la capacidad de sugerencia en el campo de la cultura. Si uno mira a otras ¨¦pocas de la cultura espa?ola dentro del siglo XX puede percibir una situaci¨®n que, salvadas m¨²ltiples diferencias, no deja de tener sus paralelos con la Viena del Imperio Austroh¨²ngaro durante el fin de siglo pasado. La relaci¨®n Maragall-Unamuno, el papel de D'Ors en el Madrid de la posguerra o la relaci¨®n entre los artistas pl¨¢sticos ya mentada pueden ser otras tantas pruebas. En cambio, en la actualidad parecemos evolucionar hacia un darnos la espalda (como Espa?a y Portugal han hecho durante tanto tiempo), y eso en perjuicio de todos. La Constituci¨®n prescribe la obligaci¨®n por parte del Estado de contribuir a la comunicaci¨®n entre las diferentes culturas espa?olas, pero los Gobiernos, en vez de tirar a lo alto -como debieran-, se pierden en maniobras de bajura como esos decretos, a medio camino entre la frivolidad y la horterada, que tratan de imponer minucias en vez de pensar en grande.
Y esto puede y debe hacerse. Volvamos de nuevo a Ortega: dec¨ªa ¨¦ste que toda negaci¨®n es una impiedad y que el intelectual honrado, tras haber negado una forma de concebir Espa?a, tiene la obligaci¨®n de proponer otra. Esta no puede ser sino la que se atenga a la norma constitucional y que, adem¨¢s, tenga en cuenta la historia y esa realidad de las miradas entrecruzadas en que siempre ha consistido la cultura espa?ola.
No es la primera ocasi¨®n en que se pone sobre el tapete una concepci¨®n de este tipo. En realidad, siempre una nacion se inventa a s¨ª misma mediante un acto de voluntad que supone una mirada hacia su pasado -su tradici¨®n- y un proyecto hacia el futuro. Lo hizo la generaci¨®n finisecular no s¨®lo en Espa?a, sino tambi¨¦n, por ejemplo, en Catalu?a: all¨ª, una canci¨®n de siega obscena se convirti¨® en himno patri¨®tico, y un baile comarcal, en s¨ªmbolo de solidaridad colectiva y no s¨®lo danza nacional. Pero esas invenciones de la naci¨®n, como se ha dicho, eran excluyentes. El patriotismo de la pluralidad que se propone deber¨ªa ser de adici¨®n o suma y de fecunda y mutua relaci¨®n.
Hay quien piensa que la naci¨®n es un concepto caduco e irracional, radicalmente contrario al mundo en que vivimos. Eso es cierto si el punto de partida es un nacionalismo contrar¨ªo a los derechos de la persona y basado, por ejemplo, en la etnia. Pero en el mundo cosmopolita del Final de siglo tambi¨¦n resulta evidente el creciente apego a c¨ªrculos comunitarios, no excluyentes y s¨ª, en cambio, enriquecedores e identificadores de las propias ra¨ªces. Cuando, por ejemplo, Atxaga nos dice que la naci¨®n no es m¨¢s que una forma de decir "nosotros" o Fullat asegura que se pertenece a un Estado, pero uno se abraza a una naci¨®n, expresan claramente en qu¨¦ consiste este sentimiento. Quiz¨¢ el nacionalismo deba librarse de la ganga irracional y convertirse en posconvencional (o incluso posnacionalista). Pero no cabe duda de que tambi¨¦n es necesario alg¨²n sentimiento de naci¨®n, ese patriotismo de la pluralidad espa?ola, Nada m¨¢s significativo que esas dos definiciones de lo que es la naci¨®n, sean de un vasco y un catal¨¢n. ?No hay otra propuesta semejante que nazca de otro punto de la realidad espa?ola para el conjunto de la misma?
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